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Sección: V?a Correo Electr?nico

Un adiós para mi abuelita Rosita (1918-2012)

Fernando F. Cancela Xalapa, Ver. 09/02/2012

alcalorpolitico.com

Hace algún tiempo, pregunté a mi extinta abuelita Rosa Aurora Aguilar viuda de Cancela el porqué después de que mi abuelo Fernando falleciera, ella no hubiese contraído matrimonio nuevamente a pesar de que mi abuelo falleció el 5 de septiembre de 1972 a los 53 años de edad y ella tenía 52. Que además, era una guapa y tradicional xalapeña, pero sobre todo, una buena mujer. Me llamaba la atención el hecho de que siendo relativamente joven, no buscara su felicidad a través de nuevas nupcias como es común en la actualidad.

En lo personal, me encantaba dialogar con Rosita y más, cuando me hablaba del abuelo y de la familia que no conocí. Cuantos recuerdos vividos. En algunas ocasiones para poder comentarme de la historia familiar, acudía a sus fotografías que tenía guardadas en su ropero. No cabe duda que una imagen dice más que mil palabras. No sabe como quiero a sus muertos por todo lo bueno que de ellos me contaba. En esa ocasión, en la que tuvimos una amena y duradera charla, ella me confesó que efectivamente, había sido pretendida por algunos galanes después de la muerte de mi abuelo, sin embargo, su respuesta fue breve y me dijo: -No mijo, yo solo tuve un amor, y ese fue tu abuelo Fer. Mira nos casamos cuando él tenía 20 años y yo 19 y decidimos tener tres hijos, tu papá y tus dos tíos. (Fernando, Arturo y José Luís Cancela Aguilar).

El viernes 3 del presente mes y año, fecha en que falleció mi abuelita Rosita comprobé que aquel dialogo que sostuvimos era verdad. Ella pidió un deseo antes de morir. Algo que no es muy habitual, pero que se cumplió al pie de la letra. El de exhumar los restos de mi abuelito Fernando Cancela Mora (1917-1972), a quien decíamos de cariño, papá nandito y depositarlos junto a ella en su ataúd. Hasta su mausoleo localizado en el cementerio Xalapeño que comparte con algunos otros que fueron queridos familiares, acudí con mi tío Luís, mis primos Dither, Luís Guillermo y su esposa Maricarmen. El día 3 de febrero no fue una tarde común. Alguien tenía que cumplir con el propósito de Rosita y tener listo a mi abuelito para depositarlo junto a ella.

Descubrir que a los casi 40 años de fallecido mi abuelo Fer, el amor que le tenía, no es cosa del pasado. Para mi mayor asombro, algunas de sus piezas óseas y cabello, estaban intactos. Cuantos recuerdos se agolparon en mi memoria; su traje color miel estaba húmedo, surcado y manchado por los años, pero ileso como cuando lo vi en su féretro aquel 6 de septiembre del 72, durante su despedida.

Apenas dos días antes, el 4 de septiembre por la noche, había estado en casa. Estaba por cerrar su tienda cuando precisamente llegó mi abuelita Rosita. Llevaba preparado para cenar una suave y exquisita carne salada como a él le gustaba. Fue tanta la emoción de mi abuelito que cuando la vio se levantó de su sillón, le dio un beso, y escuchando un tango en la radio, la tomó entre sus brazos y la hizo bailar muy al estilo de ellos. Eran bailarines naturales. Esa noche muy satisfechos y contentos se marcharon de la casa de Niños Héroes 76, y se dirigieron a descansar en su hogar de la 16 de septiembre.

Mi abuelo llegaba muy temprano a la tienda, sin embargo ese día, sería un parteagüas en la vida de nuestra familia, pero sobre todo, en la vida de mi abuelita Rosita. Fue un escándalo, pues el caliente y dulce pan de “Dauzón” llegaba siempre con los primeros rayos del sol. Así como simultáneamente, llegaban mis vecinos de la colonia Laureles por sus alimentos matinales para fortalecer las jornadas laborales y estudiantiles.

Ese día llegó el pan, pero no hubo quien lo despachara. Mi abuelito Fer, no pudo llegar más a la tienda. Un murmullo generalizado se escuchaba con cada minuto trascurrido. El extrañamiento se hizo latente, pues mi abuelo Fer al lado de Rosita, era un atento, responsable, y excepcional comerciante que se había ganado el aprecio de propios y extraños. -Ya llegará. Se decían los unos a los otros. Y así como dice la canción, dieron las 6 y las 7 y nada. Los segundos se volvieron minutos y los minutos horas. Las vitrinas se percibían frías y vacías. Y hasta nuestro perro fiel “Minuto” daba vueltas en espera del abuelito que nunca llegó.

El diagnóstico fue un infarto masivo por obstrucción de las arterias coronarias. No dábamos crédito a lo ocurrido. Ese mismo día por la noche, mi abuelita Rosita y toda la familia nos encontrábamos velando a papá nandito en “Funerales Landa”, en Clavijero esquina con Sayago. A mis casi siete años, no percibía que era morir, sin embargo, una enorme tristeza me invadió. El hecho de saber que jamás lo volvería a ver, causó una herida de actuales dimensiones. Ahí estaba, inerte y firme con su planchado traje color miel.

Mamá Rosita y papá nandito, fueron dos trabajadores y ejemplares comerciantes que gustosos invirtieron en diferentes negocios. Algunos de ellos fueron pensando en brindar un dulce sabor a la sociedad jalapeña a través de las dulcerías-chocolaterías, “La suprema” y “El compadre”, que se localizaban hace años en Lucio, esquina Poeta Jesús Díaz, y en Lucio frente a “Chedraui-Centro”, respectivamente. Colaboraron también en la venta de calzado en unas zapaterías localizadas en el mercado “Jáuregui” y hasta hace apenas pocos años, mi abuelita Rosita vendía pasteles y gelatinas con diversos adornos de frutas naturales, y unos ricos caracoles rellenos de manjar, que ella misma elaboraba y que entregaba en diferentes dulcerías de Xalapa como lo son: Luxus, Maribel, Sugus, Chiles Xalapeños, y Argentina, entre otras.

Excelente en la gastronomía mexicana, mi abuelita Rosita fue maestra de por lo menos dos generaciones de madres de nuestra familia, a quienes enseñó a preparar meticulosamente con sus recetas que incluían variados y ricos guisos tradicionales, así como pasteles, diferentes tipos de panes (incluyendo el “pan de muerto”), marquesotes, carlotas a las que adornaba con un listón rojo alrededor, y una gran variedad de repostería. No es presunción, lo que Rosita preparaba, no le pedía nada a los platillos de los mejores restaurantes. La alumna superó a la maestra. Ella también tuvo una buena instructora, mi extinta bisabuelita Mauricia Mora, mamá de mi abuelo Fer.

En ese sentido, como si se hubieran puesto de acuerdo para despedir a mi abuelita Rosita, los ministros de las iglesias bautista y católica, Mireya Villa Segura y Misael Cruz Sánchez, tomaron las sagradas escrituras en sus manos para darnos el mensaje divino. Para ello, la muerte y resurrección de Lázaro no pudo faltar en sus sermones. Con ellos nos dimos cuenta una vez más que la resurrección de los que mueren es una promesa de Dios, que hay que tener fe, y creer lo que dice su palabra, que Jesús es el camino, la verdad y la vida, y que el que crea en él, aunque muera vivirá.

Por último quiero aprovechar el espacio para agradecer las muestras de solidaridad al pastor de la Primera Iglesia Bautista de Xalapa, Armando Díaz Salazar, a Héctor Yunes Landa, precandidato al senado de la república, a José Caicero Hernández, Presidente de la Organización Política “Fuerza Veracruzana”, a Elizabeth Landa, Presidenta de “Juntas Hacia Adelante” A.C., al Coordinador de la Región Sureste de la República Mexicana del P.D.M.U., Comandante Roberto Salas León, Aldo Lara de la juventud revolucionaria del CDE del PRI, así como a mis amigos Pedro y Héctor Coronel, Bruno Monroy, Octaviano Alarcón, Blanca Arroyo, Francisco Bobadilla, Gaudencio García Rivera, Chary Morales, Cecilia López, Ana Montaño, Ricardo Bravo, Damián Vargas Morales, Liz Ramón, Guillermo Aguilar Becerra, Héctor Ulloa y esposa, Héctor Aburto, Ramsés Martínez, Paco Lino y esposa, Octavio Ríos y esposa, Miguel Guerrero, Andrés Morales, Alfredo Rojas, a mi tía Addy Cancela, y a las familias Ortiz Guillaumín, Cancela Viveros, Morales Morales, y Cancela del Castillo Ruiz López. [email protected]