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Columnas y artículos de opinión
En Caliente
El derecho de callar
Benjamín Garcimarrero
10 de marzo de 2014
alcalorpolitico.com
Hay en estos tiempos una enfermedad mental que se llama “legislitis” y que consiste en que, quien la padece pretende convertir en norma escrita hasta el modo de limpiarse la cola, con qué mano y hasta la ubicación del bote de los papeles, según se sea diestro o siniestro.
 
Si hay un secuestro la opinión general se vuelca en que hay que aumentar las penas a los secuestradores; si hay una violación, hay que colgar de salva sea la parte al violador a reserva de hacerle lo mismo mediante el suplicio de la silla turca o del torniquete con forma de instrumento fálico, en el que deberá sentársele, no sin antes forrarlo con un condón de cuero de jabalí hirsuto, de esos que agarran a contrapelo.
 
En fin que todo el mundo quiere hacer sus leyecitas a su modo y gusto, sin reparar en que existe un principio que si bien es cierto que no es jurídico, si forma parte de la sabiduría popular y que reza: “Dios no cumple antojos ni endereza jorobados”.
 

Hay cosas que no necesitan estar escritas en las leyes porque son parte de la naturaleza misma de los seres humanos; se vería ridícula una ley que nos diera derecho a respirar y seria estúpida una ley que nos prohibiera ver.
 
De la misma manera que resultaría absurda una norma que prohibiera la prostitución u otra que nos obligara a decir o explicar lo que no queremos dar a conocer.
 
A mi criterio, el derecho a callar, está por encima del derecho a informar, más aún cuando por indiscreción se obstaculiza la acción persecutoria de los delitos. Por que habrán de saber que hay un delito que se llama “Revelación de secretos” cuando por razón del cargo, empleo o puesto, se revela el secreto; éste delito tiene relación con otro tipo cuando quien lo comete es un servidor público, quien indebidamente quebrante la reserva que tiene obligación de guardar.
 

Pero como el que revela, siempre tiene un revelador, o sea que “Tanto peca el que mata la vaca como el que le jala la pata”, el que publica (de hacer público) los pormenores del caso, también tiene responsabilidad.
 
No hace mucho me topé con una tercia de reporteros de los modernos de grabadora y cámara de video, de esos que ya no confían ni en su saber ni en su memoria; y me pidieron opiniones, las que una vez editadas, escritas y cabeceadas; no contenía ni siquiera la intención de lo que yo había dicho. Todo lo tergiversaron a su muy leal saber y entender, el que, desde luego no era ni leal, sino desleal y manejado con la peor leche del mundo. Y que me perdone la leche la comparación.
 
Los reporteros que por obligación o por necesidad tienen que cubrir la fuente informativa que les impone su patrón, debieran tener el comedimiento de enterarse del tema que pretenden tratar, cuando menos para poder hablar el mismo idioma con su interlocutor y no escribir cosas que no se dijeron.
 

Luego pasa como aquel ciego que tomó un rallador de queso, le pasó la mano encima y comentó pensativo: “¿Quién habrá escrito tanta pendejada?”
 
Me duelo por que, cuando muy ufano me puse a ver las noticia en TV, la muñecota que las daba (las noticias, claro) dijo, que el secuestro no es un delito grave. Los que saben, deben haber pensado de inmediato que había un error, Si, el secuestro está todavía en el catálogo de los delitos graves y solo por excepción no es grave.
 
Lo recomendable es no andar haciendo declaraciones alegres, con la jiribilla que saldrá uno en el periódico o en entrevista televisiva. Y hay que recordar el adagio: ¡El que se quema con leche, hasta al jocoque le sopla!