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Desde los 12 años soñó irse a EU; lo intentó y quedará paralítico

Uno de los migrantes, víctima de los policías de Agua Dulce, cuenta que desde la noche anterior, los policías les robaron todo lo que traían

Carlos Rivas Venegas Veracruz, Ver. 08/08/2008

alcalorpolitico.com

Profundamente negros, los ojos soñadores Carlos García Zedillo recorrían las cuatro paredes de la casa, ubicada en lo que consideraba algún punto en Agua Dulce. Era una de las tantas escalas en el viaje. Estaba abandonada, olía mucho a humedad y era incomoda para todos los del grupo, unos 40 centroamericanos que, como él, trataban de llegar a Estados Unidos.

“El viaje no era para mí, sino para mi hermana, pero me lo ofreció, todo pagado, de un día para otro después de que se arrepintió de ir a EU para alcanzar a los dos hermanos que tenemos allá”, cuenta Carlos García, desde una cama del Hospital General de Veracruz, hasta donde llegó internado de emergencia porque el camión en el cual viajaba fue balaceado por elementos de la policía local de Agua Dulce.

Hasta el momento el saldo de ese hecho es de 3 muertos, y Carlos recuerda muy bien a uno de ellos, Andrés Londoño Tavares, colombiano, quien murió horas después de arribar al puerto de Veracruz para tratarle las heridas provocadas por la agresión de los municipales. Era joven, de 20 años de edad, solo un año menor que Carlos, y también soñaba con ayudar en el gasto de su familia, en Colombia.

Antes del accidente, Carlos recuerda mucho la casa de seguridad de Agua Dulce en la cual permaneció durante dos días, y no porque la vivienda le resultara familiar o acogedora, sino porque allí comenzó su calvario en México.

A pesar de que las autoridades del gobierno estatal lo han negado y el Instituto Nacional de Migración también, las primeras palabras del centroamericano son reveladoras, pues denuncian la existencia de casas de seguridad en la zona sur de la entidad.

Después de subir al estado de Veracruz por Chiapas, rememora el traslado, en montón, de centroamericanos a una especie de finca, en el municipio de Agua Dulce. Conforme se adentraba en el estado, iba sabiendo del típico calor de la región, húmedo y capaz de deshidratar los cuerpos rápidamente.

Supo Carlos, como sus otros acompañantes, del aire perfumado de flores del campo que suele correr por las noches en la zona sur de la entidad y del aroma a comida típica de la región que llegaba hasta su hambriento estómago. Una persona los dejó en la casa abandonada en Agua Dulce y posteriormente se marchó.

Los dos días que permaneció encerrado con los demás centroamericanos, los pasó incómodo por la falta de un espacio descansar del ajetreado viaje desde el departamento de San Miguel hasta Veracruz. Solamente le dieron de comer un par de veces, los encargados de su alimentación, cuenta, lo hacían en la noche para no mostrar sus caras.

Lo más sustancioso que le acercaron a la boca fue pollo y arroz, que ávidamente comía para reponer las fuerzas, lo mismo sus acompañantes. El salvadoreño de 21 años detiene su relato por unos instantes para pedir agua. Le tiemblan los labios por el esfuerzo y la mirada languidece mientras se postra en un teléfono celular que tiene cerca y con el cual se comunica con sus familiares. Lo mira fijamente, lo atesora entre su cuello y hombro derecho, como si rogara porque alguien desde el otro lado del auricular le marcara.

Pide un poco de agua, moja los labios y sigue con su charla:

- La noche antes de que partiéramos de la casa en Agua Dulce, unos policías llegaron a asaltarnos, nos gritaban que nos iban a denunciar y a deportar si no les dábamos nuestro dinero, y así fueron sacando de uno en uno de la casa para robarlos. Cuando me tocó, solo me quitaron 5 dólares, la mayor parte de mi dinero la había escondido en una bolsita de mi bóxer.

Mostrando sus armas, los oficiales nos gritaron muchas cosas feas, nos amenazaron con regresarnos a nuestros países—sigue—y varios, por turnos, les entregaron todo su dinero. A un muchacho que estaba junto a mí lo dejaron sin nada, quién sabe qué sería de él. Cuando terminaron de robarnos, se fueron. No podría decir si fueron los mismos que nos balacearon 15 minutos después de salir de la casa de seguridad a bordo del camión de carga, no los vi bien, pero de que nos robaron, fue verdad.

El joven hace otra pausa en su conversación y mira de nueva cuenta el teléfono celular, se lo cambia de lugar mientras lo observa, ansioso.

La balacera comenzó, retoma. Escucharon los disparos y el carro aceleró repentinamente su velocidad. Varios se daban de golpes en las paredes de metal, otros más eran aplastados por los cuerpos que no podían quedarse fijos ante tanto zangoloteo del camino y se respiraba la incertidumbre de ser alcanzado por una bala.

Carlos oía los gritos desesperados de sus compañeros centroamericanos, unos lloraban, aquellos pedían cese al fuego y otros más rezaban. Carlos deseaba que todo pasara y no ser herido. De pronto, su cuerpo se quebró en dos, una bala le dio muy cerca de la columna vertebral. No recuerda más.

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“La primera que entró por el camión, me dio a mí, si me pega otra, creo que si me hubiera muerto”, dice desde su cama en el nosocomio. Suena el celular. Es su familia desde El Salvador. Quieren saber como está y si ya lo operaron. Les cuenta que se encuentra estable de salud. Los médicos lo han cubierto de atenciones y, efectivamente, lo podrían operar de nueva cuenta en tres días. Mientras les pide guardar la calma. Se pone de acuerdo con una de sus tías para ver si puede venir a Veracruz a cuidarlo mientras convalece. Antes de cortar la llamada, ruega por que le saluden a Yenis, su novia.

“Desde los 12 años tenía ganas de irme a los Estados Unidos, siempre había estado escuchando historias sobre los que se iban y mandaban dinero a el Salvador. En mi familia hay muchos allá, yo tengo dos hermanos, pero en realidad me fui esta vez porque me estaban pagando todo y quería ahorrar dinero para terminar mi carrera en el Tecnológico, Técnico en Computación.

Durante varios años compaginó sus estudios con el trabajo en una granja de pollos, le pagaban 25 dólares a la semana, una miseria que no era suficiente. Desesperado por la pobreza y falta de oportunidades, cuando le ofrecieron el viaje “no lo pensé dos veces y me embarqué”.

Hasta ahora, después del accidente, y las intervenciones quirúrgicas, su estado de salud aún es delicado, y posiblemente tenga secuelas graves en su movilidad, comentó el director del nosocomio, Raúl Zamora. Ante este panorama, Carlos se muestra positivo, “no perdí mi vida”.

Otra el zumbido del celular corta la charla y esta vez definitivamente: Yenis está al otro lado del auricular.