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Sección: Estado de Veracruz

Libertas

Lo inmunológico en el futuro social

José Manuel Velasco Toro 11/06/2020

alcalorpolitico.com

En 2010, el filósofo surcoreano radicado en Alemania y experto en asuntos culturales, Byung-Chul Han, publicó un conjunto de breves, pero profundos ensayos, bajo el título de La sociedad del cansancio (Herder). La obertura de ese concierto de reflexiones propositivas lleva por título “La violencia neuronal”, y lo inicia con esta afirmación: “El comienzo del siglo XXI, desde un punto de vista patológico, no sería ni bacterial ni viral, sino neuronal. Las enfermedades neuronales como la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO) definen el panorama patológico de comienzos de este siglo”. Recurriendo a conceptos, metáforas y metonimias provenientes de la ciencia biomédica, Han analizó, comparativamente, el inicio del siglo XXI con el precedente del que nos dice: “El siglo pasado era una época inmunológica, mediada por una clara división entre el adentro y el afuera, el amigo y el enemigo o entre lo propio y lo extraño”. Y entonces nos adentra en el conflicto de la dualidad de lo uno y lo otro, donde lo inmunológico busca repeler “todo lo extraño”. Así, compara la guerra fría como un esquema de conflicto que obedeció a ese paradigma inmunológico mediante el cual se repelía lo extraño, es decir, el comunismo, y viceversa, el capitalismo. Una concepción biológica que se extendió a lo social en el que la otredad se percibe como acecho, aún “cuando el extraño no tenga ninguna intención hostil, incluso cuando de él no parta ningún peligro”. La extrañeza de la otredad, refiere Han, se diluye al “comparecer la diferencia que no produce ninguna reacción inmunitaria” porque se sitúa en el plano de lo “idéntico” soterrado en el consumo y en la apreciación turística por lo exótico. Para él, el paradigma inmunológico posee su propia topología que construye muros, contrapuntea visiones ideológicas, abre profundas zanjas y emula un lenguaje donde lo otro es diametralmente opuesto a lo propio. Bajo esta perspectiva inmunológica se propicia una corriente subterránea que pregona violencia para, nos dice, “protegerse”.

Pero retornemos a la idea inicial de su ensayo en el que afirma que el siglo XXI no será “ni bacterial ni viral, sino neuronal”. Cual lejano percibía, y en general percibíamos, la posibilidad de una crisis provocada, precisamente, por un virus. Crisis biológica que desbocó, de inmediato, la crisis económica que se trasladó a lo social y político, acentuando la crisis neuronal que gira, cual torbellino, entre la tristeza que provoca el aislamiento que coartó la interactividad social; la frustración por la inmovilidad que alteró la rutina laboral, educativa y recreativa; la angustia por el miedo a la enfermedad, la perdida del ingreso y la crisis económica derivada, la que desemboca en la depresión con todas sus consecuencias. La paradoja es que el COVID-19, esa microscópica mezcla de compuestos químicos cuya existencia requiere, para replicarse, penetrar una célula que altera la salud de la persona y crea propicias condiciones para la muerte, acentuó las contradicciones del sistema inequitativo y desigual, a la par de resaltar la precariedad educativa que priva en un gran sector de la sociedad que, en conjunto, acelera su paso hacia una situación de deterioro económico y cultural con el consecuente aumento de la pobreza. Y nuevamente el paradigma inmunológico vuelve a ocupar el espacio y el ejercicio de la política, reubicando a este siglo en la dialéctica del horror que deviene de aquello que no es extraño porque los virus están desde hace millones de años en el planeta, sino porque su virulencia era desconocida y, por tanto, no se estaba preparado para evitar el daño a la salud, y lo menos pensado, quebrantamiento de la economía global.

En un artículo publicado en El País (22/3/2020), el propio Han reconsidera lo dicho hace una década, y afirma: “Llenos de pánico, volvemos a erigir umbrales inmunológicos y a cerrar fronteras (…). El pánico desmedido en vista del virus es una reacción inmunitaria social, e incluso global, al nuevo enemigo. La reacción inmunitaria es tan violenta porque hemos vivido durante mucho tiempo en una sociedad sin enemigos, en una sociedad de la positividad, y ahora el virus se percibe como terror permanente”. Así, el siglo XXI que se creyó libre de una “época viral”, se perfila a ser el siglo del cambio biológico que hará que el ser humano inicie camino hacia el cambio social. Cambio que se vislumbra nada fácil, pero que ya inició con el acarreo de consecuencias estructurales y culturales profundas que habrán de sentar las bases para la transformación global, innovación que estará en manos de los niños y los jóvenes que en el momento actual son los que están resintiendo con mayor dolor los sucesos de la “distancia social”. En ellos está germinando una negatividad inmunológica a las condiciones de desigualdad social en todo orden; el rechazo a la inequidad ante el derecho a una vida digna y en libertad; el enojo por la injusticia manifiesta en violencia no institucional e institucional; por el bloqueo a ser creativos, elegir el destino de su vida y tener acceso al conocimiento e investigación científica. Germina un nuevo sujeto inmunológico que repele el silencio al que está sometido y objeta que no se le ha pedido opinión de qué hacer y cómo actuar, cuando cientos, o tal vez miles de jóvenes han tenido que descuidar su actividad escolar para salir a trabajar, pues el padre, la madre o el integrante de la familia que aportaba el sustento diario, perdió el trabajo o por su precaria salud está obligado a permanecer “en casa”. Una realidad oculta, pero actuante. El adulto (y muy mayor) se siente con el derecho de ser el único que puede tomar decisiones, cuando el futuro es de los jóvenes; por ello nos dice el propio Han: “Nos sentimos de vuelta en la época de la soberanía. El soberano es el que decide sobre el estado de excepción”. Y citando al filósofo Jean Baudrillard, Han refiere que el “que vive por lo mismo perecerá por lo mismo”; sentencia que parece emanar de Proverbios 10:24, “Al malvado le sucede lo que teme, al justo se le otorga lo que desea”.