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?Es tragedia, castigo divino o pobreza extrema?

Familia en la miseria con todos los hijos, sordos, ciegos y hasta mudos y sus padres, luchan por su vida

- En comunidad de Nogales, uno tiene hasta retraso mental y el que está "sano", se quedó enanito - La madre, encima de la tragedia de convivir con ellos y asegurarles frijoles, enfrenta la condena social de que "algún pecado cometió" - Otra hermana de la señora también tiene cuatro hijos con esos problemas; ayudarlos sería la verdadera caridad

Miryam Rodr?guez Hern?ndez Nogales, Ver. 06/09/2008

alcalorpolitico.com

Niños que no conocen el sonido, algunos de ellos tampoco conocen la luz, mucho menos los colores de la naturaleza a consecuencia de su ceguera; algunos otros ni luz, ni sonido, tampoco entendimiento porque su retraso mental, les impide saber de este mundo; pero además de todo, la miseria es su fiel compañera día a día.

Esta es la realidad de 12 personas de la comunidad de Palo Verde, Nogales; cada quien en su caso sufre desgarradoramente.

Palo Verde es una comunidad enclavada en la Sierra de Nogales; no tiene más de 300 habitantes que en su mayoría sufren extrema pobreza, que sólo cuentan con una casa para que habiten más de diez personas, pero además, su comida diaria son los frijoles, salsa y tortillas.

Alicia, una mujer de 52 años de edad, quien procreó diez hijos, dijo que todos son su alegría; sin embargo cinco de ellos su más grande preocupación, ya que cuatro no escuchan, pero uno de estos además de la sordera padece de ceguera y enfrenta retraso mental.

Por la situación la madre de estos, cuyas edades oscilan entre los 10 y 30 años, tiene que trabajar al igual que su esposo, para darles una vida mejor; incluso tiene que soportar que la gente la señale e insulte por tener hijos discapacitados.

Con lagrimas en los ojos, mientras acaricia y carga a su hijo Elías, quien tiene retraso mental y es ciego, relata que la población la agrede porque sus vástagos están enfermos, “A mí me dicen que soy la mamá de los sordomudos, que algo debí haber hecho, y por eso me pasa esto, que vivo en pecado, que es una maldición, pero eso no me importa; lo único que me interesa es que mis hijos coman aunque sea algo; pero me pregunto ¿cuándo muramos mi esposo y yo que va ser de mis hijitos?; yo los quiero mucho y eso si me duele, ahorita el trabajo y que los tenga que lidiar eso no me preocupa pues son mis chamacos”.

El mal de la sordera alcanzó también a dos de los nietos de Alicia, pues hay un niño de un año de edad y una niña de cinco años, que de igual forma no escuchan, por ende no hablan. Al menos tiene una hija que les ayuda a traducir lo que los discapacitados quieren expresar.

Pero esta familia no es la única que sufre de este padecimiento, ya que la señora Georgina, quien es hermana de Alicia, tiene cuatro hijos con este mal: sordera y ceguera. Georgina relata que ella tuvo 13 hijos, diez viven, pero cuatro de ellos están enfermos.

Cabe hacer mención que tanto Alicia como Georgina están casadas con dos hombres (que son hermanos), dicen ellos de la familia de los Rivera y este par de varones tienen una hermana, que igual tiene una hija sorda, muda y ciega; lo cual indica que el problema proviene de la línea de los Rivera.

La vida de Georgina tampoco es fácil, tiene 56 años y deben luchar día con día porque sus hijos tengan algo que comer, que por lo regular, son frijoles, tortillas y salsa; incluso manifestó que tiene un hijo sano pero “ya ni creció mi hijo, está rechiquito parece como de cinco años, pero yo creo que es porque está desnutrido”.

Y una mujer más es María quien es hermana de los esposos de Alicia y Georgina, ésta tiene una hija que no escucha, no habla y no ve, también sufre porque vive en extrema pobreza y no tiene recursos económicos para llevar a su pequeña al médico y que sea atendida.

Estas tres familias piden ayuda al gobierno estatal, para poder iniciar proyectos productivos como una panadería, pero también solicitan que la Secretaría de Salud les atienda algunos de sus males, ya que guardan la esperanza de que aún se pueda, si no hallar la cura, al menos tener una vida más digna, ya que la carencia económica no ha permitido que ellos sean atendidos por especialistas.