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Columnas y artículos de opinión
Kairós
Veracruz 1914-2014. Los usos de la historia
Francisco Montfort Guillén
1 de mayo de 2014
alcalorpolitico.com
Veracruz 1914-2014.
Los usos de la historia 
 
 
Fernando Sánchez ha organizado diversos eventos, propicios para fomentar la reflexión pública a varias voces, ahora desde la Dirección General de Participación Ciudadana del la Secretaría de Gobierno. Somos muchos ciudadanos los que reconocemos su esfuerzo. Ahora me invita como ponente. Agradezco su generosidad y la oportunidad expresar las siguientes ideas.
 

La mente, como guardián de los recuerdos del pasado, nos conforma en tanto seres humanos y nos integra a ciertas comunidades. La terca memoria y el dulce olvido hacen posible nuestra historia gracias a los recuerdos, y facilitan a los seres humanos su reconstrucción de lo vivido. Experiencias que dotan a los hombres del presente de una reserva de conocimientos para modelar su vida cotidiana, ya individual, ya grupal.
 
Conservar y recordar estados de conciencia vividos junto a otros hechos asociados, es una potencia del alma que los hombres poseen para elaborar los relatos que dan cuenta de sus antepasados, de sus avances materiales y de conocimiento, de sus tragedias y fracasos. La terca memoria hace reaparecer lo que el débil relato histórico se niega en ocasiones a escribir o lo que el olvido interesado se ocupa de ocultar.
 
En el proceso de configuración del Estado/Nación, los gobiernos se han encargado de construir el relato para la transmisión de lo que debe ser conocido y valorado sobre nuestro pasado. El gobierno reconoce que la Patria carece de cuerpo visible y reproducible mediante la pintura, la escultura, la fotografía, el cine. También sabe que la Nación carece de rostro y cuerpo específico para hacerla tangible. El mismo Estado, a pesar de su enorme poder real, es un ser invisible, sin representación física específica.
 

Pero la sociedad cuenta con un recurso invaluable para visualizar su historia: los rostros de los ciudadanos que en determinadas circunstancias se han visto obligados a actuar en su defensa, y les llama héroes no sólo por su actuación armada, sino porque han beneficiado a la sociedad en sus tareas de libertad, de mejoramiento de sus condiciones de vida, mediante esfuerzos extraordinarios. Son los rostros que dan corporeidad al pasado, a la memoria, el relato histórico.
 
El gobierno tiene otra manera de actuar: construye sus relatos recubriendo la memoria nacional con el relato de la historia, es decir, mediante la construcción de un mito en la medida “en que la historia comienza justo en el punto en donde termina la tradición oral o se diluye la memoria social”. El relato del gobierno recubre al recuerdo de la memoria con su propia e interesada versión histórica. Selecciona sólo los hechos que le son favorables para obtener y conservar el poder. Otorga visibilidad a la Patria, la Nación, el Estado mediante símbolos que les otorgan corporeidad mediante la pintura, la escultura, la fotografía, el cine, la televisión y ahora el Internet. Y algunos gobernantes pretenden que sea su rostro, el que otorgue figura humana a estas invenciones del discurso político.
 
Entre los elementos de la actual crisis de la Patria, Nación, Estado que llamamos México, está el desfondamiento del relato mítico que mantuvo cohesionada a nuestra sociedad durante buena parte del siglo XX. La llamada <historia de bronce>, el relato oficial, por tanto mítico de nuestro pasado, desde nuestra fundación hasta el año 2000, se ha desdibujado y el Estado carece ahora del relato, del discurso que no sólo une a un pueblo, sino del relato, más importante aún, que toca el corazón para guardarse en la memoria, como decía Voltaire.
 

De manera precisa escribe Jesús Silva Herzog-Márquez un texto que sirve para ejemplificar esta carencia de discurso: <Un gobierno que no razona, un gobierno que no es capaz de demostrar públicamente la sensatez de su política y la conveniencia general de sus propuestas…se daña a sí mismo. El gobierno no salió a defender públicamente su reforma energética…La estrategia gubernamental fue una engañosa campaña publicitaria en la televisión y en la radio. Ha sido peor el caso de la reforma de telecomunicaciones….Un gobierno sin razones no puede seguir portando una camisa reformista. Una Presidencia incapaz de esgrimir argumentos públicamente es una Presidencia entregada al capricho. Pedir respaldo sin ofrecer razones es apostar a la sumisión.> (Reforma, 28 de abril de 2014).
 
Este es el mal mayor: carecer de un discurso histórico que sustente nuestro presente y querer sustituirlo por campañas de publicidad. En fin. Se ha debilitado el relato mítico, la base para representarnos el pasado como pasado: conservar, fijar, recordar y reconocer como nuestros, los recuerdos colectivos que guardan en nuestro cerebro las impresiones, las experiencias que pueden ayudarnos en nuestro actual comportamiento bajo la forma de hábitos, actitudes, conductas. Los gobiernos en México, por ignorancia o por incapacidad, se muestran incapaces de revitalizar el discurso histórico, conformándose con repetir, sin reflexionar, las efemérides aprendidas durante la enseñanza primaria.
 
En la conmemoración del Centenario de la Intervención Norteamericana sobre nuestra Patria/Nación, en 1914, se evocaron sólo algunos hechos, como hechos mismos, sin explicaciones sobre su significado en el momento ocurrido y sin sus consecuencias en los presentes sucesivos. Fue evidente el anacronismo gigantesco el presentar los hechos como si nosotros tuviéramos los mismos conocimientos que los actores veracruzanos de 1914. Ahora sabemos que durante la desigual batalla, quienes verdaderamente hicieron frente a las tropas invasoras fueron los ciudadanos veracruzanos y sólo en segunda instancia los cuerpos navales, preparados y obligados, ellos sí, al combate.
 

Hoy sabemos que existió un fuerte sentimiento ciudadano de rechazo a la prepotencia yanqui, que luchó con espontaneidad que rayó en el suicidio; que existieron actos de verdadera resistencia civil inclusive de españoles civiles, como también existieron acciones de indiferencia ante la invasión y, peor aún, algunos encarnaron actitudes francamente colaboracionistas. Esta es la complejidad de las acciones favorables a la defensa de la patria, y contrarias a ella, las que amalgamadas, forman un hecho histórico que debe ser conocido, y por todos los ciudadanos mexicanos, porque forma parte de ese sentimiento, al parecer hoy diluido, que llamamos amor a la Patria, que llamamos nacionalismo.
 
Es una tarea obligada del gobernante hacer que el recuerdo histórico se convierta en atributo para una apropiación colectiva del pasado, en todos los estratos sociales, para alimentar un sentido comunitario. No por el hecho histórico mismo, sino por sus significados, por las lecciones que ofrece; no sólo por tradición, sino por la necesidad de afirmar una identidad que ayude a preservar el territorio, las riquezas humanas y naturales del país llamado México.
 
Decía Nietzsche que es posible vivir e inclusive vivir felizmente casi sin recuerdos y memoria, como lo demuestran los animales. El hombre, único animal dotado de imaginación y de diferentes tipos de memoria, requiere también de olvido. Pero no de exceso de olvido. La actitud de huir de la sombra del pasado crea patologías profundas en la memoria y en la conducta, individual y colectiva, e impide la construcción y adhesión a un patrimonio común, y provoca la inmovilización para emprender acciones sociales de auto defensa en el presente.
 

Una parte de nuestra crisis nacional es la presencia de un olvido patológico de nuestra realidad pasada. Esta patología, que se manifiesta de diversas maneras, estuvo presente en la conmemoración de la Gran Gesta de Veracruz, de abril de 1914. La conmemoración ha sido patológicamente apropiada como acto heroico exclusivo de la Marina Armada de México, no obstante su secundaria participación. Ha dejado de ser un acto histórico de la sociedad veracruzana, para convertirlo en el mito de un acto de la Marina. Este es un ejemplo del tipo de país que hemos creado: una nación con instituciones excluyentes, con expropiaciones históricas de la memoria colectiva.
 
Justo es decir que el Secretario de la Marina Armada de México hizo mención del acto heroico de Aurelio Montfort. Pero el silencio doloroso de las otras dos personas que hicieron uso de la voz, dejó entre los asistentes al evento la amarga sensación, más que del olvido, de la ignorancia premeditada y por lo tanto mezquina.
 
Aurelio Montfort Villaseñor y Zendejas, mi abuelo, fue el primero en morir a manos de las fuerzas enemigas. El 13 de mayo de 1933 se le otorgó como recompensa póstuma la Condecoración de Primera Clase de la Segunda Invasión Norteamericana, mediante decreto expedido por el Presidente Constitucional Abelardo Rodríguez y avalado por el Secretario de Guerra y Marina, general de división Lázaro Cárdenas.
 

Por su parte, Francisco Montfort Medina, mi padre, participó como civil en los combates del 21 y 22 de abril de 1914. Por acuerdo del Presidente de la República y con base en los decretos del 3 de enero de 1927 y del 30 de diciembre de 1939 se le otorgó la Condecoración de Segunda Clase de la Segunda Invasión Norteamericana, con fecha de 6 de marzo de 1945. Estos dos veracruzanos, como muchos miles más, y millones de mexicanos, tuvieron un presente agónico y un futuro incierto, indeterminado. Para nosotros, esos mexicanos son un pasado. Pero olvidamos que esos mexicanos del pasado tenían un futuro. Y ahora podemos observar que esos millones de mexicanos vivieron las promesas incumplidas de un régimen político. Esos mexicanos no son simples números. Esos mexicanos tuvieron un futuro incierto lleno de esperanzas proyectos, sueños que no pudieron cumplir.
 
Sí, el pasado tenía un futuro, o varios futuros, que nosotros ya sabemos, fueron incumplidos por el proyecto ofrecido durante el siglo pasado y lo que va del presente. O sea: un futuro que pudo haber sido y que no fue. Sueños no realizados, promesas no cumplidas de las cuales tenemos que hacernos cargo ahora. El futuro incumplido de los hombres y mujeres de abril de 1914 es por siempre imborrable. Esto imborrable es lo que nos endeuda y nos reclama.
 
Sin el discurso mítico y sin conocimiento de la historia real de nuestro país, México naufraga. Nuestro olvido no es el que hace descansar la memoria para protegernos de la locura. El nuestro es un olvido patológico. La conmemoración de la Segunda Invasión Norteamericana lo demuestra. Vivimos bajo la sombra de nuestros propios fantasmas que paralizan nuestro presente. Esta ignorancia del pasado es uno de los orígenes de las violencias, aparentemente incongruentes, que estamos viviendo.
 

Los discursos pronunciados, carentes de reflexiones, evitaron nombrar al enemigo, casi como si en ese momento estuviera presente amenazándonos con sus poderosas armas. Se rindió homenaje a unos héroes que pelearon contra nadie, a invasores sin nombre y sin motivos para la agresión artera, violenta, ilegal, contraria a los derechos humanos, al derecho internacional. Invasión casi ficticia.
 
La patología del olvido se expresó este 21 de abril de 2014 con esta actitud que rebasa la buena voluntad diplomática, la prudencia, discreción y buenas maneras mexicanas. Las conductas de nuestros representantes se insertaron en el patrón de rasgos de lo que Albert Memmi caracterizó en su obra El retrato del colonizado. No existe país que no conmemore sus hechos heroicos y de resistencia frente a invasores. Lo hacen Francia y Alemania e Inglaterra a pesar, o gracias a, las buenas relaciones internacionales que ahora mantienen. Lo hace Israel cada año en este mes de abril, para no olvidar el Holocausto. No se ofenden mutuamente, pero tampoco descuidan, sus gobiernos, fortalecer su memoria histórica resaltando las acciones de sus héroes y explicando a sus pueblos los porqués de sus acciones.
 
No lo hacemos en México. Nos creamos patologías por el olvido de nuestra historia. Nos domina la mente de colonizados, frente al colonizador. No le hablamos de tu a tu. Preferimos escondernos, olvidar las ofensas y repetir las acciones del pasado. Profundo problema difícil de resolver. Un problema que según algunos analistas afecta al mismísimo presidente Barak Obama. Los artículos de Jesús Silva Herzog-Márquez explican en parte la ineficacia de este presidente, por ese profundo comportamiento de no molestar al amo, de no alzar la voz, de usar la mejor retórica para no despertar sospechas y rechazos.
 

Esta patología no debe hacernos olvidar que el pasado no debe regir nuestro presente, sino que la acción presente debe usar el pasado como yacimiento de razones y sentimientos para configurar un futuro que nos ofrezca realizaciones.
 
Nuestra patología del olvido desmesurado, del desconocimiento de la historia, de la represión de la memoria permite que en buena parte de la izquierda mexicana no se sobrepase la idea de Estados Unidos como el enemigo imperialista a quien debemos siempre rechazar. Patología que en buena parte de la derecha, provoca que se acepte a Norteamérica como el amo al que no debe molestarse.
 
La historia de Veracruz, para que sirva como ética de responsabilidad y nos ayude a lidiar con nuestro presente, requiere revisar el pasado sin mitologías. También sin desviaciones particulares que sirvan de sustento a la expropiación de las glorias de la sociedad veracruzana, como usufructo de una institución. Requerimos de una ética acompañando el relato histórico, que debe guardar el equilibrio de la razón con el amor por la verdad, sustentados en el conocimiento y no en los lugares comunes de la repetición autómata del discurso del lugar común, que generan desánimo ciudadano por la falta de liderazgo. Si olvidamos que en 1914, como en 2014, lo que está en juego es el uso soberano de nuestras riquezas naturales, de nuestra promesa de desarrollo, entonces estaremos condenados a exaltar únicamente el Carnaval y los festivales de salsa, o culturales extranjeros. Lo mismo da.