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Sección: Estado de Veracruz

Las palabras de la ley

Teocelo es mi patria chica

Salvador Martínez y Martínez Xalapa, Ver. 14/08/2019

alcalorpolitico.com

En memoria del Cardenal Sergio Obeso Rivera

Teocelo es la patria chica de quien esto escribe, porque propiamente es “la tierra de mis padres”, ya que ellos están sepultados en este lugar. El día de hoy, 14 de agosto, en Teocelo, Veracruz (México) es la víspera de la fiesta de la Asunción de María a los Cielos. La Virgen de la Asunción es la patrona de esta ciudad y su fiesta grande es el 15 de agosto.

Este día, el pueblo ofrece a la Patrona de Teocelo un hermoso Arco floral y desde que se tiene memoria, nunca hemos faltado a presenciar la “bajada del Arco” y su levantamiento en el templo parroquial. Este hecho y sus circunstancias nos condujeron al planteamiento de un problema jurídico del cual todavía restan muchas incógnitas. Y, si alguien pregunta por el tema, sencillamente contestaremos que son los derechos de las víctimas.



Sergio Obeso Rivera, Cardenal de la Iglesia Católica, siendo Arzobispo de Xalapa y Presidente de la Conferencia Episcopal Mexicana, escribió la Introducción a un libro titulado: Sociedad Civil y Sociedad Religiosa. Compromiso recíproco al servicio del hombre y bien del país(1985). El texto de su Introducción armoniza con el tema, cuando afirma, aludiendo a los obispos antecesores suyos: “No entendieron que era mucho mejor la separación de la Iglesia y del Estado.”

Por lo tanto, digamos de entrada que aquí se sirve el pensamiento de un hombre sabio, que llegó a ocupar los cargos más altos dentro de la jerarquía de la Iglesia Católica. Con su inspiración, deseamos pensar atenta y detenidamente sobre la primera frase del artículo 130 de la Constitución Política de México: “El principio histórico de la separación del Estado y las iglesias orienta las normas contenidas en el presente artículo.”



En la ceremonia popular de la “bajada del Arco”, pletórica de sincretismo religioso, se manifiesta el problema del contexto que el Cardenal Obeso Rivera expresó de este modo:

“Nada ni nadie podrá separar a la Iglesia Mexicana del pueblo mexicano con el que prácticamente se identifica. La historia del pueblo —con sus luces y sombras— es también la historia de la Iglesia; y su presente —con sus retos y esperanzas— es también el presente de la comunidad católica reunida en torno a sus legítimos Pastores. Estos Pastores no están en competencia con las autoridades civiles, ni quieren volver atrás el reloj de la Historia. La idea y el propósito de ellos son de colaboración al servicio del hombre y del País al que se deben.”

Quien con mirada superficial haya presenciado la bajada del Arco floral dedicado a la deidad femenina de Teocelo, posiblemente apreció la belleza de la obra de los artesanos mexicanos. Pero, conjeturamos, que la mirada profunda de su Eminencia, se asomaría bajo del aquel instrumento de homenaje para ver quienes cargan el Arco y observaría las espaldas dobladas de los vencidos (las víctimas), cobrando fuerzas con tragos de aguardiente de una vieja botella que le acercan sus mujeres. El Arco pesa un “demonial” (con perdón de la irrespetuosa palabra, pues por aquí no debiera andar el demonio) y, al observar a quienes lo cargan, también se percataría de que los ministros de su Iglesia van al frente con vestiduras solemnes y cargando si acaso un incensario.



No consideramos interpretar mal, pues en el libro citado consta que la mirada de Sergio Obeso Rivera no fue superficial jamás. El libro al que aludimos está dirigido a los obispos y de allí desprendimos el siguiente texto:

“Los constituyentes de 1917 se hallaron frente a la alternativa de un retorno al pasado; tenían que dar marcha atrás en los postulados del individualismo capitalista, cuyos resultados —en un país de peones y proletarios de la tierra— estaban a la vista de todos. Para agravar más las cosas, el Partido Católico Nacional se había hecho fuerte en los años de la apertura democrática de Madero. La Iglesia volvía a aparecer como un enorme poder al acecho. Por segunda vez tuvo que ser sometida. Y lo fue en la Constitución de 1917, pero tan a fondo que se le declaró jurídicamente inexistente. A partir de esa fecha se ha vivido en la tensión y en la ficción, con leyes que se han considerado como hostiles a las estructuras de la religiosidad (conflicto cristero) y con una curiosa clandestinidad a la vista de todos (situación actual).”

En los años posteriores a la publicación del texto trascrito, las leyes han cambiado, pero no los hechos expuestos. Por lo que respecta a la historia de la Constitución de 1917, los historiadores dan cuenta de los acontecimientos y no es cosa menor que en la redacción de dicha Constitución, sobre todo en la cuestión social, tuvieron algo que ver los cristianos (Cf. González, Ma. Del Refuigio. (1998). Historia del Derecho Mexicano. México).



En la profundidad de esos hechos, consideramos que el pueblo quiere que los Pastores (los ministros de la Iglesia de Cristo) metan el hombro para llevar la pesada carga que les abruma. Por lo menos, que se pongan de parte de los derechos de las víctimas, que ya no condenen. Basta de decir por dónde no se debe andar y aprendan a señalar por dónde sí se puede actuar, al estilo del Cardenal Obeso Rivera.

En lo que se refiere a los estamentos actuales de la estructura social mexicana aún es posible observar a esa minoría que constituye a los de arriba: señores, clérigos (profesionistas y maestros), comerciantes, industriales y banqueros. O, mirar a esa inmensa mayoría que componen los de abajo: obreros, precaristas o paracaidistas, campesinos e indígenas. Seguimos “en un país de peones y proletarios de la tierra”.

Buscamos un ejemplo para indicar ¿Quiénes son las víctimas? Y consideramos la Seguridad Pública. Los de arriba la compran. Los de abajo son quienes sufren la inseguridad y no le temen tanto ni tan sólo al crimen organizado, sino al cotidiano crimen desorganizado del cual son víctimas: robos, asaltos, homicidios, extorsiones, secuestros. Sobre todo, viven el terror de la explotación laboral, del desempleo, de las enfermedades, las desapariciones y la muerte.



A pesar de sus pesares, en estos días, el pueblo de Teocelo tiene en su fiesta una explosión de alegría. La bajada del Arco floral siempre está acompañada de música y canto, de las danzas regionales, de los viejos y payasos, de los disfraces más ingeniosos que alguien se pueda imaginar. Ante todo esto, el Cardenal Sergio Obeso Rivera no podría contener una dulce y amorosa sonrisa.

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