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Sección: Estado de Veracruz

Transgresora puesta en escena revivió la época de la Xalapa que se fue

- Estreno de “Junio en el 93” causó lleno casi total en sala del teatro J.J Herrera

- La obra se inspira en la autobiografía del icónico actor Alejandro Reyes

- Entre prejuicios, diversidad, pasión y VIH se contó la desgarradora historia de una vida entregada al arte

Julián Hernández Reyes Xalapa, Ver. 22/01/2023

alcalorpolitico.com


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“Junio en el 93” es una obra que impacta ya desde su introducción, cuando no ha quedado claro si la obra ya empezó o los actores apenas terminan de mimetizarse. El telón, abierto, presenta a un solitario danzante que pareciera seguir una rutina corporal, con el brillo tenue de una luz ausente.

Después se une otro personaje que, tras estudiar al primero, logra seguir con precisión los ejercicios del cuerpo; luego llega una mujer, misma situación; más tarde entra el cuarto actor.

De repente se oye un cántico, el grupo entona versos sobre “la noche negra” y traen a coro la luna. Están ensayando una obra próxima a estrenarse, sobre Yukio Mishima. El montaje deberá ser impecable, perfecto. Tienen que volverse fuertes como un ejército, para librar la guerra del teatro. Termina la introducción.

La historia de esta poderosa puesta en escena inicia cuando Junio recibe una carta de su antiguo maestro, Océano. Se trata de una invitación a Xalapa, para formar parte del ambicioso montaje que hablará “sobre el mejor escritor japonés del siglo XX”. El mayor reto, dice la carta, lo lleva el papel de la Onnagata, encarnación de la feminidad en su punto más delicado y sensible, cuya interpretación le corresponde a Junio.

El plan es darse un “encerrón” el resto de aquél diciembre de 1992 y unos meses más ya en el siguiente año, en Xalapa. Tras una discusión con su actual pareja, Junio decide obedecer el llamado de su pasión por el teatro. Y es que actuar le da sentido a su vida, aún bajo una realidad lastimada por el terrible destino que decidió hacerlo un enfermo de Sida.

“Junio en el 93” sumerge en una época oscura para la diversidad sexual, campo fértil para la homofobia, la represión y los riesgos a la salud que implica saciar los deseos sexuales desenfrenadamente.

Evitando el discurso victimista, se alza un escenario donde las pasiones humanas son tabú para unos cuantos.
El protagonista siente el peso de sus decisiones, suma de cinismos y responsabilidades que lo han llevado a la segunda fase de la enfermedad.

Ya en Xalapa, Junio comparte su vida con Venus, mujer trans; con Óscar, el apasionado; y con Homero, el actor más viejo y metódico. El grupo se enclaustra en una casa envuelta por la neblina, en alguna arteria principal que bombea sangre al corazón de la ciudad.

Este “Castillo” será su hogar hasta lograr mimetizarse con sus personajes, bajo la instrucción de Océano, cuyas enseñanzas rayan en la psicodelia y dotan al maestro de una condición de místico. Pieza clave para el desarrollo del teatro nacional.

En sus andanzas, la necesidad de Junio por obtener el placer hace que no pueda contenerse; cada caminata es una oportunidad para ser irresponsable y tener encuentros sexuales desbordados.

Entre una mezcla de odios y amores, a medida que la obra avanza se va entregando más y más a su papel hasta que llega el momento que, sin saberlo ni esperarlo, por fin alcanza la esencia de Onnagata: logra la naturalidad femenina que entierra a su otro yo.

Presenciar esta puesta en escena es entrar a un universo del que no se tienen límites definidos. Una sensación constante de nostalgia se instala en el público. Los más melancólicos recuerdan tiempos que, aun con sus oscuridades, antojan la añoranza de una Xalapa clásica. Nombres como el Parque Juárez, Los Lagos, El Café de Chinos y otros escenarios hacen caminar un pasado que jamás volverá.

El montaje mezcla realidades, juega con el tiempo y sus participantes. Los espectadores, sin saberlo, abren una suerte de cajas chinas que confunden fortuitamente el universo detrás del telón. En un momento se ve el

Japón del siglo pasado, con el heroico pero grotesco ritual seppuku; de pronto se pasa a la Xalapa de los noventa, mundo del protagonista; luego viene la metaficción, donde los personajes son conscientes de dar vida al teatro.

Las historias se entrelazan con un elenco que despierta toda clase de emociones. Lo intenso de los temas es tratado con humor, ese humor tan fino y negro que digiere la tragedia en risas.

“Junio en el 93”, por primera vez presentada en la tierra que la inspiró, es una imperdible obra que, sin dirigirse a un público específico, despierta reflexiones y cuestionamientos íntimos.

Sea en aquellos años, los anteriores o los presentes, la lucha por la libertad, la pasión y la sensibilidad artística son aspectos siempre vigentes en la búsqueda por el sentido de la existencia.

Gestado por Martín Acosta y Luis Mario Moncada, este proyecto cuya trama se ancla en la autobiografía del transgresor actor Alejandro Reyes, quien enfrentó los estereotipos del teatro mexicano en su época, es todo un homenaje al mundo de las artes escénicas, con personajes muy familiares para la vieja guardia xalapeña.