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Sección: Estado de Veracruz

Libertas

Neurociencia y humanidades

José Manuel Velasco Toro 28/11/2019

alcalorpolitico.com

En el siglo V a. C., en la Grecia clásica, el médico Hipócrates de Cos dijo: “Los hombres deberían saber que sólo del cerebro y del cerebro, sólo nacen el placer y la alegría y también las penas, tristezas y llantos”.
Observación que fue desoída en los siglos posteriores y no fue sino hasta el inicio del siglo XX, que el médico español, Santiago Ramón y Cajal, premio Nobel de Medicina 1906, descubrió el proceso conectivo del sistema nervioso cerebro-espinal, impulsando, a partir de entonces, los estudios del cerebro que hicieron eclosión en los años noventa de ese siglo, años que ya son conocidos históricamente como la “Década del cerebro”.

Hasta hoy, la Neurociencia ha logrado profundos avances en el conocimiento de nuestro cerebro y está revolucionando otros campos del saber humano, tanto médico como social, biológico como cultural, a tal grado que ya se habla del encuentro entre neurociencia y humanidades en el bucle de la cultura que ha acuñado el concepto de "Neurocultura". No hay sociedad sin cultura, por tanto, no hay sociedad sin historia, de modo que toda cultura es producto histórico de la relación compleja de elementos intangibles (como son las ideas, valores, creencias) y tangibles (esto es, objetos, tecnología o símbolos). La ciencia es producto de la actividad intelectual humana, por lo que es un bien cultural. Es decir, la Ciencia es cultura porque es conocimiento humano históricamente generado. Y en este sentido, el conocimiento derivado de la actividad neurocientífica, está reconfigurando, cada vez de manera más incisiva, el campo de las humanidades al propiciar, nos dice el neurocientífico español Francisco Mora, el encuentro “real y crítico, entre ciencias y humanidades”. Toda una revolución cultural que tiene un origen común: el cerebro humano.

En su libro Neurocultura (Madrid, 2007), Francisco Mora explica cómo es que el entretejido del nuevo conocimiento emergente de diversos campos del saber científico y humanístico, ha empezado a incidir en un modo distinto de comprender los problemas humanos. Ocurre, nos dice, “una transformación refrescante” en nuestra visión del mundo y de “nosotros mismos haciéndolo más acorde a nuestra naturaleza biológica”. Y, en buena parte, en ello radica el cambio cultural, pues al conocer cómo opera nuestro cerebro podemos comprender mejor el resultado de su operación que está en interacción con el medio físico natural, artificial y, sobre todo, con otros seres humanos. La emoción que detona la curiosidad es esencial para la supervivencia y el interés por descubrir lo nuevo, los sentimientos que tornan consciente al ser humano de sus emociones, la abstracción del pensamiento que nos permite unificar la información en una idea y concepto, que es base esencial del conocimiento y la comunicación que realizamos mediante el lenguaje que hace posible la evolución del tejido social al comunicar lo que se ve y saber lo que se sabe, procesos cerebrales que son el corazón de las humanidades, del conocimiento humanístico.

De ahí que, para Mora, como para muchos otros científicos de los diversos campos del saber humano, el nuevo conocimiento está conduciendo a la humanidad hacia una nueva visión del mundo, en el que el pensamiento humanístico está inmerso. La ética, el arte, la historia, la antropología, la sociología, la literatura, la filosofía y la economía son campos del conocimiento que permiten comprender el manejo de la vida social y la realidad de “manera simbólica, con ideas”. Sin esta comprensión, la armonización social no sería posible. La interrelación entre ciencias y humanidades está en camino, lo que conduce a un nuevo escenario en el que humanistas y científicos sociales debemos involucrarnos.

Ya es un hecho la relación entre neurociencia y filosofía, pues desde 1990 se acuñó el concepto de Neurofilosofía, respuesta científica al conocimiento de los procesos biológicos de nuestro cerebro y del proceso mental en el que ocurre el pensamiento. La Neuroteología está sentando bases para conocer el principio evolutivo de nuestro cerebro y las sensaciones emocionales en las que ocurre el proceso de la espiritualidad. Neuroética, es decir, la neurociencia de la ética, está coadyuvando a entender la actividad del ser ético y moral al estudiar la dinámica de los circuitos cerebrales, de las emociones y sentimientos que son, nos dice Mora, el “primer aguijonazo a la hora de establecer un juicio moral”.

La Neurosociología está cambiando la manera de abordar, conocer y comprender la conducta social humana gracias al conocimiento de los circuitos neuronales de los que emerge la empatía, sustrato de las relaciones sociales que permiten la creación de relaciones posibles de convivencia. El derecho no escapa a esta necesaria y urgente relación para incorporar a su corpus de conocimiento los “mecanismos que generan la conducta humana, el cerebro y las consecuencias, en sociedad, de esa conducta”. La Neuroeconomía ya la estamos viviendo en la cotidianidad, aplicada a la mercadotecnia que ha incorporado el estudio de la actitud de los individuos para inducirlos hacia la selección de una opción de consumo, entre muchas otras (percepción más emoción conduce a la impronta de la decisión), cuando debe contribuir, más que nada, a un cambio en la percepción del atributo-valor que le damos a las cosas y a las relaciones de intercambio determinantes en la sociedad.

Neuroarte es otro concepto recién acuñado y refiere a los mecanismos cerebrales de los que emerge la percepción estética. Pero quizá la mayor interrelación entre neurociencia y humanidades está dada en la educación. Neuroeducación es ya uno de los campos donde más se ha avanzado en esa íntima interrelación ciencia y humanidades, donde conocer los procesos cerebrales implicados en el aprendizaje, desde la infancia hasta la edad adulta, son fundamentales para una educación reflexiva en equilibrio entre emoción y cognición. Esta relación emergente es fundamental para el logro de una revolución que, inevitablemente, desembocará en una visión del mundo y de la vida holística, consecuencia de la interacción ciencia y humanidades, a la par de un salto cultural en nuestra humanidad. Gran reto para quienes estamos inmersos en los estudios humanísticos y sociales, pues implica abrir nuestra mente hacia otros campos del saber humano. Reaprender es esencial.