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Sección: Estado de Veracruz

Otro mundo es posible

Manuel Mart?nez Morales 19/03/2012

alcalorpolitico.com

En el mundo de hoy, los hombres pronto tendremos que competir por los alimentos con los automóviles. Ni George Orwell, ni Aldous Huxley, en sus más audaces ficciones, imaginaron un mundo como el actual, en el que los artefactos tecnológicos se encuentran tan integrados al medio natural y a la vida humana que, podemos decir, se abre paso a la evolución biotecnológica: hombre, naturaleza y tecnología formando un trinomio totalizante en el cual ya resulta difícil marcar la frontera entre lo natural y lo artificial. La evolución de las máquinas comienza a consolidarse en competencia con la especie humana (piense en la lucha por el espacio urbano entre hombres y autos), aún cuando no llegamos al punto en que la evolución tecnológica se realice autónomamente. Las máquinas todavía requieren del trabajo y del servicio humano para subsistir y multiplicarse.

Consideremos también, por ejemplo, que una semilla transgénica es, en un sentido preciso, un artefacto tecnológico, una máquina; puesto que es el resultado de derivar un producto a partir de la aplicación de la técnica –la bioingeniería– basada en el conocimiento científico. Y digo que es una máquina ya que, según el diccionario de la Real Academia, ésta es “un artificio para aprovechar, dirigir o regular la acción de una fuerza; un conjunto de componentes combinados para recibir cierta forma de energía y transformarla en otra más adecuada, o para producir un efecto determinado; o bien el agregado de diversas partes ordenadas entre sí y dirigidas a la formación de un todo (con un propósito determinado).” Añado, completando la definición, que –hasta el presente– las máquinas son construidas, operadas y mantenidas por los seres humanos, aún cuando los teóricos de la computación han adelantado argumentos demostrando que las máquinas, una vez alcanzado cierto nivel de complejidad, serán capaces de auto dirigirse –según propósitos propios–, reproducirse y evolucionar.

Consideremos ahora el siguiente relato sobre la operación de una mina a cielo abierto en Ecuador, en donde las máquinas y otros artefactos, así como el sistema económico mismo, se presentan cual seres amenazantes para la vida: “Se oyen los primeros rugidos. Las aves parten en vuelos urgentes sin ruta planificada. Los mamíferos corren en círculos muy desorientados. Los topos y topillos se entierran lo más hondo que pueden y se llevan las manos a unos ojos llorosos que nunca vieron (son casi ciegos) nada igual.

Las gentes del lugar se abrazan a los árboles. Un par de jóvenes se han encadenado a dos de ellos. No importa, el primer bocado llega puntual y la excavadora traga media tonelada de bosque, fauna y flora. Así, bocados de excavadoras y explosiones de dinamita hasta cavar en el mismo ombligo del planeta Tierra una fosa de casi dos kilómetros de diámetro y por lo menos 800 metros de profundidad… el interés del capital y su necesidad de multiplicarse es tan intrépido como insensato y repugnante. El capitalismo busca en Marte, en Plutón o en las profundidades del subsuelo, cualquier cosa que le dé de comer…” (Gustavo Duch Guillot: Capitalismo a cielo abierto. La Jornada, 17/03/12)
Este es el mundo realmente existente, un lugar donde las máquinas desplazan a los hombres, amenazando su sustento y compitiendo con ellos. Proceso propulsado por la dinámica de la omnipresente maquinaria del capitalismo que busca en todas partes “cualquier cosa que le dé de comer”.

El símil de la dinámica capitalista con un ente vivo que devora a los humanos no es puramente metafórico; hace más de siglo y medio quedó demostrado –en El Capital– como es que el trabajo “muerto” (el capital, expresado en una de sus formas como maquinaria) se alimenta del trabajo “vivo” (el trabajo humano en todas sus modalidades).

Este es el mundo en que vivimos y resulta difícil imaginar otra manera de vivir; la mera posibilidad de soñar con otro mundo suena a pura utopía, sobre todo después de la caída del socialismo “realmente existente”. A propósito sólo diré que –como ocurrió con este tipo de socialismo– en tanto consideremos cualquier cambio dentro de los paradigmas actuales, nada cambiará. Es decir, quienes trabajaron en la construcción de ese socialismo, como alternativa al capitalismo, tomaban como premisas del desarrollo social las mismas que subyacían a este último: más máquinas, mayor producción económica –basada en el desarrollo tecno científico–, planificación económica, un estado regulador de la economía y “tutor” de la vida social en general, y sobre todo la prevalencia del trabajo muerto (el capital, aún siendo estatal) sobre el trabajo vivo (el trabajo humano). Los seres humanos supeditados a la lógica del “desarrollo económico” que, desde cierta perspectiva, es el dominio de las máquinas sobre los hombres, incluyendo sobre todo la maquinaria económica (sin adjetivos) que –sin sujetarse a valores propiamente humanistas– busca en todas partes “cualquier cosa que le dé de comer”.

Ya que los valores que dan sustento al sistema presente los tenemos arraigados hasta la médula, resulta difícil romper esquemas y proponer alternativas realmente diferentes. Pero resulta que, precisamente, son los pueblos que por siglos han resistido a las determinaciones de este sistema quienes –a partir de sus valores y de su dolorosa historia– en su misma praxis nos muestran el camino.

En México los zapatistas ya andan por estos caminos y en otros sitios se avanza en la misma dirección. Consideremos el caso de Bolivia. El horizonte boliviano –dice Luis Hernández Navarro– no consiste en más progreso, sino en la forja de una economía alternativa desde los pueblos y naciones originales.

En el centro de su propuesta se encuentra el principio denominado Suma Qamaña, incorporado a la nueva Constitución, que se traduce como vivir bien, y que significa estar en armonía y equilibrio con los otros y con la naturaleza.

Se trata de una propuesta que nace de la comunidad y está basada, no en la lógica de la rentabilidad económica, sino en la producción de satisfactores en consonancia con la naturaleza. Como ha dicho Evo Morales: No creemos en la concepción lineal y acumulativa del progreso y del desarrollo ilimitado a costa del otro y de la naturaleza. Vivir bien es pensar no sólo en términos e ingreso per cápita, sino de identidad cultural, de comunidad, de armonía entre nosotros y con nuestra Madre Tierra…

En los últimos seis años Bolivia se ha convertido en uno de los países más exitosos de América Latina en mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. Los indicadores económicos en baja del desempleo y disminución de la pobreza, así como en una mejor atención a la salud pública y en educación, son sobresalientes.

Bolivia ha sido declarada territorio libre de analfabetismo. La redistribución de la renta ha propiciado el crecimiento de 7 por ciento del consumo interno de electricidad, agua potable y gas doméstico entre sectores que antes no tenían acceso a esos servicios.

Durante 2011 su economía creció a 5.3 por ciento, 60 centésimas porcentuales por encima de la media de América Latina. No es un hecho fortuito. La economía se ha expandido de manera sostenida desde 2007, en promedio casi 4.5 por ciento anual.

Estos éxitos económicos y sociales se han conducido en una ruta alterna al neoliberalismo que no se buscan por sí mismos, sino que son efecto de otra concepción social. El gobierno de Evo Morales hizo lo contrario a lo que el Consenso de Washington recomienda: nacionalizó hidrocarburos, electricidad, telecomunicaciones y minería; renegoció la presencia de la inversión extranjera directa en el país; instrumentó una política fiscal expansiva y cerró las fronteras a la libre importación de productos sensibles. El Estado pasó a controlar 34 por ciento del PIB. (Luis Hernández Navarro: Bolivia Hoy, La Jornada, 13/03712).

Éste abrir de nuevos senderos hacia la construcción de otro mundo, como lo hacen los indígenas bolivianos, no es una tarea fácil. El camino está lleno de obstáculos y plagado de contradicciones, no se avanza en línea recta y existe el riesgo de que el “desarrollo económico” se imponga por encima de los valores comunitarios tradicionales. Sin olvidar que se tiene como oponente principal al gran capital, con su capataz –el gobierno y ejército de los Estados Unidos– garrote en mano.

Concluyo, a partir de experiencias como la zapatista y la boliviana, que la construcción de otro mundo es posible, para lo cual habrá que comenzar por plantarse en otros principios, distintos a los del egoísmo capitalista. Por qué no comenzar por alentar otra cultura: otra forma de concebir el mundo; en fin, como dicen mis camaradas adictos a la poesía: poetizar la vida y socializar la poesía. Es un buen principio.