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Sección: Vía Correo Electrónico

La ciencia desde el Macuiltépetl

Del baúl de recuerdos de Mané

Manuel Martínez Morales 24/10/2019

alcalorpolitico.com

El feromómetro sexual, patentado por Mané

A los diez años de edad, yo era un analfabeta sexual –dice Mané- pues ni en casa ni en la escuela se nos enseñaba nada sobre el sexo ni su función en la reproducción de la vida. Se vivía bajo la nefasta influencia de la iglesia católica, cubriéndolo todo con un manto oscurantista.

Trabajando con tesón, mi padre se esforzaba para pagar nuestras colegiaturas en el mejor colegio bilingüe de la ciudad, El Colegio Americano, el cuál observaba rigurosamente el más estricto laicismo educativo, según lo establecido en las leyes mexicanas y la igualdad de trato para todos. Pues en esa escuela convivíamos gringos, mexicanos, güeros, morenos, alguno que otro inglés, así como descendientes de árabes y judíos, hijos de acaudalados comerciantes y empresarios, otros hijos de productores agrícolas. Asistían católicos, anglicanos, etcétera. Ningún asomo de discriminación de ningún tipo, ni explícita ni implícita.



Aun así había temas tabú, como el sexo del que nada se hablaba pues predominaba la irracional y mendaz noción de que el sexo era cosa del diablo y por tanto, algo sucio y pecaminoso. Pero el flujo de la vida pone las cosas en su lugar, así que al pasar de la pubertad a la adolescencia y los cambios en mi misma fisiología, como el rediseño natural del sistema hormonal, crecimiento de vello en diferentes partes del cuerpo y la aparición de erecciones involuntarias, me provocaron un gran sacudimiento y despertaron muchas preguntas. No sabía que se debía a la acción de las feromonas sexuales.

Más tarde me enteré que las feromonas sexualesson producidas por machos y provocan

atracciónen hembras, o viceversa. Por tanto, miden la atracción sexual entre sexos, facilitando así el encuentro, la cópula y la reproducción.

Desde luego, me enteré de esto mucho después de experimentar su efecto.



A los ocho años me enamoré platónicamente de una compañerita (Mary Francis Davies), de pelo castaño y ojos azules. Soñando despierto historias de romance con ella, inspirado en las películas que veía en el cine: Tarzán y Jane, Superman y su novia secreta, Luisa Lane. El héroe siempre protegiendo a su amada y defendiéndola de todo peligro. En mi imaginación yo era Tarzán o Supermán y ella, Mary era Jane o Luisa Lane. Desde luego que a esa tierna edad era tímido para acercarme a ella.

Tiempo después, ya en sexto año de primaria, cumplidos ya los once años, ingresaron al Colegio los niños de la familia Carter: David era mi compañero y Linda lo era de mi hermanita, quien cursaba el quinto año. Al conocer a Linda, pelo castaño y ojos azules, de inmediato me vi atraído por ella, ahora sí en un sentido sexual.

Como los Carter vivían a la vuelta de nuestra casa, a tres calles del Colegio, era frecuente que al salir para dirigirnos a la escuela caminando nos encontráramos con ellos y nos acompañáramos charlando. Lo mismo a la salida del Colegio.



Cierta tarde a la salida, caminé hasta la esquina a esperar a mi hermanita. A los pocos minutos apareció Linda, me saludó y se detuvo para esperar a su hermano. Conversamos sobre trivialidades y chismes del día. Era temporada de comprar estampitas de dinosaurios para llenar un álbum que en sus páginas contenía cuadritos en blanco con el nombre del dinosaurio, cuya estampita con su imagen –conteniendo al reverso la descripción del animal- debía pegarse ahí. Al llenar el álbum se llevaba a la tiendita proveedora y se obtenía algún premio simbólico, una bolsita de dulces por ejemplo.

La estrategia comercial era que la mayoría de las estampitas contenidas en sobrecitos cerrados aparecían con gran frecuencia, en tanto unas diez aparecían raramente. Entonces, los compradores hacían acopio de estampitas repetidas, las cuales eran objeto de intercambio con los cuates. Así que aproveché la oportunidad para proponerle a Linda que si quería intercambiar estampitas, pretexto para acercarme más a ella, quien gustosamente aceptó. Sacamos las estampitas de nuestras mochilas y efectivamente nos acercamos más para mostrarnos las estampitas. Al hacerlo, sin intención rocé su brazo.

Y en ese instante se produjo la iluminación sexual que me inundó de una excitación desconocida, causándome una extraordinaria erección, sintiendo como un fuerte tirón en mi pilín, que de inmediato consideré cosa del diablo y pecaminosa pues así nos habían lavado el cerebro los nefastos curas católicos pederastas –de los que hablaré en otra ocasión– con su perjudicial adoctrinamiento.



Con el susto, feliz asombro y las oscuras nubes de la religión encima, de igual manera sentí una alegría desconocida para mí, siguiendo más enamorado de Linda.

A partir de ahí y de experiencias amorosas posteriores, correspondidas o no, se me ocurrió inventar el feromómetro sexual, de gran utilidad. Cuando crees que estás verdaderamente enamorado de una chica, acércate e intenta rozarle un brazo, tomarle la mano a manera de saludo, o sencillamente oler su pelo. Si experimentas el efecto Mané ni modo, andas arrastrando la cobija, estás enamorado. Si no lo sientes, puedes tomarlo como un juego y evitar el riesgo de estar enamorado.

Ya estoy trabajando en la versión automatizada del feromómetro, empleando inteligencia artificial. En un extremo un sensor de feromonas sexuales, que puedes acercar a la chica sin necesidad de acercarte demasiado y en el otro extremo, un pequeño tubito, como transductor y receptor, que vibrará en tu mano y si vibra en cierta frecuencia se disparará el efecto Mané. Todo ello, inalámbrico.



Ya patenté la idea, así que muy pronto estará disponible en sex shops a un precio accesible.

Reflexionar para comprender lo que se ve y se siente y también lo que no se ve ni se siente.