icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
Tierra de Babel
Don Pancho y Panchito
Jorge Arturo Rodríguez
20 de junio de 2013
alcalorpolitico.com
A mi entrañable amigo Don Pepe,
para muchos inadvertido, olvidado,
ahí en la Hemeroteca del Congreso de Veracruz.
Que en paz descanse.
 
Hace unos días, la consultoría Salles Sainz Grant Thornton informó que México ocupa la sexta posición de los países menos burocráticos en el mundo, con lo que se sitúa en el nivel de Irlanda y Dinamarca. Bien, pero la percepción de los mexicanos que padecemos en carne propia la burocracia, es que aún ésta sigue siendo un animal enorme y de mil cabezas.
 

Quizás hayan disminuido tantito los engorrosos trámites, pero, ¿qué tal su costo? Dicen que la administración de Felipe Calderón tuvo una de las burocracias más caras del mundo. Quién sabe cómo ande ahora la burrocracia con Peña Nieto, pero no creo que haya cambiado mucho.
 
En fin, que como dijo Jorge Ibargüengoitia: “Para mi gusto, las vidas de los burócratas no han sido suficientemente exploradas más que por ellos mismos”. Y tiene razón.
 
Por eso, disfrutemos tantito de lo que escribió Ibargüengoitia, en su artículo “Vida de burócratas. Héroes del montón”.
 

Dice así: “En la oficina de Hacienda de una ciudad de provincia había dos personajes centrales. Los dos se llamaban igual: Francisco Canaleja, pero no eran parientes. Para distinguirlos se les llamaba don Pancho y Panchito, respectivamente.
 
“Don Pancho era el jefe de la oficina. Era gordo, diabético, miope y con tres papadas. Panchito, en cambio, era un empleado común y corriente. Era como un ratón listísimo: chaparrito, pelo engomado, bigotitos, un color cadavérico, muy nervioso y muy eficiente. Tenía en las puntas de los dedos y de la lengua, todos los intríngulis y recovecos del procedimiento hacendario. Sabía cuántas fotografías se necesitaban para sacar un permiso para vender jícamas; cuántos testigos tenían que comparecer en el caso de que el aspirante a una licencia de empujar carretones no supiera escribir; cuánto era el noventa y seis por ciento de treinta y dos y cuánto el doce al millar de sesenta.
 
“Estas cualidades de Panchito Canaleja lo convirtieron en el cerebro de la oficina, y a su escritorio, en el centro de reunión más importante.
 

“Cuando algún contribuyente serio entraba en la oficina a hablar con don Pancho, la entrevista terminaba irremediablemente con éste diciendo:

—Pregúntele a Panchito.
“Los demás empleados, que eran una docena de egresados de la
 
Escuela de Comercio y Administración "Doña Josefa Ortiz de Domínguez", tenían que consultar con Panchito cuando menos seis veces diarias cada uno.

 
“Panchito, por su parte, no se conformaba con el sueldo que recibía en la oficina y hacía trabajos por su cuenta. Él era el único, en todo el municipio, capaz de llenar unas formas que se llamaban "Declaración de Reducción de Ingresos", que tenían que rendir todas las personas que vendieran parte de sus propiedades.
 
“Pues bien. Aquí viene la moraleja de esta historia. Panchito Canaleja era tan eficiente y tan capaz que tuvo catorce oportunidades para ascender a puestos más exaltados. Catorce veces don Pancho Canaleja se opuso, porque Panchito era indispensable en la oficina. Panchito aceptó esto de buen grado, porque su ambición consistía en llegar a ser rey en donde había sido durante tantos años eminencia gris. Es decir, en ocupar el puesto de don Pancho.
 
“No se le concedió, porque cuando don Pancho se jubiló, fue sustituido por un compadre del gobernador. En la actualidad, Panchito, ya un viejo, sigue siendo el cerebro de la oficina, porque el nuevo jefe resultó igual de incompetente que el anterior. Pero si el rango de Panchito no ha disminuido, sus ingresos, en cambio, sí, porque con el nuevo gobernador llegó un experto que sustituyó la Declaración de Reducción de Ingresos por una nueva fórmula llamada Relación de Responsabilidades Constantes, que es algo que ni Panchito sabe llenar.

 
“En contraste con la historia de Panchito Canaleja está la del licenciado Rejudo, que entró hace doce años en una secretaría, recomendado desde muy alto y cobijado por muchas sombras.
 
“Este hombre es tan bruto y tan estorboso, que nadie lo quiere de subordinado. Pero como nadie se atreve a correrlo por las bendiciones que trae, se ha resuelto el problema ascendiéndolo, y nombrándolo jefe de nuevos departamentos, que no tienen más función que la de recibirlo en su seno y tenerlo ocupado. La última vez que lo vi ya estaba llegando a ministro.

“Su esposa, al comentar su carrera, dice:

—Ha subido como la espuma”.
Por lo pronto, ahí se ven.
 
Hasta la próxima
[email protected]