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Sección: Estado de Veracruz

Sursum Corda

Que se vea que nos duele México, que nos duele Veracruz

Pbro. Jos? Juan S?nchez J?come 19/03/2017

alcalorpolitico.com

Una vida espiritual auténtica no nos aparta del mundo ni es una especie de complacencia con una vida cerrada a los demás y basada en la comodidad personal. La vida espiritual nos ayuda a no pasar por alto las situaciones personales y a no ser indiferentes a los problemas de los demás. Una vida espiritual cimentada en la gracia de Dios nos ayuda incluso a ver en el dolor de los demás una forma de comprometernos cada vez más, de entregarnos cada vez más, de sacrificarnos cada vez más por la superación de los problemas sociales.

Esto lo hace posible la gracia de Dios que nos arranca de nuestra comodidad y de nuestro egoísmo. Se trata de saber mirar, propio del profeta, de tal manera que podamos acoger en el corazón y hacer nuestras las realidades de dolor y miseria que crucifican a tantos de nuestros hermanos. Es el reto a no temer ser vulnerables, a dejar que nos duela el mundo, a sentir la misma compasión y ternura que Jesús experimentó cuando vio a la muchedumbre que andaba como oveja sin pastor.

Decía el gran filósofo español Ortega y Gasset: "Una buena parte de los hombres no tienen más vida interior que la de sus palabras, y sus sentimientos se reducen a una expresión oral".



Menos mal que en la opinión pública y en las declaraciones oficiales de los gobernantes escuchamos expresiones de dolor, preocupación e indignación por las cosas lamentables que suceden. Pero lo más indignante puede ser que se trate de meras palabras, de expresiones arregladas, de frases bien aseadas y de rostros incluso compungidos cuando los dramas lo requieren.

Puede ser así porque los resultados no llegan, los problemas se complican y la ingobernabilidad se sigue sufriendo. No se asentó ayer el clima de violencia e inseguridad, ya son muchos años sometidos a un ambiente que arroja cifras sumamente lamentables. El desequilibrio brutal y el panorama sombrío que instauró la corrupción lo seguimos padeciendo.

Se esperaba que ante este panorama sombrío que han impuesto la violencia y la corrupción -sin mencionar otros rezagos sociales más que históricos- estaríamos en condiciones de recapacitar, y nos exigiríamos los más altos niveles éticos y de eficiencia. Pero cuánto se lamenta todo lo que se ve, todo lo que se padece ante la falta de diálogo, ante la falta de resultados, ante el discurso cínico, ante las ambiciones desmedidas por el poder.



Mientras todo esto pasa la gente sigue llorando a sus muertos y desaparecidos, sigue teniendo miedo, sigue buscando la forma de salir adelante, con el dolor en el alma, para recuperarse de tantas pérdidas tanto materiales como espirituales.

Tantas familias golpeadas directa o indirectamente por los secuestros, extorsiones, asesinatos, desapariciones y la inseguridad. A pesar de tanto dolor y desaliento siguen pagando los impuestos, siguen amando su patria, siguen con la esperanza de que nuestro país se recupere para que nadie más tenga que pasar por estos sufrimientos insoportables, siguen escuchando defraudados discusiones y pronunciamientos vacíos, cínicos e interesados.

El discurso y las acciones pasan por alto tanto dolor y tanta indignación. No basta la pobreza indignante, ni las enfermedades, ni el hambre para mover a compasión y lograr el compromiso de tantos servidores públicos.



Cuánto se necesita una verdadera vida espiritual, detenerse, plantearse con seriedad la vida desde la misión que nos toca cumplir en esta sociedad, para lograr que resurja la bondad de los corazones y con nuestras acciones, no sólo con las palabras, se vea que nos duele México, que nos duele Veracruz.

Tendríamos que reaccionar pronto y como lo exigen las circunstancias dramáticas en las que viven muchos hermanos. Una persona de ochenta años decía: «El futuro empieza ahora mismo. Tenemos que ser capaces de curar el mundo lo antes posible. Tenemos que concentrarnos en iluminar los problemas reales. Hay gente ahora sufriendo de manera insoportable y no podemos perder el tiempo».



Estamos perdiendo el tiempo, quizá de manera premeditada, por los movimientos calculados que requieren los tiempos políticos lo cual resulta sumamente perverso ante el hambre, la violencia y la pobreza que golpean a tantos hermanos nuestros.

Qué más tiene que pasar, cuántos más tienen que morir, para comenzar a reaccionar como lo requieren las emergencias y no como lo dictan intereses particulares, ambiciones de poder y los recurrentes tiempos políticos.