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Sección: Estado de Veracruz

Sursum Corda

Jesús no cambia de mundo, a pesar de que este mundo lo crucificó

Pbro. José Juan Sánchez Jácome 24/09/2018

alcalorpolitico.com

La teología destaca varios momentos en los que se fundamenta el nacimiento de la Iglesia. Como estudiante en el Seminario, y en plena juventud, me apasionaba más el planteamiento teológico de los que sostienen que la Iglesia nació en Pentecostés.

Debió ser realmente maravilloso e impactante este acontecimiento que describe la Biblia, si tomamos en cuenta cómo habían quedado aquellos corazones sumidos en el miedo, remordimiento, tristeza y desesperanza después de la muerte de Jesús.

El panorama era desolador y su mundo interior marcado por la soledad y el abatimiento. Pero el Espíritu Santo transformó de repente sus corazones y provocó la pascua de los discípulos: es decir su paso del miedo a la valentía, de la tristeza a la alegría, del silencio a la predicación, del encierro al testimonio, de las tinieblas a la luz, de la ignorancia a la sabiduría.



Lo que sigue es verdaderamente fascinante, de acuerdo al testimonio de las Sagradas Escrituras. Su entrega y determinación los lleva a confesar a Cristo a pesar de que crecían las represalias e iniciaban las persecuciones. Ni las amenazas de muerte los detenían. No sólo hablaban de Jesús sino que lo mostraban y dejaban sentir, por lo que muchos se convertían y abrazaban la fe.

Me resultaba conmovedor y apasionante meditar en el nacimiento de la Iglesia, en su surgimiento y grandeza a partir de Pentecostés. Sin embargo, después de conocer las vicisitudes de la historia de la Iglesia y de meditar especialmente en los momentos oscuros y turbulentos que pasa la comunidad cristiana -como los que nos toca vivir en estos tiempos- me impacta más el planteamiento teológico de los que sostienen que la Iglesia también nació al pie de la Cruz.

Desde el madero la sangre derramada de Jesucristo era semilla de vida nueva. Todo el dolor de Jesús cabía en el corazón de su madre que recogía cada gota, cada lágrima, cada suspiro con el que Jesús entregaba su Espíritu. Y por medio de ese dolor, que era dolor de parto, fuimos dados a luz, fuimos alumbrados a la fe en la Iglesia.



Somos hijos de la luz, de la entrega, de la audacia y de la fe de los apóstoles, como los vemos en Pentecostés. Pero también somos hijos de un dolor muy profundo, de unas lágrimas que claman al cielo, de una madre que persevera, que es fiel y se sostiene en el amor a pesar de sentir que se desgarra su corazón. Al pie de la cruz y del corazón desgarrado de María nació la Iglesia. Junto a la cruz María acompaña y sostiene a su Hijo Jesús y en Pentecostés María acompaña y sostiene a sus hijos los apóstoles.

El dolor ha estado presente y forma parte de la vida cristiana. Es más forma parte de la Iglesia desde sus orígenes. No podemos sentirnos sorprendidos por la experiencia del sufrimiento. En tiempos de crisis y de escándalo huir de la Iglesia no honra a Jesús que a pesar de la infidelidad y la maldad de los hombres se entrega por ellos.

Jesús no cambia de mundo, a pesar de que este mundo lo crucificó; no cambia de pueblo sino que se entrega por este pueblo; no cambia de amigos sino que los perdona, los redime y ratifica su confianza en ellos otorgándoles su santo Espíritu. Jesús se entrega no porque sean dignos sino para dignificarlos con un amor que es necesario vivir desde el dolor, el sufrimiento y la entrega de la propia vida.



En nuestros genes está la luz, la fuerza y la entrega que da el Espíritu Santo cuando se trata de testimoniar a Cristo y sobreponerse a las dificultades. Pero en los genes de nuestra fe también está el dolor. A veces tenemos que vivir la fe al pie de la Cruz, resistiendo, llorando, llenándonos de amor al punto de sentir que se desgarra el corazón como María. Nos toca, pues, vivir la fe al pie de la cruz aceptando que muchos se escandalizan y abandonan a Jesús.

Estos tiempos de dolor son, por lo tanto, tiempos para estar con María en la contemplación de Jesús sacramentado, esperando que Dios se manifieste más, como lo sostiene San Juan de la Cruz: «Siempre descubrió el Señor los tesoros de su Sabiduría y Espíritu a los mortales. Pero ahora que la malicia va descubriendo más su cara, más los descubre».