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Columnas y artículos de opinión
Hemisferios
El amigo más cercano
Rebeca Ramos Rella
6 de mayo de 2013
alcalorpolitico.com
Es el consenso. Es un extraordinario orador; un líder natural; conoce a la perfección el manejo del discurso político cercano, personalizado, ágil, conciso y moderno y además, lo refuerza con su extraordinario carisma. Él solito, sin el primer mando de la superpotencia que gobierna, es un personaje excepcional.
 
Barack Obama vino a México por cuarta vez, pero ésta, fue su primera, con un Presidente distinto y de otro partido al anterior. Y sin perder las formas, sin comprar pleitos ajenos, por esas otras ocasiones, mencionó el nombre de Felipe Calderón con quien trabajó sus primeros 4 años. Ese detalle minúsculo, el reconocimiento al antecesor de Peña Nieto, es una muestra del gran demócrata, cabal y de altura, que es Obama.
 
En su época no le había tocado tratar con el estilo, el peso de la historia, la sólida estructura del gran partido. Seguramente mucho ha leído del PRI, del antiguo, el arbitrario y del suprapresidencialismo que acuñó, durante 71 años desde el trono del  Tlatoani. Esa estructura añeja y viciada por el ejercicio del poder y también, un entramado institucional que durante diversos procesos históricos nacionales, ha construido este país.
 

Es posible que Obama conozca el proceso interno de adaptación que el PRI tuvo que maniobrar, para ser una oposición “responsable” durante los 12 años que el PAN tuvo la Presidencia de la República y el PRI fungió como la primera mayoría en el Congreso Federal, en los estatales y en los gobiernos estatales. Obama sabe de lo competido que resultó el proceso electoral federal de 2012 y casi aseguraría que ha profundizado bien, muy bien, en las propuestas, las acciones, los compromisos de Peña Nieto, que le dieron el triunfo y que sigue tejiendo desde el Palacio Nacional.
 
Pero si Obama, el estadista, el gran negociador y conciliador, puede tratar con Netanyahu o con las monarquías árabes y hasta con el reelecto, ya casi vitalicio, Vladimir Putin, por qué no habría de departir con un PRI, que tiene su andar escrito en la historia nacional y en la relación bilateral desde hace décadas, con todas las formas y los estilos que esa cercanía determinada por la frontera de más de 3mil kilómetros, obliga a sobrellevar.
 
Lo que subrayo es que para bien de EUA y de México, esta vez el gran líder mundial compartió con un PRI que está intentando alejarse de las etiquetas del pretérito, que está luchando por renovarse a sí mismo, para poder hacer resurgir al país que ahora gobierna. Y hay que subrayar que a poco más de los primeros 100 días de su segundo mandato, primero viajó a Medio Oriente y después, a México, el  primer país de América Latina que visita. Esto nos señala que en su agenda internacional, México es asunto de prioridad.
 

Obama ciertamente ha estudiado el sistema político mexicano, que en muchas universidades extranjeras es tema aparte; es motivo de doctorado y hasta especialidad, dada la complejidad de su existencia,  de sus contradicciones, de sus alcances y desaciertos. Obama, un hombre insaciable en la lectura y en el análisis político, tiene muy claro quién es su vecino al sur; cómo opera la política y la economía; la cultura y la sociedad en este país y además, sabe que el Presidencialismo Mexicano, es una vertiente con distintivo propio del Presidencialismo estadunidense.
 
Pero también tiene el horizonte muy definido en razón de que, para conocer a América Latina, -la zona de influencia de la superpotencia que comanda-, desde los orígenes hasta el presente, hay que empezar por estudiar y adentrarse mucho en México, la nación contigua que le surte mano de obra a Estados Unidos; que es el primer comprador de sus exportaciones; que es el dolor de cabeza por la migración, las drogas, el tráfico ilícito, la violencia; es la vecindad estratégica y a veces, la difícil.
 
Y a diferencia de su recién nombrado Secretario de Estado, el nefasto John Kerry, quien ya de entrada, descaró su óptica arcaica en la política exterior hacia México, cuando derrapó en aquella concepción antigua, soberbia y despectiva, en público y aseveró que México “es el patio trasero”…ahora, no le quedó más remedio a Obama que venir a decirnos que ese mito y otros prejuicios, deben superarse, deben sepultarse.
 

Bien por el Presidente, aunque seguimos extrañando a la señora Hillary Clinton, quien jamás hubiera ofendido así a México ni al resto del continente al sur. En fin.
 
En estos 4 años y meses, he dado un seguimiento agudo y puntual del gobierno de Obama. El estudio constante de la relación bilateral es importante. Hay que conocer bien a Estados Unidos, sin pasiones, sin resentimientos, sin subjetividades. Es el país más poderoso del orbe y es nuestro adjunto. Estamos pegados a ellos por la geografía, por la historia, por la economía y la cultura. Al mismo tiempo que los admiramos y nos referencia en estilos, también nos genera opiniones encontradas.  Es complejo verlos como amigos, como aliados, que lo son; pero verlos como los enemigos, la amenaza, los patrones que subyugan, nos observan y nos someten, es tener muy corta la perspectiva y bastante sesgada.
 
Obama proclamó un cambio desde que llegó, porque el cambio empezó  por él mismo, cuando él, un afroamericano, ganó la Presidencia de su país. Él es quien rompió los paradigmas. Así que su gobierno ha sido un jaloneo intenso, adentro, para derrumbar los mismos mitos que él ha padecido allá.
 

Por eso, es tan interesante analizar sus mensajes al orbe. Obama se propuso desde el inicio, mejorar la relación de su país con el resto del mundo; ser más respetuosos, construir consensos, alianzas, acuerdos, más que doblegar o advertir con imposiciones y arbitrariedades. El “Power Intelligent”, la política exterior de ejercer el poder con inteligencia en el mundo, apela a esa nueva doctrina, la de la corresponsabilidad, la de la ley, la del respeto, la de la alianza entre iguales.
 
En la estricta caza de sus pronunciamientos en el exterior, considero que muy pocos discursos de Obama superan a algunos muy memorables. Cito los mejores: el discurso frente a jóvenes musulmanes de la Universidad de El Cairo, el 4 de junio de 2009; el de la recepción del Premio Nobel de la Paz, ese mismo año; el discurso del 25 de septiembre de 2012, ante la Asamblea General de la ONU y hay varios destacados en lo doméstico, aunque uno de lo más admirables, sin duda, es el discurso de su victoria electoral para su segundo mandato, que entre lágrimas y gratitud y enorme modestia, dio la noche del 21 de enero de este 2013.
 
Y creo que el de esta visita a México, en el Museo de Antropología, pasará como una de sus más relevantes piezas de oratoria y mensaje político.
 

Ciertamente sus palabras hicieron sentir que hay un relanzamiento de la relación bilateral y fue más allá. Obama dio señales claras de que él conoce muy bien la historia de México y como lo hizo en campaña, nos habló en español. Tocó las fibras sensibles de los mexicanos cuando dijo “México, lindo y querido”; cuando mencionó a Juárez, a Hidalgo a Paz y a Sor Juana.
 
Les habló a los jóvenes de este siglo, como ellos entienden y se convencen mejor, directo, en concreto y con una buena dosis de esperanza con certidumbre. Reconoció y señaló las resistencias, los erróneos estereotipos que han opacado y hasta tensado una relación compleja e irremediable. Fue amistoso, fue cálido. Nos dijo que es nuestro amigo, que está cerca y que no se va a meter, pero que los mexicanos contamos con él. Y otorgó su voto de calidad a los cambios que México sigue viviendo; a las reformas impulsadas por este gobierno.
 
En un mensaje de 25 minutos, describió un México que él ve desde afuera, quizás un México que no percibimos del todo desde dentro. Esta es la esencia valiosísima del discurso de Obama: él nos reveló un bosquejo, una visión de cómo estamos siendo observados allende fronteras.
 

Habló de lo que México está edificando: una profundización de la democracia;  más prosperidad; más diversificación comercial; repunte en desarrollo de tecnologías y en el crecimiento macroeconómico y en gobernabilidad, que selló cuando remarcó en la realización de la Cumbre del G20, en Los Cabos, por vez primera en una sede latinoamericana, lo que en verdad fue un reconocimiento implícito al gobierno de Calderón, a la gobernabilidad, a la seguridad y al crecimiento económico nacional; porque los líderes de los países más poderosos, así han visto a México, como un actor fundamental en la arena de naciones.
 
Obama aplaudió las reformas de este gobierno y, como lo ha repetido, aquí y allá, en una honestidad abierta que siempre le hemos valorado, volvió a abordar la enorme responsabilidad de su país en la violencia en México, en la compra y venta de armas; en el consumo de drogas en EUA, su país, el mercado líder en el orbe y también, el destino de las varias actividades criminales alrededor del flagelo del narcotráfico, que se dan en ambos lados de la frontera.
 
Abordó la cuestión de la venta de armas y de la migración, dos temas en discusión doméstica en el Congreso, que tienen que ver con México. Volvió a comprometerse en avanzar en la regulación de la venta de armas de asalto en la frontera, que han sembrado dolor y muerte a muchas familias mexicanas y en arreciar las políticas públicas de su gobierno, para que el enfoque de combate contra el narcotráfico, sea desde la salud pública, la prevención en el consumo de drogas y en la rehabilitación y por supuesto, volvió a soslayar la posibilidad de la legalización.
 

Refrendó su admiración por la aportación de los paisanos en la economía y política, en lo cultural y social en su nación. Como un político de sensibilidad política exacerbada, no dejó pasar la oportunidad para enterarnos que tanto le importa México y la región, que hasta una de sus hijas está estudiando español. Genial.
 
Remachó el compromiso y su esperanza de que la Reforma Migratoria o lo que es la Iniciativa que se negoció en Comisiones legislativas, con los republicanos contras, pueda prosperar, al reconocer el apoyo, el peso político económico y cultural de los millones de mexicanos que allá viven, muchos en las sombras y muchos ya legalizados y de los descendientes ya nacidos allá o crecidos allá, los llamados “Dreamers” y se erigió humilde cuando cerró su párrafo diciendo que, si no hubiera sido por el apoyo de los migrantes mexicanos, él, hoy,  no sería Presidente de los Estados Unidos, por segunda vez. Ni discutirle.
 
Obama asentó todo el respaldo y todo el respeto para que en México haya más éxito y prosperidad que, por supuesto significa, menos migrantes indocumentados y mayor garantía de seguridad en “su frontera sur”, porque esa es la prioridad en el interés y en la seguridad nacionales de su país y es la condición republicana incambiable, para votar a favor del intento más ambicioso y más parecido a una Reforma Migratoria, en Estados Unidos, en los últimos tiempos.
 

Así que remarcó en los 5 acuerdos bilaterales logrados con Peña Nieto para que México crezca: más comercio y empleos; más infraestructura común; energías renovables e inversiones verdes; más intercambio en educación y en innovación, investigación y desarrollo.
 
Emotivo, entusiasta, sólido, les dedicó sus mejores frases a “los soñadores” mexicanos; hasta citó “La Raza de Bronce” de Nervo. Los llamó a enorgullecerse de su pasado y de sus orígenes y a verse como la generación del futuro, como ciudadanos responsables en el presente y de su porvenir.
 
Citó un verso del Himno Nacional, para encender a los presentes y a los lejanos, en la asunción del compromiso y de la gran responsabilidad que los jóvenes tienen con el país: “…ustedes son los hombres y las mujeres  que llevarán a México al justo lugar donde merece, como ustedes orgullosamente cantan: ‘en el cielo tu eterno destino por el dedo de Dios se escribió’…”. Estrujante.
 

Mención aparte. Obama, sabiendo que somos un pueblo mayoritariamente católico, hizo referencias religiosas, a la Virgen de Guadalupe y no faltó el “God bless you” en español para culminar su disertación.  Estupendo su discurso en verdad. Quizá el mejor que haya venido a decirnos.
 
Más allá de los acuerdos y de la política; de la satisfacción del Presidente Peña Nieto por los elogios de Obama a sus alcances en tan poco tiempo; por el espaldarazo público que alienta al Gobierno federal a continuar cumpliendo como lo prometió; al acuerdo respetuoso sobre la cooperación bilateral en los temas de seguridad; además, a saberse bien monitoreado y apoyado por el gobierno del norteño vecino, Obama encantó a la audiencia de aquí y de allá.
 
Sedujo a los jóvenes y a todos los que lo escuchamos, a quienes nunca aburre. Obama apretó las emociones; conquistó con su sencillez, su excelente dicción, sus enunciados y arengas puntuales y sus reflexiones balanceadas. Hasta con su amplia sonrisa y su trote energético y preciso para subir y bajar de las escalinatas del Air Force One.  Esta vez no hubo protestas ni mentadas afuera de la Embajada, ni marchas de inconformes, ni apatía. Nada más faltó llevarle serenata.
 

Nos habló en español; nos habló de lo que somos, de nuestra historia, de los próceres, de la Virgen y del Himno; de lo que tenemos y de lo que podemos superar y vencer. Muy lejos se quedaron la prepotencia, la sensación vacía y roñosa que han dejado otros Presidentes de allá, cuando han venido a México; salvo Clinton en su momento, quizás.
 
Muy lejos, quedó, ya en las reseñas del pasado, la postura del Gobierno mexicano, a veces un tanto ceremoniosa en exceso, hasta de servilismo enmascarado, frente a los hombres más poderosos del mundo, cuando nos han visitado. Ya no.
 
Esta vez, Obama logró que todos sintiéramos y entendiéramos todo su apoyo, su comprensión de la realidad nuestra, su proyección de lo que desde ahora, puede ser una relación binacional, más entre iguales, con mayor confianza; sin rencores, sin reticencias ni remilgos.


Así se vio y se oyó Obama. Con la integridad del gran líder que es, como el amigo más cercano, que se llevó el día. Lo demás, los resultados, las palabras en las acciones,  ya se verán.

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