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Columnas y artículos de opinión
Detrás de la Noticia
Liberar a nuestra UNAM
Ricardo Rocha
24 de abril de 2013
alcalorpolitico.com
Si son 20 o son 30 da igual. No representan nada, ni a nadie. Porque encapuchados, ellos mismos han renunciado a identidad alguna. Así que la máxima casa de estudios de este país ha sido secuestrada por un grupo de desconocidos. Una historia mal contada, absurdamente contada.
 
Sé que más de uno dirá que es un despropósito hablar del secuestro de la totalidad de la UNAM cuando “únicamente” está tomada la Torre de Rectoría. Cierto. Sólo que se trata de la cabeza y el corazón de todo lo que significa ser universitario. Ahí se toman las decisiones que encauzan la vida académica de decenas de miles de profesores, investigadores y cientos de miles de estudiantes. Es también el edificio más emblemático de una Ciudad Universitaria que es patrimonio de los mexicanos y de la humanidad. Por eso no creo exagerar cuando digo que se trata de un secuestro, en el que también nos encontramos cautivos en alguna medida todos los hijos de esa gran casa común que ha sido la UNAM, aun para quienes no tuvieron el privilegio de pasar por sus aulas.
 
También estoy convencido del absurdo, porque no se trata de un movimiento social o masivo, ni siquiera remotamente semejante al 68 o al 71. No estamos en presencia de reivindicaciones sociales que en su tiempo significaron un antes y un después para el país. Se trata de un grupúsculo que exige impunidad para seis estudiantes que delinquieron abiertamente al agredir y lastimar a un grupo de trabajadores del CCH que por resultar lesionados presentaron las denuncias correspondientes. Una pandilla en la que están incluso alumnos ajenos a la UNAM, como el estudiante de la UACM que ayer se mostró en la primera plana de EL UNIVERSAL, orgulloso de haber perdido un ojo en los disturbios del 1 de diciembre y ahora ocupante festivo de la Rectoría.
 

En pocos días de secuestro, ya son múltiples los trastornos que esta ocupación violenta —a mazazos y golpes— ocasiona: retraso en el proceso de exámenes de admisión, registro de calificaciones, pases reglamentados y pagos laborales al personal académico; sin contar los destrozos que al interior puedan estar ocasionando los embozados que se han apoderado de Rectoría con el lema desquiciado de “Educación pública y gratuita para todo el pueblo”, como si alguien estuviera proponiendo lo contrario.
 
Sin embargo, lo más doloroso es que una institución tan fuerte de raza y espíritu pueda parecer tan frágil e inerme ante el ataque de un grupo delirante. Eso es lo que más indigna de una situación que cada día que pasa multiplica geométricamente su perjuicio.
 
Por ello, hay que estar con toda convicción con el rector José Narro, quien enfrenta ahora uno de sus desafíos más grandes desde que encabeza a nuestra UNAM. Hacerle sentir que no está solo. Y que nos unimos a él, como una sola voz cuando afirma: “Exhorto a quienes indebidamente han tomado nuestras instalaciones a que las desalojen de inmediato y a la comunidad universitaria que se exprese sin violencia, con inteligencia, legalidad y movilización pacífica y prudente”; “el diálogo es la manera de atender las diferencias, pero éste debe ser real y sin violencia, planteado para entender y resolver, y de ninguna manera para confundir y derrotar”; “lo digo con toda claridad y contundencia, no habrá impunidad y se actuará a fondo y con apego a la ley”. Sí. El problema es que cada minuto que pasa aumenta el riesgo de un enfrentamiento entre secuestradores y los auténticos estudiantes hartos de la ocupación insensata. También está claro que no puede haber diálogo si sus ocupantes no desalojan la rectoría. Y lo del apego a la ley pasa por la denuncia judicial presentada por nuestra UNAM ante la PGR. Y, sobre todo, la inteligencia y la firmeza con que habría de actuar esta última para un desalojo quirúrgico y la devolución, lo antes posible, del patrimonio de la UNAM y de todos nosotros.
 

@RicardoRocha_MX
 [email protected]
 Periodista