Ir a Menú

Ir a Contenido

Sección: V?a Correo Electr?nico

Como unos puercos hambrientos ansían el oro

Manuel Mart?nez Morales 10/04/2012

alcalorpolitico.com

Como si fueran monos levantaban el oro, como que se sentaban en ademán de gusto, como que se les renovaba y se iluminaba su corazón. Como que cierto es que eso anhelan con gran sed. Se les ensancha el cuerpo por eso, tienen hambre furiosa de eso. Como unos puercos hambrientos ansían el oro.

Texto náhuatl preservado en el Códice Florentino, citado por Eduardo Galeano en Las Venas Abiertas de América Latina.

Ignoro en qué momento de la historia y bajo qué signos culturales, fue que los hombres se embelesaron por el metal amarillo –con su consecuente valor– y estuvieron dispuestos a matarse entre sí por su posesión. Creo recordar que ha sido Ernest Becker, en La lucha contra el mal, quien trató de desentrañar el misterio acudiendo a un estudio de orden psicosocial; aunque ya un poco antes Carlos Marx había aportado elementos de análisis un poco más sólidos en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, cuando se refiere al dinero como la representación más abstracta del valor, de la cual el oro constituía –constituye– su forma más concreta: “El carácter universal de su cualidad (del dinero) es la omnipotencia de su ser; se trata por tanto de un ser todopoderoso… pues es el alcahuete entre la necesidad y el objeto, entre la vida y los medios de vida del hombre. Y lo que sirve de mediador de mi vida, me sirve también de mediador de la existencia de los otros hombres. Es para mí el otro hombre.”

Estas líneas sintetizan, admirablemente, el estado de enajenación al que los hombres son empujados bajo el modo de producción capitalista. Aunque –me remito a Becker– en otros momentos de la historia ya existían elementos reconocibles de este trastocamiento de la realidad que hace aparecer a ciertos objetos materiales, como el oro, dotados de una vida propia; es decir, como fetiches a los que se rinde culto y que puede incluir el sacrificio de vidas humanas.

Notemos que la enajenación producida por el oro, o el dinero en general, sólo es propia del modo de producción mercantil. En la cultura náhuatl el oro era apreciado pero no al grado, ni en el modo, en que lo era por los invasores españoles. A los indígenas les parecía grotesca la avidez de los españoles por el precioso metal: Como si fueran monos levantaban el oro, como que se sentaban en ademán de gusto, como que se les renovaba y se iluminaba su corazón…

En términos más apropiados a nuestro contexto inmediato puede afirmarse que el oro es muy codiciado por su alto valor de cambio, derivado de sus múltiples usos y, en particular, porque el oro es dinero en el sentido de que continúa siendo la reserva de valor última de cualquier sistema económico.

Una combinación sin par de características químicas y físicas hace el oro inestimable a una amplia gama de usos diarios. El oro es el menos reactivo de todos los metales, no se oxida bajo condiciones ordinarias, significando que nunca perderá su lustre.

Su alta conductividad eléctrica lo hace un conductor excelente y confiable, particularmente en los ambientes extremos, donde las temperaturas pueden extenderse de 55°C a 200°C. El uso del oro en trazado de circuitos integrados asegura la confiabilidad de la operación del equipo electrónico, por ejemplo en la activación vital de los mecanismos de la bolsa de aire de seguridad en vehículos de motor o el despliegue de satélites o de las naves espaciales.

No hay otro metal tan dúctil o tan maleable como el oro. Una sola onza del metal se puede estirar en un alambre cinco millas de largo. El oro se puede martillar en hojas tan delgadas que la luz puede pasar a través de ella. El oro de la pureza elevada refleja la energía infrarroja (del calor) casi totalmente, haciéndola ideal para la reflexión del calor y de la radiación. Las viseras recubiertas de una fina capa de oro protegieron los ojos de los astronautas contra luz del sol en la Apolo 11.

El oro es también un conductor excelente de la energía térmica. Se utiliza en muchos procesos electrónicos para disipar calor lejos de los instrumentos delicados. Por ejemplo, el inyector principal del motor de un cohete espacial utiliza una aleación de oro del 35%.

Y el oro también es muy apreciado, por supuesto, por su empleo ornamental en la joyería sobre todo. Los templos y las estatuas religiosas se han cubierto con finas hojas de oro, debido a su importancia y siempre se ha considerado un símbolo de la abundancia y del poder de su poseedor. No olvidemos que las mujeres ven en el oro el símbolo del amor y con él adornan sus muñecas, sus dedos y sus cuellos pues saben que el oro hace resaltar su belleza como ningún otro metal.

Entonces, debido a sus variados usos el oro adquiere en nuestros días un alto valor de cambio. Según un estudio realizado en 2008, los principales usos del oro se distribuyen de la siguiente manera: Joyería, 81.2 por ciento; Industria, 10.4 por ciento; y Reservas, 8.4 por ciento.

Siendo la producción mundial total de 3,821 toneladas, correspondiendo su aplicación respectiva (promedio 1997-2005): Joyería, 3102; Industria, 397; Reservas, 322. Conociendo que la demanda total estimada, para aquellos años, era de aproximadamente 5 mil toneladas, se tendría un déficit de más o menos 1,200 toneladas.

Bajo el supuesto de que en años recientes los cambios en la demanda de oro se han incrementado, entonces enfrentamos una situación clásica: la demanda es mayor a la oferta, lo cual incide en un aumento creciente en el precio del oro. Es precisamente esta situación la que aprovechan al máximo posible los grandes consorcios mineros.
Hace algunos días, La Jornada publicó un espeluznante recuento: en un negocio sin par, las empresas mineras extranjeras y nacionales que operan en México extrajeron 79 mil 388 kilogramos de oro puro en 2011, la mayor producción anual de este metal en por lo menos 31 años, según informó el INEGI. Paradójicamente, el país se convirtió ese año en el principal comprador de oro en el mundo, al adquirir 98 mil kilogramos de ese metal por un monto de 5 mil 300 millones de dólares, de acuerdo con cifras del FMI.
La cantidad de oro extraído del subsuelo mexicano durante el año pasado fue 121 por ciento mayor a la obtenida al iniciar sus funciones el segundo gobierno surgido del PAN, cuando la producción anual fue de 35 mil 899 kilogramos en 2006. Pero el valor a precios del mercado internacional del oro extraído en 2011 fue superior en 476 por ciento al de cinco años antes. El precio de la onza troy de este metal se situaba en 629.79 dólares en diciembre de 2006, mientras en el mismo mes de 2011 se pagaban mil 640 dólares, lo cual implicó un incremento de 160 por ciento en la cotización del metal que desde hace 600 años constituye el delirio del mercantilismo. Así, el valor de la producción de oro mexicano en 2011 puede estimarse en alrededor de 4 mil 592 millones de dólares, mientras que la de hace cinco años se calcula en unos 797.5 millones de dólares, equivalentes a 17 por ciento de aquella con la que iniciara esta administración.
Alrededor de 26 por ciento del territorio nacional (52 millones de hectáreas) ha sido concesionado por el gobierno federal a consorcios mineros privados, que pagan, si lo hacen, entre 5 y 111 pesos por hectárea concesionada. De acuerdo con la Cámara Minera de México, la empresa canadiense Goldcorp (la que opera la mina Caballo Blanco) es la mayor productora de oro en el país, la cual no sólo se beneficia del metal nacional, sino del sostenido aumento del precio internacional (alrededor de 700 por ciento en los últimos ocho años) hasta llegar a un nivel histórico, al que ahora compra el Gobierno Federal, el mismo que concesiona las zonas mineras. Para dar una idea de qué se trata, la industria minera en México ha dejado atrás la industria turística en lo que a captación de divisas se refiere (en 2010, 15 mil 500 millones de dólares y 11 mil 900 millones, respectivamente) y se ubica sólo por debajo de las remesas (21 mil 300 millones). Casi 26 por ciento de la extracción minera en México es oro (alrededor de 4 mil millones de dólares sólo en 2010) y toda ella queda en manos de particulares concesionados, a quienes el Gobierno Federal les compra el oro mexicano con dinero de los mexicanos.
Tanto ha dado y sigue dando esta tierra, que sólo en la primera década del siglo XXI, con dos gobiernos panistas (2001-2010), un pequeño grupo de empresas mexicanas y extranjeras –con las canadienses a la cabeza– extrajeron el doble de oro y la mitad de la plata que la Corona española atesoró en 300 años de conquista y coloniaje, de 1521 a 1821, en lo que hoy es México, de acuerdo con la citada estadística. En esa década panista, con Fox y Calderón en Los Pinos, los corporativos mineros obtuvieron 380 toneladas de oro y 28 mil 274 toneladas de plata de las minas mexicanas, contra 182 y 53 mil 500 toneladas, respectivamente, en los tres siglos citados. (Carlos Fernández-Vega: México S.A. La Jornada, 23/03/12)
Si a todo esto agregamos la irreversible devastación, daño ambiental y riesgo para la vida humana que representa la operación de estas minas a cielo abierto, me pregunto cuál es el motivo por el cual todavía hay quienes –ciudadanos y autoridades- titubean para sumarse al rechazo generalizado a la operación de la mina Caballo Blanco:

Como que cierto es que eso anhelan con gran sed. Se les ensancha el cuerpo por eso, tienen hambre furiosa de eso…