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Sección: Estado de Veracruz

Legado del 68: ¿Hemos aprendido la lección?

Después de Tlatelolco, la cooptación de egresados

Víctor A. Arredondo 10/10/2018

alcalorpolitico.com

(Segunda de 3 Partes)
Leer primera parte

Ninguna generalización es aceptable, pero me atrevo a afirmar que una fracción significativa de los jóvenes estudiantes de la generación del 68 y de la subsecuente, supieron encontrar un sentido de vida orientado al servicio de su sociedad. Desde luego que algunas condiciones de esa época facilitaban la tarea.

En varias partes del mundo, los jóvenes se pronunciaban contra la guerra y a favor de los derechos civiles, expresaban con gran espontaneidad su interpretación estética, artística, ideológica y creativa para alcanzar una nueva sociedad basada en las más altas aspiraciones de paz, libertad, justicia y democracia. Esa misma filosofía juvenil se respiraba y se transpiraba en México.



Mientras tanto, el gobierno trataba de contrarrestar la insatisfacción y la revuelta juvenil, mediante la apertura de nuevas oportunidades de educación y empleo. No era extraño que los universitarios recién egresados o, aún durante sus últimos semestres de estudio, encontraran ofertas de trabajo. El sector público se convirtió en una fuente creciente de oportunidades laborales donde los jóvenes profesionales y técnicos podían contribuir a la sociedad.

A lo anterior, se añadió la creación del CONACYT, en 1970, y de otros programas similares después, cuya misión era alentar y apoyar a los jóvenes a que continuaran sus estudios de posgrado en el país y el extranjero. Se tejía de esa manera un entramado de profesionales y técnicos mejor preparados para la administración pública y el sector privado, más sensibles a las necesidades de su entorno.

La expectativa social era clara: que ellos se convirtieran en el sustento de la diversificación y especialización que México necesitaba para culminar su modernización, sobre la base del mérito y del conocimiento experto en cada área de servicio.



Pero paralelo a ello, el sistema político unipartidista continuaba perdiendo el rumbo. Los nuevos liderazgos políticos no se construían a partir del criterio de una auténtica representación, capacidad profesional y contribución ciudadana probada. Ahí, seguía prevaleciendo como atributo principal la lealtad y la pertinencia a un líder o grupo político.

El aparato de poder, salvo muy respetables casos, se dedicó mediante la simulación y los arreglos cupulares a crear representantes y líderes huecos, cuyo compromiso no estaba dirigido a la auténtica prosperidad social ni al bien común sino a la permanencia de grupos que usaron el ejercicio público para beneficiarse y perpetuarse.

Ese distorsionado enfoque empezó a repercutir después en la administración pública. El mérito del conocimiento experto fue gradualmente reemplazado por el de la pertenencia al equipo partidista-electoral. Ya no era relevante el conocimiento especializado ni la experiencia probada; sino que la participación en los procesos electorales y la lealtad de grupo serían elementos cruciales para ser seleccionado a un cargo público.



De esa manera, empezó el desfile de políticos y “administradores” públicos sin experiencia alguna en el sector encomendado. La rotación sexenal de los mismos políticos en diversos cargos de la administración pública y de representación popular empezó a ser insultante.

A pesar de los esfuerzos por crear el servicio público de carrera, la participación en un proceso electoral triunfador es, hasta ahora, el elemento clave para conseguir un cargo. Así, los cambios sexenales han traído como consecuencia el reemplazo de personal y directivos experimentados, por individuos neófitos en la materia. Las ocurrencias, el desorden administrativo, el desmantelamiento de proyectos públicos con eficacia social probada, las duplicidades, el gasto irracional sin responsabilidad civil alguna y la existencia de intereses ocultos, en contraposición al bien común, han sido una pauta inaceptable de los actuales tiempos mexicanos.

Desde hace unos años, he pensado que el acceso más amplio y expedito de información influenciada por corporaciones globales y países privilegiados, así como una mayor proximidad funcional con Estados Unidos, más allá de los temas comerciales, ha producido un sismo en nuestro sistema cultural y de valores.



Con esta afirmación no niego la necesaria configuración de una cultura y conciencia que tienda a convertirse en planetaria, aunque advierto riesgos evidentes: La confrontación de enfoques que propician la competencia individual irracional versus la colaboración hacia el bien común; la búsqueda bajo cualquier medio de beneficios personales y de grupo versus el sensato equilibrio entre el bienestar individual y colectivo; así como la ganancia individual cortoplacista versus un sentido de vida socialmente trascendente.

Los abominables ejemplos de jóvenes políticos y administradores públicos dedicados a las peores prácticas corruptas, encubiertos por la estructura del poder y los negocios transnacionales ilegales, es sólo una de las consecuencias de lo anterior.

La grave y creciente inequidad de la sociedad mexicana muestra que hemos seguido fielmente el modelo impuesto por los monopolios que ensanchan sus utilidades globales a cambio de mayor pobreza, ignorancia e, incluso, eliminación de la gente, donde los jóvenes han sido los rehenes más afectados.



Los monopolios irracionales y los nefastos negocios del armamentismo y de las drogas han convertido a los jóvenes en sospechosos, tan sólo por su edad. A ello se añade la gravedad de la falta de oportunidades de educación y empleo.

Hoy, un graduado de educación superior o técnica debe esperar, muchas veces por años, la obtención de un empleo acorde a su formación. Y es decepcionante el que observen que alguien con menor preparación que ellos, consiga el empleo que buscan, sólo por sus relaciones o pertenencia de grupo, sin mérito personal alguno. Así, la perspectiva de un mejor empleo asociado a un mayor nivel educativo se derrumba.

Los alicientes para continuar acumulando conocimiento experto se diluyen. La fortaleza social basada en mayores destrezas, conocimiento y cultura general se desmantela. Y en consecuencia, se aminoran las perspectivas de un México próspero y equitativo…



Un escenario tan adverso como el anterior, lo podemos interpretar como una crisis sin solución o como una oportunidad para un cambio radical. La historia universal nos ha enseñado que ante grandes adversidades, la humanidad logra responder con enormes contribuciones.



Los movimientos civiles en México y el mundo nos ilustran que es posible construir un destino común alternativo basado en la libertad, la justicia, la democracia y, ahora más que nunca, en la equidad social. Esta última no sólo significa iguales oportunidades para alcanzar servicios públicos y derechos cívicos equivalentes, también conlleva el beneficio parejo de las condiciones que propician una vida digna, productiva y armónica.

Leer la tercera parte

Presentado en “Jornadas Académicas: De Tlatelolco a Ayotzinapa, un paso adelante y tres atrás”. Auditorio del IIHS, UV. Octubre 8, 2018.