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Sección: Estado de Veracruz

Sursum Corda

Cuanto más monstruoso es el mal, Dios es la primera víctima

Pbro. José Juan Sánchez Jácome 17/06/2018

alcalorpolitico.com

Las preguntas siempre formarán parte de nuestro caminar en la fe. No es que los cristianos tengamos todas las respuestas a los interrogantes y misterios de la vida sino que también nosotros regresamos continuamente sobre una serie de aspectos que antes no teníamos dificultad para aceptar y entender.

No hacemos preguntas para descalificar el misterio de Dios sino para entender de manera más profunda la dinámica de la fe, avanzar en la vida cristiana, fundamentar nuestra vida creyente y saborear más nuestra relación con Dios.

Son muchas las cosas que causan incertidumbre, muchos los aspectos de la fe que generan cuestionamientos profundos y casi siempre bien intencionados. Nos preguntamos sobre la creación, el origen del hombre, el alma humana, la vida eterna y muchos otros artículos de fe que aparecen bien formulados y de manera solemne en el credo cristiano y católico.



Posiblemente una de las preguntas más serias, preocupantes y desconcertantes que nos planteamos tiene que ver con la constatación del mal que hay en el mundo. Quedamos perplejos y confundidos ante la maldad imperante, ante el mal que vemos y sufrimos todos los días. Nos lastima e indigna la pobreza, las injusticias, la corrupción, la muerte de los niños, el abandono de los hijos, los asesinatos, la violencia reinante y galopante, las guerras y muchas otras amenazas.

Delante del problema del mal no sólo queremos tener una respuesta y tratar de explicar este misterio sino que muchas veces buscamos la sanación, la paz y la esperanza cuando el mal descarga toda su furia en nuestra realidad personal, familiar, social y eclesial. En esas circunstancias ya sea para nosotros o para los demás quisiéramos sentir a Dios y le pedimos que se haga presente, que intervenga, que no nos deje solos.

Por lo tanto, no es sólo que nos pongamos como teólogos y pensadores tratando de explicar una realidad compleja. Más bien ante este misterio nos ubicamos también como gente contrita, afligida, desolada, zarandeada, confundida, amenazada, doblegada y afectada por las diversas expresiones del mal que hay en el mundo.



Me parece que la pregunta sobre el mal es completamente sincera cuando reconocemos nuestra debilidad e indefensión y nos acogemos a la misericordia de Dios para pedirle consuelo y fortaleza. Cuando la pregunta sobre el mal nos lleva a dialogar con Dios, aun cuando estemos inconformes y manifestemos signos de rebeldía, iremos experimentando la paz y la respuesta del Señor.

Pero debemos estar atentos porque puede suceder que esta pregunta no venga necesariamente de Dios sino que la ponga el tentador en nuestro corazón para generar mayor escándalo y para llevarnos a desconfiar de los designios de Dios, al grado de querer romper con el Señor. De acuerdo a como van sucediendo las cosas puede ser que lleguemos a molestarnos con Dios o sentir cierto enfado, lo cual no es malo, lo malo es creer que nosotros tenemos la razón, pensar que Dios no sabe hacer bien las cosas o se ha equivocado en mi vida.

El Cardenal Robert Sarah lo explica con estas palabras: "Dios no quiere el mal. Y, sin embargo, permanece asombrosamente silencioso ante nuestras pruebas. A pesar de todo, el sufrimiento, lejos de cuestionar la Omnipotencia de Dios, nos la revela. Oigo aún la voz de ese niño que, llorando, preguntaba: "¿Por qué Dios no ha evitado que maten a papá?". En su silencio misterioso, Dios se manifiesta en las lágrimas derramadas por ese niño y no en el orden del mundo que justificaría esas lágrimas. Dios tiene un modo misterioso de estar cerca de nosotros en nuestras pruebas, está intensamente presente en ellas y en nuestro sufrimiento. Su fuerza se hace silenciosa porque revela su infinita delicadeza, su amorosa ternura por los que sufren. Las manifestaciones externas no son, obligatoriamente, la mejor prueba de cercanía. El silencio revela compasión, la participación de Dios en nuestro sufrimiento. Dios no quiere el mal. Y cuanto más monstruoso es el mal, más evidente resulta que Dios es, en nosotros, la primera víctima".