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Apagado cincuentenario

La Facultad de Letras festejó con “figuras” ajenas; los de casa no dan el ancho

Como diría Sergio Galindo en La Comparsa: “sus maestros de tiempo completo se doctoraron en algún burdel de París”

Juan Javier Mora Rivera Xalapa, Ver. 04/11/2007

alcalorpolitico.com

Era inútil buscar escritores egresados de la Facultad de Letras Españolas de la Universidad Veracruzana en el Programa de Actividades para celebrar el cincuentenario de la institución. Los organizadores prefirieron convocar a la Academia –con vacas sagradas incluidas, cargando el preclaro saber de sus eminencias inútiles–, acaso para validar su presencia dentro del presupuesto universitario durante décadas.

En cambio, se invitó a escritores de la Ciudad de México, aunque ninguno de ellos hubiera antes puesto un pie en las aulas y pasillos de la escuela celebrante como maestro o alumno. Nidia Vincent y Mario Muñoz, preclaros organizadores, contactaron a Hernán Lara Zavala, Norma Lazo, Daniel Sada y Federico Campbell. Sólo los dos primeros respondieron a la cortesía. Sada y Campbell optaron por dejar planchados a los celebrantes. Sin embargo, por alguna extraña razón los boletines de prensa distribuidos el 27 de octubre consignaban lo contrario: dizque sí vinieron.

Hernán Lara Zavala, quien desairó a la FILU de Xalapa, asistiendo sólo a la de Veracruz, no sin antes criticar duramente la novísima época de La Palabra y el Hombre (argumentos tampoco le faltaron)– aprovechó para hacer declaraciones incómodas para muchos de los peripatéticos activistas sociales de Humanidades, toda vez que fustigó al Subcomandante Marcos y a los defensores de los pueblos indígenas al precisarles que los pobladores de las zonas marginadas del país “son mexicanos y hay que reintegrarlos como tales.

En el país no podría repetirse una revolución indígena como lo fue la guerra de las Castas en Yucatán”.cfr. http://www.alcalorpolitico.com/notas/notas.php?nota=071027porcentajel.htm).

Considerar a los escritores locales no constaba en los planes, pues no vestirían un evento de esa magnitud. De ahí que nadie planteara comentar la obra de Luis Arturo Ramos, Fernando Ruiz Granados, Jaime Turrent, José Homero, Irving Ramírez, Víctor Hugo Vázquez Rentería, Ángel José Fernández, Manuel Sol Tlachi… Ni pensar siquiera en acercar a los estudiantes con los autores jóvenes que ya destacan, como Ignacio Ruiz-Perez, Luis Enrique Villalvazo, Alejandro Higashi, Camila Krauss, Carlos Farfán, Martín Corona, Alfonso Colorado o Rafael Toriz.

O bien, aprender de la experiencia de aquellos que han incursionado con éxito, versatilidad y profesionalismo en otros ámbitos, como el periodismo, donde ejemplos son Arturo Reyes Isidoro, Silvia Sigüenza, Bertha López Aguayo, Juan Carlos García, Sandra García, Mayeli Castillo y Roberto del Rivero.

El principal argumento de los convocantes: que esa institución no prepara ni valida escritores ni periodistas ni editores ni cosa parecida, aunque todas esas actividades ayuden a tener un mejor desarrollo profesional. Lo que sigue imperando en esas aulas es la Academia que no titule egresados para cumplir el sueño de Letras: que nadie tenga empleo para que los pocos existentes los sigan usufructuando la misma camarilla, en demérito de los estudiantes.

El nombre de Emilio Carballido surgió merecidamente en los festejos… a pesar de que su obra teatral y narrativa no son leídos en los cursos de la Facultad, como pasaba con Sergio Galindo, Juan Manuel Torres, Sergio Pitol, Jorge López Páez y Juan Vicente Melo hace no muchos años. Nadie destacó los aportes de José Pascual Buxó (su director fundador y que aún vive) y menos todavía fue repuesta la placa del Aula “César Rodríguez Chicharro” (también su director), desaparecida misteriosamente hace algún tiempo durante las adecuaciones de los salones para la implementación del Modelo Educativo Integral Flexible (MEIF). Tampoco se les ocurrió incluir a Paco Aramburu y a Enriqueta Ochoa, dos de sus más ilustres catedráticos, vivos también.

Al par tuvo lugar un desangelado Encuentro de Estudiantes de Facultades y Escuelas de Letras de la República Mexicana, con la asistencia de 16 estudiantes de otras siete universidades con el fin de participar en una serie de lecturas de trabajos escolares, sin que fueran tema de discusión el campo laboral al que se enfrentan los egresados, la diversidad de ámbitos donde se desenvuelven de manera profesional o la falta de recursos académicos para una mejor preparación.

Hubo un homenaje más a Sergio Galindo, aunque sin la justicia que merece por parte de la UV por la que tanto trabajó. A pesar de que el autor de Polvos de arroz nunca impartió clases en esa escuela, eso no importó para sumarlo a las festividades.

(Desde luego, su impronta en la literatura veracruzana está por encima de toda mezquina consideración.) Trascendió que la Academia le había perdonado ya su impresión sobre los maestros de esa Facultad, presente en La comparsa, su excelente novela sobre la Xalapa doblemoralina, que hasta hoy continúa en donde Sergio Galindo dice ahí:

—Hoy es un día extraordinario –dijo Hernán–. Con el tiempo los historiadores lo llamarán “un sábado inolvidable”.

—“Singular empiezo del Carnaval” –siguió Luis, en tono de leer–, “del año de gracia de 1959, en la hermosa ciudad de Jalapa”.

—Tú y yo podríamos escribir un testimonio –dijo Jacobo a Hernán–, y presentarlo en el seminario de historia a medio año. Pero necesitamos documentarnos. Sería buenísimo.

—Óptimo.

—Buenísimo, requetebuenísimo y nos darían becas para Europa inmediatamente como destacados y brillantes alumnos.

—Nos doctoraremos en algún burdel de París y volveremos como maestros de tiempo completo a la Facultad de Filosofía y Letras.

Maestro Galindo: la ingratitud, enemiga de la memoria, ignora lo que es grandeza.