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Columnas y artículos de opinión
La pomarrosa
Guillermo H. Zúñiga Martínez
1 de junio de 2013
alcalorpolitico.com
En la década de los cincuentas del siglo XX, era común encontrar en los patios de las viejas casas xalapeñas, árboles de pomarrosa. Recuerdo muy bien el sabor de su fruto y principalmente su aroma, despide un perfume natural extraordinariamente subyugante.
 
En el transcurrir de los años esos arbustos han ido desapareciendo; a los paisanos se les olvidó que es muy importante sembrar árboles propios de la región, que fructifiquen y que la población pueda saborear ese producto, así como lo hace con los naranjos, nísperos, guayabos, limones, etc., igual que en Actopan, donde en plena calle plantan -y se desarrollan- hermosos mangales, de tal manera que es sencillo para la población cortarlos y paladearlos.
 
En la oficina que utilizo para sensibilizar las teclas y cumplir con la entrega semanal de un trabajo de reflexión para ser publicado, observé que en el reducido patio había un lugar en el cual se podría sembrar un arbusto. Pensé que lo mejor sería conseguir semilla para hacerla germinar y que prohijara una pomarrosa. Así lo hice. Como se sabe ampliamente, este producto tiene su origen en el Yambo, que es un árbol perteneciente a las mirtáceas, cuyo origen es la India Oriental y que se encuentra muy difundido en Las Antillas; llaman mucho la atención sus hojas opuestas y lanceoladas porque son inflorescentes, pero lo más valioso es que origina la pomarrosa.
 

Cuando la planta había alcanzado 40 centímetros de altura, me dí cuenta de que tenía una herida en el nacimiento del tallo. Me sentí mal, porque la invasión de algunos hongos la había atacado; la planta sufría, se notaba, la madera reflejaba deterioro y la plaga iba avanzando con la amenaza de destruirla. Procuré abonarla, supliqué a un amigo que le aplicara substancias curativas y al poco tiempo la planta respondió de manera vigorosa al grado que, a pesar de su corta edad, empezó a dar sus primicias y cuando se habían transformado hasta mostrar filamentos verdaderamente bellos, un fuerte aguacero los acabó. Ahora, nuevamente estoy esperando que su maravilloso funcionamiento le permita seguir creciendo y fraguar nuevos productos.
 
El crecimiento de un ser vivo siempre es difícil. Exige cuidados, paciencia y mucha fe, porque su desarrollo está amenazado por plagas, virus, bacterias, agentes patógenos que no se muestran y reclaman del hombre estudio, atención, experimentos, ensayos y sinnúmero de acciones que deben realizarse hasta encontrar las mejores formas de conducir al organismo para que llegue a su desarrollo completo.
 
También existen factores en contra de los cuales se debe luchar sin cansarse nunca y cuando se piensa que ya todo está hecho, realizado, sobrevienen otros elementos que nos enseñan que la obra está en su plena construcción y se requiere mayor esfuerzo. Eso es lo que necesitamos entender y aceptar, porque las condiciones externas poseen su propio lenguaje para decirnos que tenemos que fortalecer nuestra voluntad para aceptar lo que no podemos cambiar.
 

Creo que lo que se impone es analizar lo que tenemos, lo que está enfrente de nosotros y escuchar lo que nos reclaman y tratar de hacer lo posible por atender esos gritos de dolor que a veces se desprenden del propio silencio.
 
Por más que los científicos y los ateos nos digan que somos producto de la evolución, no puede el ser humano renunciar al más profundo de los sentimientos y decir qué debemos creer para alcanzar lo que el conocimiento no logra dominar. Eso se llama fe, esperanza y convicción.
 
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