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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Los jovenazos de los juicios orales
Miguel Molina
16 de mayo de 2013
alcalorpolitico.com
Entramos a la sala del juicio. Los fiscales revisaban documentos, hablaban en voz baja, se reían en voz baja. Más allá, los abogados de la defensa revisaban documentos, hablaban en voz baja, se reían en voz baja. Los acusados miraban a su alrededor en silencio. El público callaba.
 
Entró el juez y nos pusimos de pie. El juez se sentó y nos sentamos. El muchacho se sentó junto a mí. Olía a tienda de aeropuerto, a perfume caro, a traje de Hugo Boss, a zapatos de Salvatore Ferragamo, a corbata de seda de Hermes, a Rolex (de acero pero Rolex), a tinta de Mont Blanc, a cuaderno de Moleskine.
 
Se quedó con la pluma en el aire. Había comenzado la audiencia y un abogado interrogaba al primer testigo de la mañana. El juez lo detuvo con un ademán. "No puede preguntarle al testigo que declare sobre cosas que sabe solamente de oídas", dijo el juez. El abogado cambió su pregunta.
 

El muchacho me miró. Yo tomaba notas. El testigo habló. El abogado hizo otra pregunta. El testigo respondió. Otro abogado expresó una objeción que el juez rechazó con un gruñido. El muchacho me miró otra vez. Yo seguía tomando notas. "No chingues, hermano", me dijo el muchacho. "Escribe en español. No sé qué está pasando".
 
El jovenazo era corresponsal de un periódico mexicano, y no hablaba inglés ni había tenido ni el tiempo para enterarse de cómo son los procesos orales ni la disposición de hacerlo. Durante dos semanas fue todos los días al juzgado. Llegaba tarde, envuelto en sus aromas, y seguía la audiencia con expresión ausente.
 
Quién sabe qué habrá escrito. La ley es una vaina complicada, y más si uno es ajeno a la idea de que es necesario regular las relaciones entre las personas, y entre las personas y el Estado. Pero la historia del colega elegante pasó hace veintitantos años y en Estados Unidos. El riesgo es que dentro de poco podríamos ver en México a otros jovenazos como el de entonces.
 

Es cosa seria porque la ley es cosa seria, pero más que nada porque no todos los periodistas tomamos en serio la idea de dar a cada quien lo que cada quien merece según su derecho. Basta leer los periódicos y los sitios de internet para darse cuenta del tamaño de esta omisión.
 
Hasta ahora, nuestra prensa ofrece un excelente muestrario de calumnias, difamaciones, inexactitudes invasiones de la privacidad y otras ofensas que lastiman el honor de las personas y violentan el espíritu de las leyes sin que los responsables de las redacciones hagan nada para evitarlo porque no saben o no quieren saber.
 
En muchos casos, los periodistas se han convertido en voceros de los policías y repiten de manera automática y natural fragmentos de actas y de partes sin preocuparse mucho por establecer los hechos. La prensa - que se erige en defensora del bien común - ha sido cómplice. Los periodistas, y los policías y no pocos jueces, han preferido olvida que la ley privilegia la inocencia desde mucho antes de la reforma que ahora sorprende a propios y extraños.
 

Pero la prensa no es ni actor ni parte del proceso judicial. Sería más grave que policías y jueces y abogados ignoraran las nuevas formas, irónicamente semejantes a las viejas reglas que nadie tomaba en cuenta. Lo que vamos a ver es justicia pública, algo se va a hacer o deshacer ante los ojos incrédulos o asombrados de la gente.
 
Para cambiar se necesita un esfuerzo general, un ejercicio colectivo, una voluntad que someta al escrutinio popular cosas que hasta ahora se habían hecho a la sombra de los juzgados y al amparo de expedientes cuya integridad pocos podían garantizar, porque ahora como nunca tenemos que volver a creer en la justicia.
 
Es verdad que el sistema adversarial no va a resolver de golpe los viejos problemas de la justicia, como la corrupción y la incompetencia, como se han apresurado a señalar algunos. Uno pensaría que los pesimistas prefieren que todo siga como está. Pero los pesimistas se equivocan.
 

Un clásico dice que para nacer hay que destruir un mundo. Otro clásico dice que si uno quiere resultados diferentes no hay que seguir haciendo las cosas como siempre. Los dos tienen razón. Todos tenemos que aprender esta nueva forma de hacer las cosas...
 
Tal vez en el fondo lo que uno quisiera es que - como todos los colegas - el jovenazo volviera a la sala del tribunal oliendo a tienda de aeropuerto, sacara la Montblanc y escribiera la historia que tiene que escribir como quiere la ley y necesitamos los lectores en particular y todos en general.