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Sección: Estado de Veracruz

Libertas

Jaque a la vida humana

José Manuel Velasco Toro 13/06/2019

alcalorpolitico.com

En el reflexivo ensayo, El futuro y sus enemigos, Daniel Innerarity inicia con esta sentencia: “El ser humano es el único en el reino de los seres vivos que sabe que hay futuro”. Pero a pesar de esa maravillosa facultad mental, parece que nos negamos a nosotros mismos la posibilidad de un futuro feliz, de un futuro en el que la vida fluya sustentable y siempre abierta hacia un horizonte de libertad en creatividad, equidad en la justicia social y en la paz con sentido de responsabilidad planetaria e interacción en la colaboración mundial. Pero también el ser humano es el único de los seres vivos que olvida las lecciones de la historia y en su espejismo de grandeza se oprime a sí mismo, esclaviza a los otros y destruye el entorno natural que sustenta la vida en la Tierra, nuestro hogar. Olvida, o, mejor dicho, desdeña la responsabilidad que implica la gestión comprometida con el futuro y la construcción inteligente de condiciones sustentables y sostenibles para entregar a nuestros descendientes, las generaciones por venir, un mundo de bienestar humano en equilibrio con la diversidad de vida de la naturaleza. Pero a pesar de saber que podemos construir un escenario futuro sostenible en todo sentido ¿qué hacemos? Hacemos lo contrario. Obsesionados, enajenados en el estilo de vida que construimos a lo largo de tres siglos, desde la primera revolución industrial (1760-1840) hasta la actual cuarta revolución industria que estamos presenciando en este siglo XXI, la constante ha sido satisfacer nuestro deseo material a costa de aprovechar indiscriminadamente los recursos naturales de la Tierra. El resultado, se ha dicho y se sigue diciendo, la alteración de las condiciones que permiten el equilibrio dinámico del clima y la vida del ser humano en este planeta.

Múltiples y relacionales son las causales del cambio climático que ya nos afecta, mencionemos unas: la continuidad de liberación de gases de efecto invernadero derivados de la quema de combustibles fósiles para generar energía, energía que mueve fábricas, vehículos, proporciona iluminación en casas y calles, permite recargar los miles de millones de baterías para el funcionamiento de miles de millones de diversos equipos; gases que también son producidos por la actividad agrícola y pecuaria fundamental para satisfacer nuestro estilo de alimentación y consumo, así como la enorme cantidad de basura que es tirada en espacios a cielo abierto que no sólo produce gas metano, sino también contamina mantos freáticos al filtrase diversos componente químicos tóxicos para la vida. Y qué decir de la aglomeración en ciudades y su suelo cubierto de concreto que han formado, y siguen extendiendo, “islas de calor”, pues la temperatura del aire se incrementa porque el concreto que cubre el suelo impide que la radiación solar se disperse. Más la enorme cantidad de plástico que, por comodidad irresponsable, utilizamos para almacenar agua, alimentos, guardar productos y demás, el cual después desechamos sin percibir que pieza a pieza, al acumularse, tiene efectos diversos que dañan suelo, obstruyen sistemas de drenaje con las consecuentes inundaciones urbanas, cubren la superficie del mar impidiendo que el hierro que se encuentra en el polvo atmosférico fertilice los océanos, lo que hace posible la reproducción del fitoplancton que produce gran parte del oxígeno que respira el planeta y absorbe dióxido de carbono, aparte de formarse extensas islas de plástico que reflejan la radiación solar que contribuye al aumento del calor en la biosfera.

Pero no sólo acciones como las descritas se revierten contra nosotros poniendo en jaque la existencia humana en el planeta. Nuestro estilo de vida consumista nos impele a comprar productos no esenciales comprometiendo los recursos naturales y dificultando el desarrollo de una economía sostenible. La creciente demanda de vivienda resultado del crecimiento poblacional que se concentra en zonas urbanas (cerca del 70% de la población mundial vive en ciudades) requiere de materiales de construcción como arena la cual se extrae, indiscriminadamente, de lechos de río, depósitos en cerros u otros sitios sin reparar en el daño ecológico al realizarse de forma indiscriminada. Lo mismo sucede con bosques y selvas sólo para usar la madera en construcción o embalaje temporal que termina siendo desechado, entre otros usos. La destrucción de entornos ecológicos con la consecuente pérdida de biodiversidad en animales y plantas, muchas de éstas de uso y aplicación medicinal. El constante aumento en la demanda de alimentos para surtir a las voraces urbes, obliga a la aplicación de fertilizante e insecticidas químicos para garantizar un incremento en la producción con el consecuente daño a mantos freáticos y exterminio indirecto de insectos y aves que son esenciales para mantener el equilibrio trófico. Todo en el planeta está relacionado y una acción, en el sentido que sea, genera múltiples reacciones con efectos diferenciales que desencadenan otros efectos, muchas veces no imaginados.



Pero no todo el escenario es fatal. La solución la tenemos a la mano, pero hay que verla, aceptarla y realizarla. Requerimos de un cambio de estilo de vida que nos permita reencausar la civilización hacia la recuperación de la tierra nutricia, la naturaleza y, sobre todo, la espiritualidad humana para encaminarnos hacia la esencia de la sobriedad feliz. Producir sin destruir y producir para lograr una sociedad con equidad, justicia, libertad y paz. Tenemos el conocimiento científico, la tecnología y la capacidad inventiva e innovadora para hacerlo. Tenemos principios y valores culturales de profundo sentido humanista que toda la humanidad debe compartir y observar. Sabemos que hay futuro porque sabemos qué debemos hacer para no continuar con las acciones cuyos efectos están acelerando el cambio climático. Pero de no hacer lo que sabemos que debemos hacer para realizar ese cambio profundo y reencausar las condiciones propicias para la vida en el planeta, la extinción de la civilización humana se vuelve altamente probable. Y digo la civilización humana, porque la vida en la Tierra continuará presente con la existencia de microorganismos, insectos, peces y moluscos que se han adaptado a condiciones de vida extrema (de ahí que se les llame extremófilos). Sabemos cómo producir energía más limpia, pero no aceleramos ese proceso de inversión para ello. Sabemos cómo transformar el entorno urbano para hacerlo más sustentable, pero seguimos consintiendo la construcción horizontal e ignorando la importancia de áreas verdes. Sabemos cómo manejar la basura para evitar la contaminación y aprovecharla para generar energía y materia primas reciclables, pero hacemos caso omiso de ello. Sabemos de los desastrosos efectos del cambio climático y sabemos qué acciones tomar para evitar que el calentamiento global continúe en ascenso, pero seguimos impasibles ante ello evadiendo nuestra responsabilidad y dejando a las actuales generaciones jóvenes, y las por venir, una catástrofe de enorme magnitud. Ahí está plasmado en los acuerdos de París lo que se debe hacer, cómo se debe hacer y los tiempos que nos quedan para no llegar al punto de no retorno. Cierro esta reflexión con palabras que la joven sueca, Greta Thunberg, dirigió a los eurodiputados exigiéndoles que dejen a un lado sus diferencias y cooperen con la humanidad: “La erosión del suelo fértil y la deforestación de nuestras selvas primigenias, la contaminación, la muerte de insectos o la eutrofización de nuestros océanos son un desastre que se están acelerando por nuestra forma de vida y tenemos la impresión de que tenemos el derecho de continuar” porque “Nuestra casa se desmorona, el futuro está en sus manos” y, agrego, también en las nuestras.