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Sección: Estado de Veracruz

Lejos de aplausos y homenajes, memoria de Pitol se tiene que honrar leyendo sus libros

- El artista plástico Gustavo Pérez narra la última visita que le hizo a su amigo

- Era un hombre que gozaba de la capacidad para mirar siempre el lado bueno de las cosas, cuenta

Rafael Mel?ndez Ter?n Xalapa, Ver. 21/04/2018

alcalorpolitico.com

Mostrándole una de sus piezas era cómo el artista plástico Gustavo Pérez, le pretendía hacer saber al maestro Sergio Pitol quién era. Así quería recordarle que los unía una entrañable amistad de 25 años. Así ocurrió la visita que le hizo a su amigo hace cuatro meses que fue la última vez que lo vio con vida en su casa del Centro de Xalapa.

El ceramista, que fue uno de los muy pocos cercanos que acudió a su funeral y más íntimamente a la cremación de su cuerpo, recordó que las palabras con las que puede recordar a Pitol son cortas pero contundentes: admiración y respeto.

“Él es apreciado aquí y en China, esa admiración se expande y se ve completado con un reconocimiento de varios de los más importantes escritores del mundo, es algo muy especial, la mirada de escritores, como Roberto Bolaños que son figuras fundamentales de la literatura del siglo 20 y 21 y que reconocen en Sergio Pitol a un maestro y un guía, alguien a quien emular”, dijo.



Pero más allá de lo que representaba Sergio en su trabajo, la relación entre ambos artistas iba más lejos, era algo más directo y coloquial.

Recuerda que esa amistad se nutría con las periódicas visitas que Pitol le hacía a su taller, o que él le regresaba en su casa amarilla, de la calle Pino Suárez, o simplemente con las frecuentes llamadas telefónicas.

Al paso del tiempo, y mientras la afasia progresiva que sufría el literato avanzaba, estas reuniones se hacían menores y cada vez más ausente y distanciadas ya que el autor no estaba en condiciones de comunicarse fácilmente o casi nada.



Gustavo Pérez recuerda esa última visita de dos horas que le hizo a su amigo y que vivió con el relativo gusto de verlo sereno y bien cuidado por Laura Deméneghi.

“Le dije, ‘Sergio este soy yo’, con las piezas de cerámica en mano", creyendo que las obras que tanto gustaban a Pitol, le avivarían el recuerdo de su amigo.

Pero se fue sin notar una reacción de reconocimiento, de la conciencia que tenía, "no podemos saber nada”, contó.



No pudo saber si Sergio reconoció a Gustavo como su amigo, con quien compartió y celebró la vida.

Gustavo Pérez recordó que la primera vez que vio a Pitol como si fuera ayer; fue en su taller de cerámica, hasta donde el prolífico traductor lo fue a buscar en el año de 1992, por recomendación de Monsiváis, entrañable también para el laureado dramaturgo, traductor y ensayista.

Para Pitol fue el primer encuentro con Gustavo, pero éste lo conocía desde hacía mucho tiempo atrás, a través de sus letras, de sus libros, de sus mundos que dibujaba en el papel.



Sabía que escribía libros y que se iba a Europa, "yo le tenía admiración y luego con sorpresa veo que un día llega a mí, y se corona una amistad que no tuvo mayor explicación y que simplemente sucede, yo lo consideré como un tesoro, nos veíamos con gran frecuencia y a la hora que fuera, siempre", reveló el artista.

Desde esa primera vez, la amistad se hizo grande. Recuerda que se veían a solas o con amigos comunes.

De esos amigos, no quiere saber por qué no estuvieron en el velorio, ni en la cremación de Pitol, cuando en vida pasaron muchos momentos juntos, "a mí me falta estar porque está mi amigo ahí, los demás hay que preguntarle a ellos", replicó.



Para el maestro Pérez, lejos de los aplausos, estar en un salón diciendo cosas que no son importantes y los homenajes, la memoria de Pitol se tiene que honrar leyendo sus libros, que son valorados profundamente por mucha gente en el mundo.

“Domar a la divina garza” es el primer gran libro que recomienda para adentrarse en este mundo de Pitol, un hombre que podía construir historias, formas, mundos, algunos hasta grotescos, contrarios a lo que él era: un hombre que no perdió el optimismo desbordado y la creencia de que el mundo iba a cambiar, que gozaba de la capacidad para mirar siempre el lado bueno de las cosas.

--¡No puedes ser tan bueno!--, le recriminaba Monsiváis. Pero Pitol aún con las desazones por las diferencias de carácter, miró siempre con bondad a la humanidad, incluso a su irónico amigo.