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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Trabajar en la clandestinidad
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
25 de junio de 2013
alcalorpolitico.com
Con toda la razón del mundo, una maestra me comenta, respecto a los programas de estudios oficiales, que “a los maestros frente a grupo, a veces no nos queda más que trabajar en la clandestinidad”.
 
El comentario es muy acertado. Es cierto que, cuando se elaboran los programas oficiales de una asignatura, sea en primaria, en secundaria o en bachillerato, los responsables, me imagino, tratan de pensar en el “alumno-medio” del país, es decir, del estudiante que está en la media estadística entre los ricos y los pobres (o mejor, los miserables), entre los niños-bien de Monterrey, Guadalajara o Querétaro y los depauperados de Tehuipango, Huayacocotla u otra población similar de Chiapas o Oaxaca, entre los hijos de profesionistas y los niños o jóvenes “yunteros”, entre los que llegan casi en limusina a la escuela y los que llegan a la escuela vespertina o nocturna o “abierta”, con los pies o los huaraches embarrados del campo cañero, entre los que toman clase en aulas con clima, pizarrones electrónicos, mass-media, etc., y los que tienen por sillas las duras piedras y por techo la sombra de un árbol, bajo un calor infernal, etc., etc.
 
A mí se me hace una tarea imposible cómo se logra concebir tal alumno-promedio, en un México con tan tremendas desigualdades económicas, sociales, educativas, culturales y demás. Por eso, cuando estamos frente a un programa de una asignatura escolar, estamos ante un abstracto que, por más que quiera ubicarse en el punto medio, termina por no ser apropiado para nadie, simple y llanamente porque el alumno medio no existe ni en el mundo de las ideas platónico. Y así, para algunos, el programa es lo mínimo que debe aprender un alumno y para otros, el máximo que se tendría que alcanzar. Cuando se aplican las evaluaciones nacionales o internacionales, los resultados lo comprueban. (Entre paréntesis: esta es una de las razones por la que los maestros recelan de la evaluación que a ellos mismos se les quiere aplicar, y tienen razón…).
 

De esto derivan algunas consideraciones:
 
1) Que teniendo un país con tal diversidad no debería haber programas únicos, sino que cada estado los elaborara en función de su propia realidad, que ya es bastante compleja y, valga la redundancia, variada. Solo de pensar en el propio estado de Veracruz, ya es suficiente para preocuparse. Desde luego, este criterio no puede llevarse al extremo de que cada escuela o cada maestro terminen por hacer su propio programa, pues la diversidad llega hasta la singularidad de cada individuo; pero ciertamente los programas, si se hacen bien, serían menos vagos.
 
2) Que esto pone en riesgo los excesos del nacionalismo extremo (o colonialismo interno, para decirlo con más precisión), es cierto. Pero así también el respeto a la diversidad empezaría a dejar de ser una postura demagógica y un eslogan del IFE y esas instituciones meramente ideologizantes del país.
 

3) En la práctica, cada escuela y, más precisamente, cada maestro tiene que partir de su propia realidad. Y su propia realidad es su particular preparación profesional, sus personales habilidades y formas de entender la práctica educativa, la escuela (edificio y autoridades) en el que labora y, desde luego, sus alumnos. Todos sabemos que, incluso si tenemos dos grupos, uno es diferente de otro, y quizá con uno logremos avanzar más y mejor que con el otro. Pero la distancia que media entre esta realidad y el programa oficial es tanta que no hay maestro que no trabaje en la clandestinidad, como dijo la maestra que cité al principio.
 
4) Lo cierto es que los maestros sienten que estos programas oficiales muchas veces son elaborados por intelectuales de escritorio que no saben lo que es respirar el polvo de gis, o son desvergonzadas copias del índice de un texto, o son simples pegotes y listados de temas sin orden ni concierto y, las más de las veces, con contenidos tan pobres que en un mes se pueden agotar sin mayores complicaciones, o son tan abstrusos que sabrá dios quién los puede desmenuzar. Tal es, caso muy concreto, del programa de Lógica que la SEP (que se pretende que se aplique ya en los CBTIS). Puedo imaginar, primero a los maestros y luego a los alumnos, descifrando los actos ilocucionarios y los perlocucionarios, o aplicando las leyes de la lógica cuantificacional para discernir los argumentos válidos de los inválidos. Y esto enseñado y aprendido en una «escuela» del rumbo por donde no pasó dios… ni ninguno de los políticos que ostentan cargos en las instituciones educativas.
 
*AME
 

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