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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
El tiempo de la ira
Miguel Molina
2 de mayo de 2013
alcalorpolitico.com
El azar y la necesidad me trajeron a Ginebra. Había estado antes en esta ciudad porque doy un taller de manejo de medios en la Universidad local, y porque he trabajado para algunas organizaciones de las Naciones Unidas con sede aquí, pero nunca pensé que un jueves tomaría un avión y me quedaría a vivir en esta parte del mundo.
 
Así fue. De pronto, aunque no tan de pronto, me encontré caminando por las calles de Paquis, un barrio a la vez bravo y distinguido, y terminé por sentarme a la orilla del lago y bebo una cerveza mientras disfruto el tímido sol y la brisa fresca de la primavera y pienso en la patria lejana.
 
He leído la prensa mexicana, los blogs, los comentarios de propios y extraños en las redes sociales. Están llenos de sentimientos encontrados sobre lo que significa vivir en México en estos tiempos. Y lo que dicen no es bueno porque la gente vive donde puede y no donde quiere. Muchos no tienen elección...
 

Lo que me sorprende – y no me sorprende – es que un grupo de profesores haya elegido la violencia para defender sus causas, y que un grupo de estudiantes haya tomado la rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México porque "descubrió" planes de privatizar y mercantilizar la educación.
 
Pero lo que defienden los profesores tiene poco que ver con la educación y mucho que ver con los privilegios que el sindicalismo mal entendido les fue consiguiendo. Verlos vandalizando comercios, encapuchados, cegados por su ira, no es un ejemplo que sirva a los estudiantes...
 
Y los estudiantes de que tomaron la rectoría de la UNAM sirven para ilustrar el caso. Uno escucha o lee sus comunicados, peroratas teñidas de discurso político que violentan la gramática y ofenden el sentido, y sigue sin saber quiénes son ni qué quieren.
 

Todos sabemos que los profesores vándalos no representan a todos los profesores y que los malandros de la UNAM no representan a todos los estudiantes. Pero los dos grupos contribuyen a que la mala fama de maestros y alumnos - a quienes muchos consideran revoltosos de por sí - sea más mala.
 
(Ya había escrito estas líneas cuando me enteré de que los encapuchados entregaron las instalaciones de la UNAM y apedrearon las oficinas del Banco de México, cosa que no cambia la idea general de lo que se dice aquí).
 
Como siempre que algo no es claro, hay que aplicar cierto método para explicar lo que pasa. Y en este caso lo primero que hay que hacer es preguntarse quién se beneficia con los desmanes que por ahora afectan a parte del sector educativo de México.
 

Quizá hay dos maneras de ver lo que pasa. La primera supone que hay manos políticas que mecen las cunas que vemos moverse. La segunda implica que la situación del país es más seria de lo que muchos pensamos, y que lo que hacen profesores y estudiantes podría extenderse a todo el país e infectar a otros sectores.
 
Como decía al principio, ninguna de las dos posibilidades se presta para el optimismo. Los sucesos recientes en otros ámbitos del quehacer público parecen confirmar que la política en México está tocando fondo - y que el fondo se hace más y más profundo.
 
No faltará quien diga que desde el otro lado del mundo las cosas se ven de diferente manera, y tal vez tenga razón. Pero la distancia le da claridad a las cosas. Y lo que se puede ver desde acá es que - por lo que sea - hay gente que no está contenta con el país en el que le tocó vivir.
 

Veo el lago, la otra orilla del lago, el chorro inmenso de la fuente, el faro, la luz de la tarde ginebrina que se refleja en lo que puede, y siento ganas de volver a mi patria antes que venga el tiempo de la ira...