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Columnas y artículos de opinión
De Interés Público
Fútbol y política: espejos de la sociedad
Emilio Cárdenas Escobosa
29 de mayo de 2014
alcalorpolitico.com
Estamos a menos de dos semanas de que inicie la Copa Mundial de Fútbol Brasil 2014 y entre la afición se vive ya la fiesta y el entusiasmo que despierta cada cuatro años esta justa internacional, la más popular del planeta, el acontecimiento deportivo por excelencia y el espectáculo de masas más importante desde hace muchas décadas.
 
Tan relevante es y la gente en tantas naciones vive tan pendiente de él, que desde que se popularizó ha sido objeto de utilización política, ya sea por su función de instrumento de catarsis social, de sustituto contemporáneo de la religión, de amplificador de las pasiones nacionales o locales, de vehículo para exaltar lo que se pretenden virtudes de la colectividad como solidaridad, compañerismo, espíritu de sacrificio, sentido del deber, sentido del territorio, anticipación al adversario u olfato goleador, personificadas en los jugadores.
 
Por eso como cada cuatro años el sueño mundialista se colectiviza y los once jugadores que saltan a la cancha llevan en sus botines y en sus playeras la carga del honor patrio, de traer a México los mejores resultados, de ilusionar a los ilusos, de honrar la bandera que el presidente puso en sus manos. Son nuestro héroes de un ratito, la oncena que concentra las aspiraciones de un futuro de grandeza, símbolo temporal de la nación, y, desde luego, el distractor más a la mano de los agobios cotidianos, de la frustrante tarea de tratar de entender los temas difíciles, el mejor espectáculo para no aburrirnos con discusiones y peroratas sobre las grandes decisiones que deben tomar los políticos para dar rumbo y abrir un horizonte de oportunidades, como aprobar, por ejemplo, en plena justa mundialista y casi en lo oscurito, la polémica y cuestionada legislación secundaria de la reforma energética. Pero no nos distraigamos.  
 

El fútbol y la política tienen más en común de lo que nos imaginamos: los dos implican procesos organizativos y colectivos que se vinculan con el propósito de vencer o convencer al otro. La política como el fútbol tiene como fin último dominar al rival, ganarle al equipo de enfrente a como dé lugar. Ambos son pasionales, viscerales y despiertan torrentes de amores y odios. Fútbol y política son juegos colectivos, requieren de gente que participe en estos procesos y lo haga de manera tal que resulte gozoso, o al menos divertido, hacer o ver como se hacen gambetas, goles o jugadas de fantasía, sean éstas futbolísticas o políticas.
 
El fútbol es un espejo de nuestras sociedades. Favorece el despliegue de las energías y las pulsiones colectivas, las proyecciones imaginarias y los fanatismos patrióticos. Por ello ha sido usado para el mantenimiento de nuestro nacionalismo y la cohesión en torno a proyectos políticos o regímenes gubernamentales, sin que muchas veces pueda evitarse el dar pábulo a arrebatos, explosión de frustraciones o violencia en los estadios ante situaciones límite que enfrentan los equipos en su transitar por la liga o en ocasión de encuentros internacionales, que es cuando el fútbol adquiere la apariencia de una guerra ritual, provista de una parafernalia tal que en su paroxismo es reveladora, en muchos sentidos, de los vicios y virtudes de un país o de una comunidad. Por eso es regla general que los líderes políticos asistan a los partidos de mayor atracción para mostrar su empatía con la pasión del fútbol o reciban a los jugadores que ganan campeonatos.
 
En el fútbol siempre queremos ganar, pero ¿ganamos algo? Al término del encuentro, se haya conquistado o no la copa, calificado o no nuestro equipo, más allá de los arrebatos o la euforia, emerge la triste realidad que nos regresa al estatus de simples espectadores y consumidores del futbol o de la política. Ya vendrán, como siempre, los discursos y el aprovechamiento político por la victoria o, según el caso, las justificaciones de lo que pudo haber sido y no fue o de que lo mejor está por llegar en el próximo torneo.
 

Quizá lo más importante y rescatable de la loca pasión por este inabarcable fenómeno de masas es que al sufrido ciudadano el fútbol le ofrece la esperanza e identidad que, las más de las veces, no reconocen en la política y menos en los políticos.
 
Por eso, ya nos estamos tardando para ponernos la camiseta y disfrutar a tope el Mundial de Fútbol en Brasil.
 
Ya lo demás, nuestra compleja, frustrante y desalentadora cotidianeidad, es lo de menos.
 

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