“Ya no se presenten. Sobra gente en la Casa Veracruz”, sentenció una funcionaria del Gobierno estatal para finiquitar los servicios de 30 empleados, quienes sirvieron de manera incondicional al hoy exgobernador forajido, Javier Duarte de Ochoa.
El mesero que llevó rondas de whisky hasta el búnker secreto en la casa del Ejecutivo y le sirvió tarros de helado en las etapas depresivas; el jardinero que recogió excremento de los pavo reales que allí habitan y hasta la niñera que meció a los hijos de Javier Duarte en los columpios de madera… A todos despidieron y ahora tienen prohibido el acceso al inmueble.
Hoy, el grupo de exempleados esperan a las afueras del edificio estatal el sueldo devengado en los últimos dos meses, así como el concepto de liquidación y aguinaldo, que Ana Vallines, funcionaria de la Secretaría de Finanzas y Planeación (SEFIPLAN) se comprometió a pagar este martes, durante las primeras horas, pero que no fue así.
De acuerdo con el vocero del grupo —quien decide omitir su identidad—, así como alguna vez fueron contratados, es decir de palabra, de la misma forma fueron despedidos hace unos días.
“Nos sentimos abandonados, no creemos que sea la manera de despedirnos. Nosotros estuvimos al pendiente las 24 horas de esta casa”, reclaman los afectados, quienes si bien relatan gajos de sus historias, lo hacen detrás de cartulinas fluorescentes.
Los inconformes destacan la presunta omisión por parte de Andrea Mansur, administradora de Casa Veracruz, pues refieren que no obstante la orden de aprehensión en contra de Javier Duarte, ellos siguieron con sus labores: los choferes lustraban los autos blindados a su cargo; las encargadas de limpieza sacudían la máquina de palomitas en el cine privado… “Pero aún así nos corrieron", comenta un barrendero desde la acera.
Cumplida la semana de retraso y con protestas de diversos sectores sociales a lo largo de la capital jarocha, Xalapa, el personal que quizá estuvo más cercano a Javier Duarte decidió también sublevarse. “Nuestros hijos no comen promesas”, “también tenemos una familia que alimentar”, “¿Dónde quedan nuestros derechos?”, dicen las consignas que exhiben los manifestantes.
Uno de los entrevistados, que presume haber organizado numerosos eventos “de un día para otro”, asegura que no está en sus planes radicalizar el movimiento, sin embargo, advierte que acudirán ante la Secretaría de Trabajo para denunciar que 30 familias están siendo azotadas con el fuete del desempleo.
“Uno finalmente puede buscar empleo en otro lado; el mundo no se acaba. Pero dimos todo en favor de esta casa. Trabajamos cuando debimos y callamos en más ocasiones. Fuimos incondicionales y ahora, como a tantos, nos dan la espalda", sentencia el desempleado.