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Sección: Estado de Veracruz

Sursum Corda

Cuando todo parece perdido sucede lo inesperado: ¡Cristo resucitado!

Pbro. José Juan Sánchez Jácome 29/04/2019

alcalorpolitico.com

Se nos vienen encima tantas historias y testimonios que nos mantienen en suspenso y provocan la emoción por la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. De repente, y sin que lo hubiéramos imaginado así, llegan por todas partes datos y evidencias que corroboran el mismo acontecimiento: ¡Jesús está vivo, nosotros lo hemos visto!

Los evangelios, el libro de los hechos de los apóstoles y algunas cartas apostólicas nos presentan con emoción estos encuentros del Señor resucitado con las mujeres y los discípulos. Algunos pocos que no lo han visto, como Tomás, se resisten a creer. Pero a la mayoría le basta el testimonio de los hermanos que lo han visto y han hablado con Él.

Creen en ellos no sólo por sus dichos sino sobre todo por sus hechos; ven su rostro renovado y la inspiración que tienen sus palabras cuando anuncian este acontecimiento. Resulta sorprendente verlos cambiados de un día para otro: verlos llenos del Espíritu, cuando estaban llenos de miedo; verlos llenos de fe, cuando estaban llenos de dudas; verlos llenos de gozo, cuando estaban llenos de tristeza; verlos de paz, cuando estaban llenos de abatimiento.



Se percibe inmediatamente que el entusiasmo viene no sólo del hecho que Jesús ha resucitado sino también del resurgimiento de la comunidad, de la recuperación de la fe de los hermanos, de la libertad que prueban -a pesar de las amenazas- después de haber estado encerrados.

Cuando todo parece perdido sucede lo inesperado, cuando la noche impone su más negra oscuridad se asoma la luz, cuando estamos a punto de perecer somos rescatados.

Por eso saboreamos la pascua y contemplamos la vida nueva que proyectan las primeras comunidades cristianas. La pascua es el mensaje que más aprecia y que más valora quien está a punto de perecer, quien considera que ha perdido todo, quien ya no soporta la oscuridad que pesa sobre su vida.



En medio de este ambiente adverso surge la luz, renace la vida y somos rescatados por el Señor Jesús que ilumina nuestra vida y da calor a nuestros corazones. Así ha llegado nuestra fe: cuando ya no esperábamos nada, cuando nos cansamos de buscar, cuando ya no cabía tanto dolor en el alma, cuando se acabaron las fuerzas.

Llegó Jesús y removió esa losa sepulcral que nos arrancaba la vida, que nos quitaba la paz, que nos dejaba sin esperanza. En la pascua descubrimos cómo cuando damos todo por perdido Jesús renueva nuestra fe y nos dice: “No tengan miedo”, “Yo he vencido al mundo”.

El panorama es desalentador. La desaparición y el asesinato de tantas personas entrañables nos hunden en la desesperanza y hace venir a menos nuestra fe. Nos duele también ver cómo se mata el alma de los niños, el alma de los jóvenes, el alma de los hombres y mujeres, el alma de nuestro México con ideologías, políticas y programas que siembran la semilla de la muerte, el veneno de la polarización y el drama de la confrontación.



Por eso anhelamos la presencia de Jesús que salga a nuestro encuentro, que camine con nosotros, que parta para nosotros el pan, que nos muestre sus heridas y que nos regrese la vida y la dignidad que impunemente nos arrancan la violencia y la corrupción de nuestra sociedad.

La resurrección es el triunfo sobre todos los mecanismos de muerte que están presentes en el mundo a través de las guerras, la violencia, la corrupción, las injusticias, los vicios, la pobreza y el desempleo. Si nos llenamos de fe en el resucitado no hay fracaso ni frustración que nos pueda hundir, por muy sombrío que se presente el horizonte, porque Jesús ha vencido todos los signos de muerte que hay en este mundo.

Sigamos compartiendo esta alegre noticia especialmente a los que han perdido la esperanza, a los que han sido víctimas de la violencia, a los que han sido golpeados por el sistema económico imperante, a los que están cansados, a los atribulados por problemas y enfermedades, a los que anhelamos un país justo y fraterno.



Jesús regresó de la muerte no para tomar venganza de sus asesinos ni para echar en cara a los discípulos su miedo, traición y negación. Regresó para convencernos del amor y del perdón como las únicas vías para la construcción de una nueva humanidad. Regresó para contagiarnos de paz y para infundirnos un nuevo espíritu.