icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
Kairós
Política Ficción
Francisco Montfort Guillén
2 de abril de 2013
alcalorpolitico.com
 La idea de orden se asienta en los determinismos de los sistemas. Así, se espera que al llamado de la autoridad familiar de los adultos, los niños y jóvenes obedezcan las indicaciones u órdenes. O que los delincuentes se plieguen a las disposiciones legales de convivencia, o mejoren sus conductas frente a la demostración de las fuerzas de disuasión y represión de las autoridades públicas. Todo el conjunto de hechos que suceden por fuera de los mecanismos de los esquemas prefijados de tipo legal y cultural, son vividos como desordenes, como conductas que los sistemas no pueden regular. Si es constatable que fuerzas no reguladoras determinan el comportamiento individual y social y que el azar indica el zigzagueante camino, entonces los momentos son vividos como crisis, ya sean económicas, políticas, culturales.

Esta situación de inestabilidad apareció con fuerza desde los años setenta en nuestra sociedad y ha continuado de tal manera que forma parte de nuestra cotidianidad. Si por el momento el sistema económico marcha sin sobresaltos mayores, esta condición no significa que graves problemas en su funcionamiento sean inexistentes. En cambio, en otros subsistemas la fuerza del azar, de lo imprevisto, la persistencia de la falla continua de los mecanismos reguladores es el pan de cada día. Es el caso, entre otros, de la seguridad pública, la impartición de justicia, del funcionamiento del sistema educativo, de las finanzas y deudas públicas de los gobiernos estatales y municipales. Por no tratarse de crisis generalizadas que afecte a todos los habitantes del país con la misma fuerza, es que estas crisis no alcanzan la debida repercusión mediática.

Para la gran mayoría de los ciudadanos pasa desapercibido el hecho fundamental de que toda crisis es un problema de organización, sea por sobre regulación, Infra-regulación o desregulación. Esta mayoría busca y exige que sus problemas, los que más directamente la afectan, sean resueltos. Entre sus acciones están su participación en las elecciones y para grupos muy reducidos está la alternativa de organizarse y exigir resultados en cuestiones específicas: cuidado de un bosque, de una fuente de agua, de los secuestros, de los robos o los homicidios, etc., etc.


La acumulación de crisis de diversa profundidad y extensión crearon en México la sensación de gran fracaso colectivo, sentimiento alentado por los opositores al gobierno en funciones y por los medios de comunicación. Situación normal que es, además, condición imprescindible en la lucha política y en la rotación de élites que caracteriza a una sociedad democrática. Ante esta situación exagerada y dramatizada durante la contienda electoral el contendiente ganador ofreció soluciones de acuerdo a sus puntos de vista, ideología, capacidades. Tan pronto ganó, puso en funcionamiento una serie de acuerdos que han provocado la sensación de que el sistema regulador ha vuelto a la normalidad, que todo está bajo control y que las crisis han sido solucionadas.

Las campañas mediáticas dan cuenta de una realidad…imaginaria. Los avances hasta el momento no han anclado en la realidad real, sino en el imaginario colectivo. Entre el oficio político del grupo gobernante y su muy efectiva campaña de relaciones públicas y de propaganda han creado una ficción eficaz: han provocado una alucinación naciente en el colectivo llamado sociedad mexicana. La situación es ya preocupante y poco a poco los analistas empiezan a dar cuenta de esta obra de alucinación colectiva que ha crecido en buena medida gracias a las carencias en el hábito del diálogo como mecanismo para elucidar, esclarecer, racionalizar los problemas y sus soluciones.

La sensación de alivio es un buen elemento para salir de las crisis. Pero si se prolonga demasiado, el riesgo estriba en tomar nuestros deseos como realidades. La propaganda es efectiva para crear ilusiones, que en política se convierten en ficciones. Pero compartir sueños, deseos e ilusiones no hacen más verdadera la realidad construida con discursos y sostenida por medio de la comunicación de masas. No son pocas las personas que creen en lo que dice ya el gobierno federal: que gracias a la reforma constitucional sobre educación existe ya una educación de calidad, que todos los mexicanos podrán disfrutar de la misma a partir de este momento. Comentaristas y periodistas, políticos, funcionarios y tal vez millones de mexicanos han comprado ya la idea de que se pusieron fin a los monopolios y duopolios en nuestra economía, solo por los avances de un proyecto de ley en telecomunicaciones que reformará la Constitución. Muchos son también los que vitorean el supuesto cambio en la lucha contra la corrupción, en el manejo de las finanzas públicas de los gobiernos estatales y municipales, la rendición de cuentas, el acceso a la información. Los hay quienes festejan la futura reforma energética y hasta la fiscal.


El problema de fondo rebasa las querellas entre optimistas y pesimistas. Se trata de dilucidar si se han hecho realidad los cambios propuestos. Si esta alucinación colectiva tiene bases reales o se trata de una manipulación de sentimientos, opiniones y actitudes de la población. Hasta la fecha, incluida la reforma laboral, la ley de víctimas y otras más como la ley de amparo y sobre el fuero no han incido sobre la organización y funcionamiento de las realidades a las que involucran. Ni reorganización, ni desregulación, ni sobre-regulación ni nueva regulación que se haya convertido en funcionamiento sistémico. Nos movemos todavía en el terreno de la ficción política. Como decía el poeta José Alfredo Jiménez: Nada me han enseñado los años, siempre caigo en los mismos errores…El despertar político post-echeverrista-jolopista-salinista-alternativista de los mexicanos ha sido severo, amargo, decepcionante. ¿Cómo será el despertar de esta alucinación naciente creada por el nuevo gobierno federal? Menos ficción y más realidad es lo que necesita el país para salir del laberinto del subdesarrollo. Deberíamos estar advertidos y curados de espanto. Es lamentable que no sea así.