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Sección: Estado de Veracruz

Sursum Corda

Somos el único Evangelio que leen todavía los hombres de hoy

Pbro. José Juan Sánchez Jácome 10/06/2019

alcalorpolitico.com

"¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te alabas a ti mismo como si no lo hubieras recibido?" (1Cor 4,7). Así vamos cayendo en la cuenta, como San Pablo, de tantos dones que hemos recibido. Al tener un encuentro con Cristo vemos con más claridad todo lo que hemos recibido de parte de Dios.

Llegamos a reconocer que Dios ha tomado la iniciativa, que Él nos anda buscando y nos socorre con sus dones para llegar a cumplir nuestra misión. Cuando tenemos un sincero deseo de buscar a Dios, cuando queremos de verdad conocerlo, no es que seamos muy buenos, muy santos y muy piadosos, sino que estamos ya respondiendo a la acción de Dios que ha tomado la iniciativa para darse a conocer y revelarnos sus misterios.

Una vez que reconocemos todos los dones que hemos recibido, porque Dios ha tomado la iniciativa, brota la alabanza y la gratitud. Nos sentimos verdaderamente agradecidos por tantas bendiciones y por tanta bondad de Dios derramada a lo largo de nuestra vida.



Podemos dar testimonio de cómo la Providencia nos ha socorrido a lo largo de toda nuestra historia, no sólo a nivel material sino también a nivel espiritual. Cuando vivíamos en el error, en el pecado y en el desprecio a las cosas de Dios y no había forma de ser arrancados de esa situación, Dios en su providencia nos rescató de nuestros errores, nos devolvió la paz al perdonarnos nuestros pecados y nos puso en el camino de la conversión.

Nos queda claro todo lo que el Señor ha hecho por nosotros y de ahí nuestra alabanza y gratitud por su infinita bondad. Pero esta misma constatación debe llevarnos a la madurez en la fe porque si tenemos claro que Dios ha hecho mucho por nosotros debemos preguntarnos: nosotros, ¿qué estamos haciendo por Dios? ¿Cómo correspondemos al amor, a la providencia y a la bondad permanente de Dios?

Sabemos de nuestras limitaciones y de la necesidad que seguimos teniendo de Dios, por lo que le buscamos para pedirle que vea nuestras necesidades y aflicciones, que se acuerde de nosotros y que no deje de socorrernos.



Pero sistemáticamente no nos podemos pasar toda la vida pidiendo y pidiendo, sino que también debemos ir visualizando lo que nos toca hacer y lo que tenemos que hacer por Dios. Hemos recibido tanto, Dios se ha desbordado en bendiciones, por lo que se tiene que ver de qué estamos hechos y cómo corresponder a la misericordia de Dios.

Hemos comenzado de manera gloriosa el tiempo de la pascua y así también lo estamos concluyendo, al recibir el don del Espíritu Santo en Pentecostés. Con ocasión de estas fiestas estamos meditando cómo los apóstoles comenzaron su labor dando testimonio de todo lo que habían visto y oído, cuando vieron con sus propios ojos y convivieron personalmente con Cristo Jesús.

Nuestra condición de hijos nos hace clamar al Padre del cielo para vea nuestras necesidades y siga derramando su providencia sobre nosotros. Pero también nosotros hemos visto tanto, hemos recibido tanto, la gloria de Dios se ha manifestado en nuestra vida, por lo que debemos comprometernos para hacer presente a Dios en nuestra sociedad.



El Señor Jesús antes de subir al cielo envió a sus discípulos a llevar la Buena Nueva a todos los pueblos de la tierra y les prometió el Espíritu Santo. Nosotros también somos enviados. Muchos hombres y mujeres están lejos de Dios y no quieren saber nada de Él. Ahora nosotros somos la voz de Dios, la presencia de Dios, la misericordia de Dios delante de estos hermanos.

Por eso decía San Francisco de Asís: “Ten cuidado con tu vida, tal vez sea el único evangelio que algunas personas vayan a leer”. Y Benedicto XVI reconoce y señala el testimonio y la presencia de los cristianos en el mundo cuando comparte esta convicción: «En la mayoría de los casos somos el único Evangelio que leen todavía los hombres de hoy». De la exhortación de San Francisco, Benedicto XVI pasa a señalar una convicción.

Hay mucho por hacer, no podemos agotar toda nuestra fe en pedir y pedir. Nos espera una gran tarea, muchas veces delicada pero donde estamos seguros que recibiremos la fuerza de lo alto.