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Sección: V?a Correo Electr?nico

Lo que se ignora

Manuel Martínez Morales

30/03/2012

alcalorpolitico.com

En las universidades de mayor tradición uno de los requisitos –previo a la presentación y defensa de tesis– para obtener el doctorado en alguna rama de las ciencias es presentar los exámenes generales (qualifying exams, en inglés), que tienen como objetivo verificar que el doctorante tenga los conocimientos necesarios para desempeñarse exitosamente en la disciplina correspondiente. A estos exámenes el aspirante llega armado sólo con algunas hojas de papel y un lápiz. Estos exámenes pueden durar desde unas horas hasta varios días y son de carácter oral y/o escrito. Nada de preguntas con respuestas de opción múltiple.

El sufrido estudiante de doctorado padece una gran tensión cuando se acerca el momento de presentar estos exámenes. Éstos no son del tipo rutinario y la preparación para aprobarlos no se puede reducir a estudiar concentradamente los temas por algunos días o semanas; sino que, se presume, el resultado reflejará lo que el estudiante asimiló durante los años previos a través de los cursos y experiencias educativas en que participó.

La historia no oficial de la ciencia recoge numerosas anécdotas sobre lo vivido en estos exámenes por los esforzados aspirantes a doctor. Una de éstas se refiere al afamado físico Richard Feynman (Premio Nobel en 1965), de quien sus biógrafos cuentan que cuando tuvo que presentar estos temidos exámenes ideó una curiosa manera de prepararse para ello. En vez de ponerse a revisar como loco todos los temas sobre los que iba a ser examinado, Feynman se compró una libreta a la que puso por título: “Cuaderno de las cosas que ignoro”.

En efecto, comenzó por hacer tal lista y a partir de ésta fue trazando un “mapa” que integraba lo que sabía y lo que no sabía, logrando de esa manera estructurar su conocimiento de la física en un sistema coherente. Lo cual le sirvió para aprobar exitosamente los exámenes generales. Aunque se dice que una de las preguntas que no logró responder fue acerca de cuál es el color que aparece en la parte superior de un arco iris y por qué es así. Pregunta no tan peregrina, pues en algunas facultades de física –en los exámenes de licenciatura– aún suele preguntarse al postulante ¿por qué el cielo se ve azul?

Y es que, lejos de lo que habitualmente se enseña, el conocimiento de cualquier ciencia no es como un bloque monolítico sin fisuras, sino que más bien parece un queso gruyere lleno de hoyos por todas partes; las partes sólidas correspondiendo a lo que se sabe –o se cree saber– y los agujeros a lo desconocido, a lo que no se sabe. Y la investigación científica consiste en llegar a estos hoyos e intentar taparlos y, también, en descubrir hoyos en lo aparentemente sólido. Visto así, el conocimiento es un queso gruyere en constante animación, con los agujeros achicándose, agrandándose, desapareciendo y apareciendo por todas partes.

Ahora, una anécdota de mi experiencia personal como director de tesis de posgrado. En cierta ocasión fui visitado por uno de mis asesorados que tenía preguntas sobre su tesis. La conversación transcurrió más o menos así:

- Estoy confundido Doctor, no sé cómo continuar, me siento en un callejón sin salida.
- No te preocupes, creo que vas muy bien, esa confusión indica que vas por buen camino; estás cerca de encontrar la solución, no desistas y sigue intentado.
- Pero, ¿qué debo hacer?
- No tengo la menor idea, sigue buscando.
- Usted tiene que decirme lo que debo hacer, pues para eso le pagan ¿no?
- Me pagan para guiarte en la elaboración de tu tesis, pero no para que yo la haga por ti.

El cordial diálogo fue seguido de una explicación parecida a la del queso gruyere y a la necesidad del investigador –o del aspirante a tal función– de llegar a lo no conocido, a lo problemático, enfrentándolo de la mejor manera que a uno se le ocurra pues, por definición, no hay una receta que nos indique cómo abordar lo desconocido. (Gracias a su talento y esfuerzo, este estudiante obtuvo el grado con mención honorífica).

Son estos puntos oscuros los que pueden suscitar ideas originales, ya sea en genios como Richard Feynman, en investigadores de infantería o en aquellos en vías de serlo.

De ahí la importancia de acompañar al investigador en formación conduciéndolo para que descubra por sí mismo esta frontera entre lo que se conoce y lo desconocido y la tensión subjetiva que genera, alentándolo a que intente dar forma a algo semejante al mapa que Feynman ideó –que sistematiza lo conocido poniéndolo en relación difusa con lo desconocido– para así abrir camino a sus propias hipótesis y métodos.