icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
Prosa Aprisa
Peña, marca ya un hito
Arturo Reyes Isidoro
31 de mayo de 2013
alcalorpolitico.com
El arte de la política es una construcción plural, un juego entre diversos intereses, que para ser manejados con cordura exigen primero ser aceptados como tales por las partes beligerantes.
 
Esta afirmación la hace el historiador veracruzano Enrique Florescano en su libro Historia de las historias de la nación mexicana, un texto que recién empecé a leer con interés, que, por cierto, me obsequió el Subsecretario de Gobierno, Enrique Ampudia Mello.
 
Florescano dice que eso jamás lo percibieron los grupos que combatieron en la arena nacional entre 1821 y 1846, y que por eso ensayaron sin éxito las más variadas formas de organización política: monarquía constitucional, república federal, república central, dictadura.
 

En su libro, el historiador, investigador, académico, veracruzano distinguido, aborda las principales interpretaciones de la historia que en distintas épocas trataron de explicar el pasado mexicano.
 
Pero ahora, el texto lo tomo como referencia porque tal pareciera que Enrique Peña Nieto ha aprendido de la historia y entiende el arte de la política como la define Florescano: como una construcción plural, como un juego entre diversos intereses.
 
Me llama la atención lo que el autor apunta y que da a entender: que para tener éxito en política, las partes beligerantes, opositoras diríamos ahora, que participan en ella, deben aceptar los diversos intereses y entender que se trata de un juego, de un juego de intereses.
 

El actual Presidente, con el sonado caso por la denuncia de la existencia de una estructura electoral paralela oficial para ayudar a ganar a los candidatos del PRI, puesta al descubierto en Boca del Río, tal parece que aplicó esa afirmación y ha obtenido el éxito para lo que pretende.
 
Creo que conforme pase el tiempo, a la distancia, se va a valorar en toda su magnitud la inmejorable oportunidad que le dieron algunos priistas mapaches veracruzanos (hay que ser justos, no todos, no la mayoría) para demostrar no sólo su habilidad política sino la concepción que tiene de ella.
 
Prácticamente nadie ha reparado –al menos eso creo– en que el mexiquense tomó la pelota de botepronto, con toda la fuerza que llevaba, que por un grave error del equipo de casa la batearon los adversarios, y realizó una jugada inteligente para terminar luciéndose.
 

Peña Nieto, no obstante lo espectacular de su arranque y la aceptación y reconocimiento que ha tenido su corto gobierno, incluso en el plano internacional, necesitaba legitimarse plenamente luego de que la izquierda lo acusó de ganar cometiendo fraude electoral, utilizando recursos indebidos como el del caso Monex y el de Soriana.
 
Era claro que tenía y tiene otras prioridades antes de la Reforma Electoral, pero el caso de Boca del Río lo obligó a hacer un paréntesis por el tropiezo que significó para su partido y para su gobierno la denuncia del PAN y quiso mostrarse como el demócrata que quizá en serio quiere ser.
 
Si se acusó a Peña Nieto de ganar haciendo fraude aunque la mayoría lo legitimó en las urnas, no dejó de persistir la duda entre algún sector de la población. Había que tratar de revertir ese señalamiento con hechos, demostrando que él mismo no permite ni va a permitir prácticas ilegales en los procesos electorales.
 

Con todo y lo que se le quiera y se le pueda cuestionar, en verdad, el Presidente marca ya un hito en la historia política de México: es el primero que no sólo acepta públicamente una denuncia de la oposición, sino que decide actuar en consecuencia contra miembros de su propio partido.
 
Nunca antes se había dado un caso así. Es cierto, los presidentes priistas habían destituido gobernadores priistas, habían destituido alcaldes priistas, habían congelado a legisladores priistas para que no llegaran al Congreso de la Unión o los habían desaforado, pero actuando en venganza por alguna grave indisciplina contra el régimen priista en el poder.
 
La impunidad de los políticos en el poder y de sus correligionarios se convirtió en una cultura. Hasta ahora, antes, los presidentes protegieron a los miembros de su propio partido, en cargos partidistas o en gobiernos, y pese a acusaciones incluso con pruebas, nunca permitieron que se les castigara.
 

Por eso cobra valor la decisión de Peña Nieto. No sólo despidió a funcionarios de su gobierno que trabajaban en la delegación de Veracruz, sino que no salió en defensa de los miembros señalados de su partido y ordenó que se les enjuiciara legalmente como se lo demandaba la oposición.
 
Peña Nieto es un político profesional, inteligente, sensible, excepcional, a mi juicio. Es de mentalidad abierta, no tiene una visión obtusa del poder. Escuchó y aceptó reclamos de sus opositores. Y cedió a sus pretensiones de cara a todos los mexicanos. No tuvo miedo del qué dirían, de si le doblaban las manos o lo derrotaban.
 
Él tiene organizada su propia fiesta. Algunos de sus chiquillos se han portado mal. Los otros niños le han reclamado. Para contentar a éstos, los ha sentado a la mesa del enorme pastel y a unos les ha dado el muñeco, a otros las velitas, a aquellos el merengue, a estos las cerezas y los ha dejado contentos, pero conserva todo el pastel. Los inconformes incluso han aceptado ayudarlo ahora a hacerse no sólo de todo el horno sino de toda la pastelería que constituye el Pacto por México.
 

El mexiquense le ha dado plena vigencia a la pluralidad y ha jugado correctamente, para su beneficio, el juego de intereses. Ha cumplido al pie de la letra con la receta de Florescano. Cedió, no se obcecó ni pretendió imponerse por la fuerza. No trató de pulverizar ni destruir la alianza de la oposición. Tiene muy claro que lo que resiste apoya. Pero tiene inteligencia y habilidad política sobre cómo lograrlo.
 
Conforme se han venido desarrollando los acontecimientos políticos luego del sonado caso de Boca del Río y sus consecuencias, pareciera que, de todos modos, la cultura de la ilegalidad electoral no será fácil de erradicar y que el presidente Peña Nieto tiene en sus propios correligionarios de partido a los más resistentes al cambio: se niegan a dejar de querer hacer trampas, a inaugurar una nueva etapa en la vida política del país.