Ir a Menú

Ir a Contenido

Sección: Estado de Veracruz

Libertas

Tiempos aciagos

José Manuel Velasco Toro 02/04/2020

alcalorpolitico.com

Tiempos aciagos los que estamos viviendo, no en un lugar, no en un sitio, no en una región, sino en todo país, en la plenitud de continentes, en el planeta entero. El COVID-19 saltó de un paciente cero a otro y otro más hasta contagiar en cuestión de días, de semanas, a una ciudad, a un país, a toda la masa continental de la Tierra, siendo más incisivo ahí donde se encuentran los mayores conglomerados humanos: las ciudades. Las reacciones han sido disímbolas, ambivalentes, pues han pasado de la duda al asombro, del azoro al miedo, de la turbación irracional a la reacción racional, de la impotencia a la esperanza, de la conducta tardíamente irresponsable a la reacción ciudadana consciente y organizada. La dinámica social se trastocó al fracturar bruscamente nuestra rutina de movilidad laboral, educativa, social y recreativa. Los hechos están ahí: la dinámica económica se ha parado afectando al sector productivo, comercial y de servicios, público y privado; los gobiernos, tratando de evitar el conflicto derivado del sentimiento de miedo, han sido lentos en su reacción y obtusos en su mirar prospectivo, generando, en muchos casos, una reacción morosa para informar con impronta sanitaria y científica, lo que hubiera permitido organizar mejor a la ciudadanía, sobre todo en las urbes donde se encuentra más del 60% de la población cuya conducta gregaria tiende a la aglomeración, campo abierto para, cual trapecista microscópico, permitir al virus saltar de un sujeto a otro, explayarse en la multitud y esparcirse a sus anchas. Pandemia que en su mal lleva, por otra parte, la antítesis que aflora en la grandeza humana manifiesta en la reflexión sobre la humanidad, la manera en que hemos actuado en el planeta, el agotamiento del capitalismo y de la partidocracia que se ha vuelto contra la democracia y la libertad. Y, recordando a Sócrates, podemos decir que cada acontecimiento nos brinda la proporción de ver más claramente el significado, sentido y realidad de la vida. La pandemia nos ofrece la oportunidad para un cambio, para dar un nuevo salto civilizatorio soportado en la sobriedad como principio de vida, como experiencia interior y transitar hacia una economía fundada en la autolimitación individual y colectiva, como factor de justicia y equidad.

La crisis es mundial, globalizada. El COVID-19 alteró nuestra vida y hasta la muerte, pues ésta se presenta masiva y bajo circunstancias de aislamiento por lo que, cual épocas de peste, los cuerpos tienen que ser eliminados rápidamente bajo estrictas normas de asepsia y sin el ritual funerario de despedida familiar, momento liminal que se cree, ayuda al tránsito hacia el más allá y coadyuva al equilibrio emocional del doliente, algo sobre lo cual no se habla cuando está ahí, frente a nosotros. La pandemia afectó nuestro bienestar familiar y personal, el deseo de morir en compañía, no en soledad ni en asilamiento. Nuestra expectativa de futuro se trastocó. Alteró la práctica tradicional educativa de la escolarización, puso al descubierto la fragilidad del sistema universal de salud, lo vulnerable que es la dinámica económica global soportada en el consumismo y los servicios. Está teniendo efectos negativos en la salud mental intrafamiliar, complicando la seguridad social y el equilibrio emocional de los individuos pero, sobre todo, ya afectó la certeza de un futuro que, de repente, se percibe irreconocible. Un futuro de incertidumbre que suma dudas, temores a la par de alternativas que pueden conducir por caminos nefastos o hacia vías que lleven hacia una nueva plenitud humana. Miles de pensadores están reflexionando acerca de ese posible futuro donde se manifieste la grandeza humana, pues su dignidad, nos dijo Blaise Pascal desde el lejano siglo XVII, “no está en el espacio que ocupa sino en la profundidad de su pensamiento”. Muestra de ello es el recién libro, Sopa de Wuhan (marzo, 2020) que recopila las reflexiones filosóficas de quince intelectuales, de entre los muchos que lo están haciendo, de Alemania, Italia, Francia, España, Estados Unidos de Norteamérica, Corea del Sur, Eslovenia, Bolivia, Uruguay y Chile. Profundidad de pensamiento que se manifiesta, día a día, nacida desde la miseria que afrontamos y busca superar este momento de crisis que invita a la unión y civilidad global, a establecer comunicación clara y veraz, a impulsar la solidaridad mundial y reactivar a la comunidad internacional bajo nuevos principios de democracia y libertad, de justicia y paz social, de garantía de satisfacción de los derechos fundamentales que tiene la humanidad, de equidad de género y cuidado esencial de la naturaleza en equilibrio social; eso y más, ahora que muchos de los actuales líderes de los gobiernos de diversos países se paralizaron por un tiempo fundamental al anteponer intereses ideológicos por sobre el interés de la humanidad, denotando un discurso agotado cuyo lenguaje anacrónico poco, o en nada, refleja visión de la realidad vivida.

Anteposición (u omisión intencionada), como la hecha ante el cambio climático, cuyo efecto se suma al COVID-19: escasez de agua. Problema, más grave, quizá, al del virus que nos afecta. La demanda y los patrones de consumo de agua urbana crece año con año a un ritmo de 1%. Sin embargo, refiere el Informe Mundial de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídrico 2020, Agua y cambio climático, la disponibilidad estacional de agua se está reduciendo considerablemente como efecto de la sequía que afecta, desde años anteriores, a diversos países y regiones continentales. Sobre todo, en aquellas situadas en la parte de zonas tropicales (míticamente lluviosas) cuya población asentada se abastece de agua de superficie. A esto se suma el nulo tratamiento de las aguas residuales, la contaminación y poca efectividad, si no es que carencia, de políticas públicas orientadas a gestionar y reducir los riesgos del cambio climático. No esperemos a que el problema nos rebase irremediablemente. Hay estrategias que pueden mitigar el “riesgo de catástrofe” en la salud humana, la producción de alimentos, el desarrollo de la industria, la generación de energía y, sobre todo, en la gobernanza, pues la presión social y los disturbios por el agua crecerán sin freno alguno. Estamos a tiempo para impulsar una política de gestión de los recursos hídricos, de reforestación intensiva y cuidado de los entornos ecológicos, de creación de nueva infraestructura para su almacenamiento y reutilización, de educación para el consumo eficiente que atienda las necesidades fundamentales. En pocas palabras, de reeducar a la sociedad, de propiciar medidas de adaptación e impulsar una política hídrica resiliente. La experiencia del COVID-19 nos dice: actuar ahora o sufrir mañana.