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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
¿Por qué enseñar filosofía en el bachillerato?
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
16 de abril de 2013
alcalorpolitico.com
Cabe hacer una pregunta muy elemental en torno al tema de las disciplinas filosóficas en bachillerato, y es esta: ¿de verdad son indispensables o son solo una demanda más, como la que podrían hacer los matemáticos, los bailarines, los electricistas, los diseñadores gráficos, etc.?
 
En las reuniones de academia de maestros de bachillerato, la demanda que más se escucha es que se aumente el número de horas de la asignatura que imparten, porque las estipuladas no alcanzan para ver todo el programa. Se olvida o se ignora que las materias son una parte esencial, pero no todo el currículo, y que este tiene que ser coherente: la tira de materias, sus programas y sus créditos, la evaluación y la promoción tienen que representar la concepción de un ciclo, con los perfiles de ingreso y egreso de los alumnos. Por ello, por más que un maestro considere muy importante la materia que imparte (y es muy bueno que sea el primero en valorarla), nunca hay de perder de vista la finalidad que se persigue con todo el currículo. Así, volvemos a la pregunta: ¿Y qué tan indispensable es la enseñanza de la Filosofía en el bachillerato?
 
Para responder me voy a valer de las palabras de un filósofo mexicano: el maestro Gabriel Vargas Lozano, quien es director del Centro de Documentación en Filosofía Latinoamericana e Ibérica en la UAM-Iztapalapa, y Coordinador del Observatorio Filosófico Mexicano, palabras que pronunció al recibir la medalla Adolfo Sánchez Vargas por su trabajo sobre “La formación filosófica en el bachillerato”, en noviembre del 2012.
 

El maestro Vargas señaló, en esa ocasión: «El bachillerato constituye un momento clave en la historia de un joven que se encuentra en el momento de definir su vocación y en la búsqueda de la superación de la crisis existencial propia de esa etapa de su vida. Es por ello que creo que las disciplinas filosóficas pueden ayudarle a autocomprenderse, a fortalecer sus capacidades y a situarse en el mundo».
 
A esto podríamos añadir que el bachillerato es precisamente la etapa de la vida en la que las operaciones intelectuales abstractas emergen con mayor ímpetu y se consolidan mediante un constante ejercicio de crítica, de inconformidad, de dudas, de cuestionamientos, de “rebeldía intelectual”. Sucede con ellas como con los impulsos vitales. Y, si se deja que estas “emergencias” sucedan sin orientación y sin cauces (que no deben confundirse con represión), estaremos privando a los jóvenes de un medio para su correcta y fructífera utilización. Por ello, como dice el maestro Vargas Lozano: la supresión de las disciplinas filosóficas, o el empobrecimiento y superficialidad de los programas, «es un acto de barbarie perpetrado por el gobierno que (en ese momento estaba) a punto de dejar el poder ejecutivo y que, ostentándose como producto de una herencia humanista, tuvo la ligereza de borrar de un plumazo».
 
La razón que se tuvo en ese momento para realizar ese “acto de barbarie” fue la que esgrimen algunos ideólogos del utilitarismo y el pragmatismo más rústicos y primitivos: que la Lógica, Ética, Estética, etc. no son “materias” enseñables, sino una especie de “espíritu”, de “halo”, de “inspiración” que trasversalmente (y justo es la palabra que usan con asiduidad) debe “permear” la enseñanza de todas las materias: español, inglés, matemáticas, biología, geografía, dibujo técnico, etc., etc.
 

Por supuesto, esta razón es una sinrazón en la vida escolar práctica y ahí subyace un grave peligro, porque, si bien es cierto que toda actividad humana –y cada ciencia lo es de forma sobresaliente, y aún más la educación— está impregnada de una concepción, de un modo de pensar y, por ende, de una “filosofía”, también es incuestionable que no todos los científicos ni los profesores, ni aun en las más absolutas y tiránicas formas de gobierno, pueden, y mucho menos deben, tener la misma forma de pensar y de ver el mundo. Y esto menos debe suceder en estos días en que tan urgente es el respeto al pluralismo, a los diferentes modos de pensar y vivir. Podemos perfectamente preguntarnos ¿cuál es la filosofía (el modo de ver, pensar, sentir, creer, valorar, etc.) que deben “permear trasversalmente” todos los profesores de todas las materias en todas las escuelas del país? No podemos responder con abstracciones e imprecisiones como: “el espíritu del artículo tercero”, “los ideales de la revolución”, “el nacionalismo”, y otros lugares comunes tan desdibujados o vacuos ya en estos momentos.
 
Termino, por ahora, con otra parte del discurso del maestro Vargas: «La filosofía debe ser (acoto: es) una escuela para pensar con libertad; una escuela para educar a todos los ciudadanos en el uso de la razón fundada en el diálogo y el respeto a las diversas concepciones del mundo. La filosofía debe fomentar la conciencia crítica y construir una auténtica democracia desde abajo. En una sociedad como la nuestra en que no existe ni ha existido una auténtica democracia; en donde priva el autoritarismo y no la razón comunicativa y dialógica, la enseñanza de la filosofía puede contribuir a configurar una ciudadanía activa y un espacio público que permitiría avanzar en la creación de una fuerte corriente de opinión que defina y proponga soluciones a los graves problemas que nos aquejan. La filosofía debe convertirse en un bien público, en un derecho ciudadano que recupere la función que ha tenido la filosofía desde sus inicios: la función crítica».
 
Los alumnos tienen ese derecho… y nosotros, la obligación.
 

AME
 
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