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Sección: Estado de Veracruz

Sursum Corda

Creemos en Dios por el testimonio de la comunidad

Pbro. Jos? Juan S?nchez J?come 16/04/2018

alcalorpolitico.com

Las amenazas eran reales y la multitud estaba enardecida. Los ánimos habían sido exacerbados por lo que los apóstoles también estaban en la mira de las autoridades y de la muchedumbre, que primero había exigido y después había celebrado la crucifixión de Jesús.

En este ambiente de protesta y tensión los apóstoles tenían mucho miedo ante un escenario que no descartaban: morir como su Maestro, ya que los relacionaban directamente con Él. Por eso trataban de pasar desapercibidos y comenzaban a esconderse ante los hechos trágicos que sucedieron en Jerusalén.

Podemos tener una idea del miedo que experimentaban los apóstoles tan sólo en una escena que describe con tensión y realismo el santo evangelio. Pedro comenzaba a huir y desmarcarse de Jesús ante el giro que estaban tomando estos acontecimientos.



Además de que se cumple la profecía de Jesús sobre la negación de Pedro, podemos dimensionar el profundo miedo que experimentaba en el hecho de que Pedro no negó a Jesús delante de las autoridades civiles y religiosas, ni delante de los jueces sino delante de gente sencilla. Primero lo negó ante los señalamientos de una criada -como dice el evangelio- y después ante el dedo flamígero de otras dos personas del pueblo (Lc 22,54-62).

Los apóstoles, pues, tenían miedo a los judíos porque las amenazas eran reales y el ambiente era sumamente hostil. Sin embargo también estaban llenos de miedo y desolación porque habían negado a Jesús, lo habían dejado sólo y no se habían mantenido fieles a su Maestro. Aunque sea necesario explicarlo mejor se podría decir que tenían miedo a los judíos y también tenían miedo a Jesús.

Ante los testimonios que comenzaban a aparecer sobre la resurrección de Jesús ¿Cómo podrían mirarlo a los ojos si lo habían abandonado? ¿Con qué cara podrían presentarse ante Él si lo habían negado? Avalamos desde la propia experiencia espiritual estos cuestionamientos ya que también nosotros llegamos a tenerle miedo a Dios.



A pesar de que los santos y la doctrina cristiana purifican el rostro de Dios insistiendo en el amor, el perdón y la misericordia divina se llega a experimentar miedo a Dios. A nivel doctrinal sabemos y se subraya que Dios es amor pero a nivel moral se siente el miedo como resultado del desgaste que provoca la experiencia de pecado. El pecado nos deja tan confundidos, debilitados y abatidos que llegamos a descartarnos nosotros mismos del amor de Dios, como si ya no fuera posible recuperar su amistad.

Y en una situación de miedo, pesimismo y desesperanza aparece de manera insospechada y sorprendente la misericordia de Dios para infundir la paz y rehabilitar a los apóstoles en la alegría y la esperanza. A pesar de no haber estado a la altura como amigos y de haber abandonado al Maestro, Jesús se presenta en medio de ellos para otorgarles la paz y soplar sobre ellos el Espíritu Santo.

No viene a reprochar nada, ni la negación, ni la traición sino que se presenta vivo y resucitado para levantar los ánimos así como para cimentarlos en la paz, la alegría y la esperanza.



Bueno, desde mi punto de vista sí existe un reproche. Jesús resucitado no reprocha la traición y cobardía de sus apóstoles, pero sí reprocha una cosa: que no crean en el testimonio de las mujeres y de los hermanos que habían presenciado las primeras apariciones.

Les reprocha que no crean a sus hermanos y que pasen por alto el testimonio de la comunidad. Por eso, el resucitado agrega una bienaventuranza que bien podríamos adicionar al sermón de la montaña. A propósito de la duda de Tomás, Jesús señala que son más dichosos los que creen sin haber visto, los que creen porque confían en el Señor, los que creen a la Iglesia que hace visible el cuerpo místico de Cristo.

La mayor parte de nosotros seguimos creyendo por el testimonio de la comunidad, por la santidad de los hermanos y por el compromiso de la Iglesia que proyecta cómo una fuerza y un espíritu nuevo la habitan.



La Iglesia ha acompañado mi caminar en la fe, me ha abierto los tesoros de la revelación y ha hecho posible que en su vida espiritual pueda yo intuir y sentir la vida nueva de Cristo resucitado. Como afirma Benedicto XVI: “Nadie cree sólo por sí mismo. Nosotros creemos siempre en la Iglesia y con la Iglesia”.