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Columnas y artículos de opinión
Plan B
Carta al procurador Murillo
Lydia Cacho
20 de mayo de 2013
alcalorpolitico.com
Señor procurador: 60 minutos tarda usted en la sobremesa en El cardenal con los senadores del PRI, treinta minutos leyendo el resumen de notas sobre su gestión. Pero cómo tardó en recibir a las madres de las desaparecidas que se vieron obligadas a sentarse en tiendas de campaña frente a su oficina. Como está usted muy ocupado aquí le facilitamos algunos datos que le ayudarán a encontrar a algunas de las desaparecidas.
 
En diciembre de 2010 Nazario Moreno González, líder de La Familia, murió en un tiroteo; desde entonces La Familia, como otros cárteles se escindió en diversos grupos. En 2013 la Familia se ha fortalecido y opera en pequeñas células que se han repartido las regiones de los tres estados que controlan. Pero eso ya lo sabe.
 
Desde el Operativo Conjunto Michoacán, las fuerzas armadas y la policía federal han ultimado a varios miembros y detenido a cabecillas; a todos se les interroga sobre la producción y venta de drogas, pero ha quedado oculto uno de los delitos que persiste con mayor crudeza en la región: el secuestro, violación y esclavitud de veintenas de niñas y adolescentes otomíes, purépechas, nahuas y mazahuas. La trata de personas de los cárteles, ¿le suena conocido?
 

En 2010 gente de Nabor Pérez Chaires, miembro de La Familia, amenazó a Martina y a su esposo para que entregaran su tierra. Su hija de 12 años, oculta detrás de la milpa fue hallada por dos pistoleros. El jefe le dijo a Martina que esa niña era suya, porque Dios así lo quería. Desde mayo del 2010 no ha sabido más de ella.
 
Un estibador del Puerto Lázaro Cárdenas fue testigo de cómo la gente de Francisco López Villanueva, alias El Bigotes, líder de La Familia Michoacana antes de ser detenido, regalaba a quienes cumplían con los compromisos de trasiego (incluidos policías) a jovencitas raptadas para ser esclavas. “Primero las violan y como son niñas pus ni saben, luego les dicen que están cogidas y nadie las va a querer. Las ponen a fregar y a cocinar y las hacen sus mujeres”.
 
Le recuerdo que los estudios presentados en el Congreso muestran que 45% de las niñas víctimas de trata para mendicidad y rescatadas de burdeles fronterizos, son indígenas. Su edad, y el hecho de que hablen idiomas diferentes les imposibilita el acceso a la información que les permita encontrar oportunidades para escapar o pedir ayuda. La discriminación racial y de género así como el abandono de las zonas indígenas de Michoacán, han dejado a estas pequeñas y a sus familias en una vulnerabilidad total. Incluya Oaxaca y Chiapas y todos los estados donde se hablan lenguas indígenas.
 

Juan Carlos Cruz Estrada o Nabor Pérez Chaires, Jesús Méndez Vargas El Chango, Francisco López Villanueva El Bigotes, entre otros narcotraficantes señalados por personas de Michoacán, cuyas hijas han sido raptadas, están encerrados en reclusorios federales. Se les interrogó sobre su pertenencia a La Familia y a los Templarios, confesaron sus negociaciones con Zetas, se les inquirió sobre la tortura, decapitación y asesinato de cientos; pero ninguna autoridad, incluido usted, ha intentado averiguar cuántas niñas y jóvenes han esclavizado y cuál es su paradero. Ellos lo saben, ¿tendrá usted tiempo para ordenar que los interroguen?
 
Ellas son las mujeres y niñas secuestradas, violadas, y obsequiadas como trofeos humanos, como preseas de guerra en un México narco. Aunque la autoridad olvide las historias, nosotras no las olvidamos.
 
Las eufemísticamente llamadas “desaparecidas” son víctimas de un país racista y sexista que se ha olvidado que solamente en Michoacán hay 250 mil indígenas cuya pobreza les arrebata, incluso, el derecho a ser vistas por las autoridades, en este caso por usted, señor procurador. Sus madres las buscan, y es obligación de la autoridad no dar por hecho que si terminaron en manos de narcos “porque algo buscaban”. Es irresponsable culpar a las víctimas de su destino violento y mortal. Un buen trabajo profesional podría abrir la puerta para encontrar a algunas de esas chicas y conocer su paradero. Por eso hemos de exigir que se escuche la voz de las madres, que no se olvide a las hijas desaparecidas por los cárteles y se interrogue sobre ellas a los detenidos que, sabemos, guardan el secreto.
 

@lydiacachosi
 Periodista