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Columnas y artículos de opinión
Un poeta de Teocelo
Guillermo H. Zúñiga Martínez
17 de enero de 2015
alcalorpolitico.com
Los estados de la república cuentan con muchos pueblos, algunos denominados municipios a otros se les conoce como congregaciones y no faltan las rancherías. Como seres humanos deseamos colocar nombres a los lugares donde habitamos, donde soñamos, reímos y a veces sufrimos los conflictos que encontramos constantemente.  
 
Es muy interesante convivir con personalidades que disfrutaron las mañanas, las tardes y las noches en comunidades humildes, que viven con los obsequios que la naturaleza les brinda.
 
Los historiadores consignan que, alrededor del año 1,400, cerca de Xalapa empezaron a construirse viviendas aisladas, porque no había planificación, sino que fueron creciendo poco a poco hasta que se vieron amenazadas con la visita de Hernán Cortés, cuando en forma de escalada engañaba a los mexicanos para hacer triunfante su conquista en este país. Esa parte de la historia ha sido muy elogiada por hombres y mujeres que han vivido en Teocelo, población también conocida como Dios Tigre.  
 

La verdad es que al tratar de llegar a esa ciudad, se disfruta e igualmente se sufre el recorrido al tener conocimiento del enorme hoyanco, ampliamente dibujado a los lados del gran río que la atraviesa.  
 
Es formidable imaginar la forma en que Teocelo fue creciendo de manera espectacular, asimismo es una dicha pensar cómo estaba construida la vía por la cual se conducía el tren El Piojito, para viajar desde Xalapa, pasar por Coatepec y llegar hasta esa localidad resonando grandes triunfos y logros de transporte. A muchos les interesa escribir -como lo hacen numerosos teocelanos- para recordar ese ferrocarril que inauguró Porfirio Díaz, acompañado por el gobernador de Veracruz, Teodoro A. Dehesa.
 
Lo anterior nos hace rememorar la visita espléndida de Rubén Darío, cuando trataba de localizar al poeta veracruzano Salvador Díaz Mirón. La historia enseña que no lo encontró en Xalapa ni en Coatepec y mucho menos en Teocelo, donde mucha gente lo recuerda y lo admira porque llegó a convivir y, aunque se sintió mal cuando no coincidió con el autor de Lascas, disfrutó la devoción de los hombres y mujeres de esta tierra, que jamás lo olvidaron.  
 

Es por esto que gozar Teocelo es un privilegio. En días recientes estudiamos la obra del escritor Raúl Olmos, quien desde joven empezó a redactar sus vivencias, sus puntos de vista y apreciaciones sobre la geografía, las alamedas así como las fincas repletas de riqueza en medio de terrenos bastante complicados para la comunicación humana.  
 
Al descubrir el libro La Tierra del Ocelote, que contiene cuentos, poemas y fábulas, texto que enseña a disfrutar de la vida cotidiana de ese privilegiado lugar, se vive alegremente en el momento en que describe, no tan sólo los arroyos saltarines, las flores como la bugambilia -que este autor recuerda con gran admiración-, sino que nos da un mensaje esplendoroso que consiste, básicamente, en algo muy natural porque es decirle a cada ciudadano: vive normalmente de tu trabajo, también dedica tu existencia a destacar no únicamente en la construcción, técnica, ciencia, arte o literatura, busca ser con el tiempo un personaje reconocido como ahora lo es Raúl Olmos, quien anheló sobresalir como literato en la Universidad Veracruzana.
 
Al iniciar las lecturas de este libro en los textos El pan nuestro, Los tres adanes, Dos lágrimas, El Tlacuache y la Comadreja, Novenario, ¡Apenas lo puedo creer!, Pacto en el cinco hojas, Hogar, limpio hogar, entre otros, datos que se dan a conocer porque resultan interesantes, pero cuando se abrevan y se exploran no se puede negar que se vive en Teocelo, población llena de amor, cariño y grandes satisfacciones.  
 

Por eso es atractivo recordar a Raúl Olmos cuando nos dice en su libro mencionado, bajo el encabezado Voces, ecos, recuerdos: “…los teocelanos, que en su amena charla me llevaron a un prodigioso viaje por senderos matizados de todos los verdes que la naturaleza pueda proveer; recuerdos, vivencias, experiencias que enriquecieron este pequeño volumen de cuentos, fábulas y leyendas en el que pretendo pintar a mi Teocelo como pueblo que sigue siendo; donde aún suda la zarzaparrilla y se derrama la crema de café; donde bulle la oralidad de mis paisanos, inspirada por el embrujo de una melodía, el suspiro de un verso o por la caricia de un atardecer”.
 
Ésta es la voz de Raúl Olmos y su riqueza literaria.  
 
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