Ir a Menú

Ir a Contenido

Sección: Estado de Veracruz

Sursum Corda

Desde la fe, el sufrimiento no es agonía sino alumbramiento

Pbro. José Juan Sánchez Jácome 04/11/2019

alcalorpolitico.com

En la aflicción he llegado a descubrir y valorar cosas que en circunstancias ordinarias difícilmente hubiera podido comprender. La inteligencia, por muy brillante que sea, no alcanza a comprender algunos misterios de la vida que se muestran no sólo ante la razón sino ante el corazón, que inunda de sentido todo lo que vivimos.

La inteligencia, en situaciones ordinarias, se escandaliza del dolor, se rebela contra el sufrimiento y se queja ante Dios por el mal que hay en el mundo. En el fondo no queremos sufrir, nos rebelamos contra el sufrimiento y por impotencia, más que por la inteligencia, negamos a Dios y el sentido de la vida.

Cuando se supera este umbral de la negación y de la indignación -que nos hace preguntar: ¿por qué existe el mal? ¿Por qué tengo que sufrir? ¿Por qué a mí? Se va vislumbrando el misterio que restituye la paz en el alma.



Ante la experiencia de la muerte, la fe nos va llevando a creer en la resurrección pero también a amar más la vida, apreciarla y valorarla con esta visión de eternidad, una visión amplia y definitiva respecto de la visión restringida que solemos tener.

Toda muerte deja sufrimiento y desolación. Pero duele más y hunde en el vacío la muerte de un niño y de un joven, así como los casos indignantes de asesinatos.

Dice el papa Francisco que: “La pérdida de un hijo o de una hija es como si se detuviera el tiempo: se abre un abismo que traga el pasado y también el futuro. La muerte, que se lleva el hijo pequeño o joven, es una bofetada a las promesas, a los dones y sacrificios de amor alegremente entregados a la vida que hemos hecho nacer”.



“…En el pueblo de Dios, con la gracia de su compasión donada en Jesús, tantas familias demuestran, con los hechos, que la muerte no tiene la última palabra y esto es un verdadero acto de fe. Todas las veces que la familia en el luto –incluso terrible– encuentra la fuerza para custodiar la fe y el amor que nos unen a aquellos que amamos, impide a la muerte y ahora, que se tome todo”.

“…Nuestros seres queridos no desaparecieron en la oscuridad de la nada: la esperanza nos asegura que ellos están en las manos buenas y fuertes de Dios. El amor es más fuerte que la muerte. La fe y el amor son más poderosos que la muerte y no permiten que la muerte, que nos ha arrebatado lo más hermoso que tenemos, se trague absolutamente todo”.

La fe y el amor son los regalos de Dios que nos permiten recuperar el ánimo, el equilibrio y las ganas de vivir. Llegamos a experimentar el sufrimiento, no como una cosa negativa sino como un alumbramiento. Para Jesús, los sufrimientos de esta vida no son sufrimientos de agonía que conducen a la muerte sino sufrimientos de parto, de alumbramiento, que conducen a la vida.



En la misma reflexión, el papa Francisco comenta el caso de la muerte del hijo de la viuda de Naím: “…Después que Jesús trae de nuevo a la vida a este joven, hijo de la mamá que era viuda, dice el Evangelio: "Jesús lo restituyó a su madre". Y ésta es nuestra esperanza (Lc 7,11-17)”.

“Todos nuestros seres queridos que se han ido, todos, el Señor los restituirá a nosotros y con ellos nos encontraremos juntos y esta esperanza no decepciona”.

Dice Miguel Pastorino: “La paradoja del amor es que amamos como si fuéramos inmortales y al mismo tiempo la muerte arranca de nuestro lado todo lo que amamos. Deseamos algo que no somos capaces de crear. Todo lo que soñamos y deseamos chocará con el límite de la muerte tarde o temprano”.



Pero por la fe tenemos la capacidad de vivir la muerte de nuestros seres queridos con esperanza y con una nueva comprensión. La fe nos dará la confianza y la fortaleza para despedirnos de nuestros seres queridos: “El decir adiós al hermano es como decir te dejamos ir hacia Dios, ir a las manos de Dios” (Papa Francisco).

Con estas hermosas palabras del P. José Luis Martín Descalzo, honramos a todos nuestros fieles difuntos que cerraron sus ojos con la esperanza de volver abrirlos para contemplar la gloria de Dios:

«Y entonces vio la luz. La luz que entraba
por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida
y entendió que la muerte ya no estaba.



Morir sólo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.

Acabar de llorar y hacer preguntas;
ver al Amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura;
tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la noche-luz tras tanta noche oscura».