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Columnas y artículos de opinión
La mirada de los otros
¿Tierra de temporal o de nadie?
Tomás Rodríguez Pazos
29 de abril de 2013
alcalorpolitico.com
La tierra de temporal produce cuando la naturaleza la fecunda –si llueve en el tiempo propicio hay cosecha- “La tierra de nadie” se sustrae al derecho de propiedad, pues el primero que se apodere de ella impone su dominio sobre los derechos de otros. Esta es una alegoría del paisaje político-social de la república mexicana.
 
El viernes 1 de abril la Orquesta Sinfónica de Xalapa interpretó la pieza “tierra de temporal” de José Pablo Moncayo. Quienes estuvimos allí percibimos en la orquestación el ritual dolorido de la historia original: un pueblo agostado por la sequía, que ruega al cielo la lluvia salvífica. Sujeta a la bendición de las aguas cíclicas –que ya no lo son por el cambio climático- la cosecha se convierte en una apuesta a “fondo perdido”. Así la vida de los pueblos rurales trascurre entre la esperanza de producir lo necesario para el autoconsumo y la permanente tentación del abandono definitivo de su tierra, porque no da para vivir. La música de Moncayo no es en esta pieza un huapango festivo, sino el éxodo del campo a la ciudad.
 
Por estos días, la agenda mediática se ha concentrado en dos temáticas: La disputa de los partidos políticos por el uso de los recursos públicos, convertidos en programas sociales para la ganancia de elecciones locales o federales; y La oposición cerrada de la CNTE a la Reforma Educativa, junto a la toma de la rectoría y la exigencia de plazas magisteriales para los normalistas de Guerrero. Se visualiza y se propone la fuerza como la única salida a los conflictos. Los medios no indagan, ni analizan si las reformas –inconsultas en su origen- redundarán en beneficios tangibles para la colectividad, los oponentes radicales argumentan con garrotes y destrozos de edificios públicos su oposición. No hay mediación, no hay diálogo. La vida política resulta tan azarosa como la tierra de temporal, la nación parece “tierra de nadie”.
 

“Apaga y vámonos” se dice cuando se considera que el asunto en cuestión no tiene más remedio. La vida pública de México parece transitar por esos momentos de incertidumbre y confusión que produce la impotencia de cambiar las cosas. Los silenciosos, convertidos en sociedad civil participativa -asociaciones, gremios, feligresía, ciudadanos en uso de sus derechos- son los únicos que pueden detener este proceso de destrucción violenta. Dejar las decisiones en manos de los políticos tradicionales o de las grandes empresas y gremios corporativos ha sido el error mayor, lo estamos pagando muy caro: no tenemos ni seguridad, ni bienestar colectivo.