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Sección: Estado de Veracruz

Libertas

Fronteras que no debimos sobrepasar

José Manuel Velasco Toro 05/09/2019

alcalorpolitico.com

Creemos que los recursos naturales que proporciona la Tierra son infinitos, cuando no es así. Pensamos que la Tierra suministrará por siempre lo que necesitamos para satisfacer nuestro actual estilo de vida consumista, cuando todo tiene un límite. Suponemos que con el uso y aplicación de la tecnología vamos a resolver todos los problemas de alimentación y materias primas, cuando su efectividad es relativa. Imaginamos que con sólo expresar en el discurso pedagógico y político que se debe mejorar el ambiente vamos a solucionar el deterioro que estamos causando, cuando la realidad es que no hay acciones profundas y contundentes para mitigar el deterioro ambiental. Sentimos que el consumo desmedido es esencial para el “buen vivir”, cuando el consumo desmedido lo que refleja es la inconsciencia de la devastación que estamos haciendo de nuestro único hogar como humanidad: la Tierra.

Vemos el producto que nos ofrece la propaganda mediática e impulsivamente lo adquirimos sin preguntarnos qué hay detrás de él, cómo y de dónde proviene el material con el que se hizo, qué manos lo trabajaron y en qué condiciones laborales. Una botella de plástico para almacenar un litro de agua requiere para su fabricación de casi el doble de agua que contiene. El Litio (Li), base en la fabricación de baterías eléctricas para equipos pequeños como nuestros celulares, se extrae a cielo abierto, utiliza mano de obra infantil y, cuando los yacimientos están en terrenos de comunidades rurales e indígenas, se presiona para su expulsión. Como tampoco nos preguntamos cuánta agua se requiere para producir los alimentos que acostumbramos, como una hamburguesa, por ejemplo, que requirió de 2 mil 400 litros de agua consumidos por la res de la cual proviene la carne. Esta cantidad es lo que se conoce como “agua virtual”, asociada a la huella hídrica que es la medida de la demanda de recurso hídrico para agricultura, insumos y bienes, uso doméstico e industrial y, desde luego, consumo humano. Y claro, menos nos interrogamos de cuántos árboles, dadores de oxígeno y conservadores de humedad, fueron derribados para transformar el espacio en praderas.

Los recursos que nos proporciona nuestro planeta y digo nuestro porque somos una sola humanidad, tienen un límite; una frontera que ya sobrepasamos poniendo en riesgo la civilización. En enero de 2015 se publicó, en la prestigiada revista Science, el resultado de la investigación que realizó un grupo de 18 científicos, “Los límites planetarios: una guía para el desarrollo humano en un planeta en mutación”. ¿Cuáles son esos límites que no debimos sobrepasar? Son nueve: cambio climático, extinción de especies, disminución de la capa de ozono, acidificación de los océanos, erosión de los ciclos del fósforo y el nitrógeno, abuso en el uso de la tierra como deforestación, escasez de agua dulce, concentración de partículas microscópicas en la atmosfera que afectan el clima y a los organismos vivos e introducción de nuevos elementos radioactivo. Siete de esas fronteras ya las cruzamos, peligrosamente. De seguir será irreversible el retorno a las condiciones de vida de antaño.

El cambio climático está presente y lo percibimos en sequías inusuales que se harán recurrentes si la temperatura global continúa aumentando. La extinción de especies es un hecho, aunque el habitante de la ciudad no lo dimensiona por su desconexión perceptiva con la naturaleza y no hablamos de unas cuantas, sino de 17 mil 291 especies que ya desaparecieron o están a punto de desaparecer de los casi dos millones de especies conocidas, de acuerdo con el cálculo de 2015. Si bien la disminución de la capa de ozono que nos protege de los rayos solares ultravioleta se ha medianamente contenido, el peligro es latente porque continuamos liberando a la atmosfera clorofluorocarbonos (CFC), principal causa de su destrucción.

La acidificación de los océanos provocada por las emisiones de dióxido de carbono, ya es obsérvable en zonas que se han convertido en desiertos oceánicos por la reducción del oxígeno y de iones carbonato que son esenciales para la vida marina, lo que, irremediablemente, afectará una de las principales fuentes de alimentos para los humanos. Los ciclos de fósforo y nitrógeno, elementos esenciales para el crecimiento vegetal, ya se alteraron gravemente por el abuso de fertilizantes que no sólo dañan las bacterias que fijan el nitrógeno en el suelo, sino que al llegar los residuos a los océanos, causan eutrofización que coadyuva al crecimiento de algas las que, como el sargazo, se reproduce aceleradamente y son consideradas una “amenaza” para el turismo, cuando la amenaza causal es la acción humana. La deforestación es una de las fronteras que rebasamos desde hace varias décadas destruyendo ecosistemas y la biodiversidad existente, pero, sobre todo, destruyendo nuestra principal fuente reguladora de dióxido de carbono (CO2) y liberadora del oxígeno que requerimos para respirar, si el primer gas aumenta, nos asfixiamos, si el segundo disminuye, nos apagamos, así de simple. El agua dulce que requerimos para consumo humano ya está disminuida y, en algunas regiones del planeta, hay conflictos sociales por controlar un bien que ayer fue abundante. La concentración de partículas microscópicas que afectan el clima es una realidad como el caso de los CFC, lo mismo que elementos radioactivos que se encuentran en alimentos y agua potable.

¿Qué esperamos para actuar con mayor contundencia y evitar la debacle civilizatoria? Cierro, por el momento esta reflexión, con el llamado de Greta Thunberg, joven sueca que ve el probable desastre futuro con mucha claridad: “La gente como yo lo ha tenido todo y más. Cosas con las que nuestros abuelos ni siquiera se atrevían a soñar. Hemos tenido todo lo que podíamos desear y, sin embargo, ahora podríamos acabar sin nada. Probablemente ya ni siquiera tenemos futuro”.