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Sección: Estado de Veracruz

Sursum Corda

Quienes creen nunca estarán solos ni en la vida ni en la muerte

Pbro. José Juan Sánchez Jácome 28/10/2019

alcalorpolitico.com

¿Dónde refugiarnos ante tantos peligros y aflicciones? Buscamos un lugar de acogida que nos dé calor ante el frío de la vida, que nos comparta su luz ante la oscuridad de este mundo, que nos muestre el esplendor de la verdad ante la mentira sistemática.

La cultura actual nos va orillando al individualismo y la desvinculación, pero permanece el anhelo del hogar, de un refugio donde podamos cobijarnos, ser amados y comprendidos; donde estemos a salvo y podamos reconstruir nuestra vida.

Ante la propia crisis que experimenta, no siempre se piensa que la Iglesia sea ese refugio, además porque el pensamiento oficial la desautoriza constantemente. Hay una animadversión a la Iglesia como parte de la hegemonía ideológica; se nos impone vivir y funcionar así, desacreditando a la Iglesia, hasta que sintiéndola y viéndola por nosotros mismos comenzamos a admirar su bondad.



El venerable arzobispo Fulton Sheen, lo decía así respecto de su país: “No hay cien personas en los Estados Unidos que odian a la Iglesia católica, pero hay millones que odian lo que erróneamente perciben que es la Iglesia católica”.

Sorprende que los que se declaran abiertamente en contra de la Iglesia conocen tanto su historia y se apasionan en su teología. Es como si estuvieran atrapados y no quisieran dejar de conocerla, a pesar de que tienden a descreditarla.

El llamado a la Iglesia es tan profundo porque es un llamado a la conciencia que nos lleva a escuchar la voz interior y a rechazar las falsas imágenes que se han creado y que nosotros mismos hemos permitido para ubicarnos cómodamente como librepensadores.



El llamado es tan profundo y la conducción del Espíritu es tan clara que nos va llevando a la Iglesia para experimentarla como ese hogar que nos infunde la paz, que nos devuelve la alegría de vivir, que nos preserva del error, que nos protege ante los peligros y que nos muestra toda la gloria de Dios.

Cuando nuestra búsqueda es sincera y el discernimiento es intelectualmente honesto se descubre a la Iglesia como ese refugio, como ese lugar de acogida y encuentro, de gozo y plenitud, de comunión y alabanza, de vida nueva y esperanza.

Muchos hermanos llegan a reconocer que jamás se imaginaron su vida y realización en la Iglesia, a la cual rechazaron y evitaron e incluso denostaron y persiguieron. Hacen el descubrimiento más grande de su vida al ver a la Iglesia como el hogar al que Dios nos invita para sentarnos a la mesa y descansar un poco de tantas fatigas, cicatrizar las heridas y recuperar la alegría perdida así como salir renovados para convocar a este mundo cansado, abatido, resentido y desorientado a la casa del Señor.



Han sido muchos hombres y mujeres a lo largo de la historia quienes se encontraron en una encrucijada como ésta; su conciencia lanzaba un llamado imperioso para abrazar la verdad y su corazón no podía resistirse a la belleza de la verdad. Uno de estos casos es el del ahora santo: Cardenal John Henry Newman.

Su proceso de conversión añade un elemento de tensión y de drama al tomar una decisión honesta, valiente y sufrida -pero en todo caso leal con su propia conciencia que siente el llamado de Dios- al convertirse al catolicismo después de una gran trayectoria en Inglaterra como sacerdote anglicano, teólogo de renombre y eminente catedrático en Oxford.

El encuentro con la Verdad fue su única motivación que lo llevó a tomar una decisión difícil que le provocaría el desprestigio en un país oficialmente anglicano. Al investigar en los escritos de los santos padres descubre cuál es la Iglesia verdadera que conserva el depósito de la fe.



Su conversión a la fe católica fue como la entrada en puerto seguro, no porque la Iglesia no conozca de crisis y turbulencias, sino porque conoce la verdad y posee a Aquel que de manera misteriosa la hace pasar del dolor al consuelo, de la oscuridad a la luz, del sufrimiento a la paz.

Para admirar el misterio de la Iglesia y sentirla como puerto seguro comparto estas palabras de Benedicto XVI:

"En el bautismo cada niño es insertado en una compañía de amigos que no lo abandonará nunca ni en la vida ni en la muerte, porque esta compañía de amigos es la familia de Dios, que lleva en sí la promesa de eternidad. Esta compañía de amigos, esta familia de Dios, en la que ahora el niño es insertado, lo acompañará siempre, incluso en los días de sufrimiento, en las noches oscuras de la vida; le brindará consuelo, fortaleza y luz.



Esta compañía, esta familia, le dará palabrasde vida eterna, palabras de luz que responden a los grandes desafíos de la vida y dan una indicación exacta sobre el camino que conviene tomar. Esta compañía brinda al niño consuelo y fortaleza, el amor de Dios incluso en el umbral de la muerte, en el valle oscuro de la muerte. Le dará amistad, le dará vida. Y esta compañía, siempre fiable, no desaparecerá nunca. Ninguno de nosotros sabe lo que sucederá en el mundo, en Europa, en los próximos cincuenta, sesenta o setenta años. Pero de una cosa estamos seguros: la familia de Dios siempre estará presente y los que pertenecen a esta familia nunca estarán solos, tendrán siempre la amistad segura de Aquel que es la vida”.