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Sección: Vía Correo Electrónico

Yo llegué y él se fue

Como un cuento de Todos Santos

Salma Lara Rosas 30/10/2020

alcalorpolitico.com

Te lo contaré, porque en estos días me ha dado por recordar mucho a mi mamá. Hay días que son tan largos como el cabello que cae en cascada de mi espalda, que son tan tristes como un poeta sin un romance frustrado. Esta historia tiene tantos años como los tengo yo, no miento, esto pasó exactamente el día de mi alumbramiento, cerca de aquel río que me vio llegar.

Hace 66 años, mi abuelito José Tapia llegó a la casa como cada día, de cada semana, de cada mes y de cada año; estaba borracho, le gustaba echarse su cañazo después de trabajar, decía que esto le hacía bien a la panza y uno se sentía como se siente uno de esos loquitos que se andan fumando la hierbita con forma de patita de pollo. Mi mamá estaba en el fogón echando tortilla, ella hacía unas memelas muy buenas, suavecitas y esponjadas, decía que para hacer unas buenas memelas antes de palmear uno debe tener una buena masa. Se pone a hervir el nixtamal con cal, se enjuaga para que no tenga la tortilla sabor a cal y llega la parte más canija, molerlo. La masa cuando queda martajada sabe bien buena, pero para la tortilla debe estar más pasadita, más delgadita para que amarre bien. Las tortillas de mi mamá, ¡nombre! Eran las mejores, se esponjaban un montón, ella decía que hay que saber cuándo una tortilla está buena porque al echarla al comal hay que cuidar de que no se reseque, se voltea antes de que se ponga de un cafecito las orillas y ahora sí, a voltearla para que no salgan todas talludas.

¿Qué te estaba contando? Ah, sí. Mi abuelo llegó ese día y cuando vio a mi mamá la abrazó, la abrazó muy fuerte como cuando abrazamos a alguien al despedirnos. Mi mamá no entendía, mi abuelito era muy bueno, no era raro que le diera abrazos o le dijera que la quería mucho, pero ese abrazo significaba algo más que un simple cariño. Cuando se desapartó la miró y le dijo: ay mija, te abrazo ahorita que puedo, porque el canijo de Pedro Ruiz me trae de encargo, anda diciendo que me va a dar pinole, y yo no le hacía caso mija, por ésta que no. Pero hoy me la dejaron ir, que nomás que me vea, no me la voy a acabar.

Mi mamá trató de calmarlo, pero ella también tenía miedo. Pedro Ruiz era el suegro de una sobrina de mi amá que se llamaba Pompeya; el hijo de Pedro Ruiz era un demonio, dejaba a mi prima encerrada en un establo, sin comer, sin agua, sin nada más que golpes. No mija, ese hombre tenía el diablo metido, tenía los ojos bien grandotes como granadas, se le ponían rojos y hasta amoratados como cuando hierves la hierba del espanto, el anilillo. Ese hijo de Pedro Ruiz cortaba café y no dejaba que nadie se acercará ni a darle un taco a mi prima, era bien macho, pero macho de esos de cuatro patas, porque parecía animal cuando le pegaba a Pompeya.

Entonces cuando llegó mi hermano Rubén, escuchó lo que mi abuelito le decía a mi mamá, y le agarró coraje, porque él quería mucho a mi abuelo, era como su papá. Pero pues no tenía pensado hacer lo que hizo, estaba chamaco, tenía apenas 15 años. Pues ya, cuando llegó le dijo mi mamá que fuera por unas sardinas para comer, se agiló y se fue. Pero pobrecito de mi hermano, mejor que no hubiera salido, porque ahí fue donde comenzó su cruz. En el camino a comprar, ya ves ¿dónde está la curva para llegar al río? Pues ahí estaba este Pedro Ruiz, tirado debajo de un árbol de chaca bien bonito que estaba ahí, daba una sombra tan agradable que él borracho, hasta dormido se quedó y Rubencillo lo vio, se acordó de lo que mi abuelo decía, de que lo iba a matar. Yo no sé si fue impulso o de verdad pensó bien lo que hacía. Agarró un palo de guayabo que estaba por ahí, el guayabo es bien duro, con esos antes nos daban unos guamazos que nos dejaban la cola bien rayada, le despicó la cabeza a golpes. Yo creo que cuando le pegó se acordaba de lo que mi abuelito dijo, y Rubencillo era bien bueno, y adoraba a mi abuelo, entonces por eso lo hizo. Ahí dejó a Pedro Ruiz, ya estaba noche y nadie lo vio.

Cuando llegó mi mamá estaba mala, ya iba a nacer yo. Como Rubencillo era el hombre, bueno, el hijo mayor, ya ni cenó porque fue a buscar a la partera, ya era tardecito cuando se fue. Y pues mi mamá ya estaba en labor de parto, se las vio negras para tenerme, pero ya mi mamá no se asustaba, todos sus hijos los tuvo en la casa a como le tocara, ahí en el suelo se revolcaba solita, mi abuelo le ayudaba, pero pues no había mucho que hacer más que esperar que saliera el chamaco. Mi hermano Rubén se fue hasta Juan Martín a buscar a la partera, pero en lo que llegó hasta allá, en lo que la mujer se alistó y se vinieron, yo nací. Nací hace 66 años, un 5 de mayo de 1954 en La Florida, una comunidad pequeñita, pero tan bonita, la casa donde vivíamos estaba cerca del río, una cosa tan hermosa. Y en ese mismo río, bajo un árbol de chaca, mi hermano Rubén mató a Pedro Ruiz, con un palo de guayabo, de esos duros. Cuando mi hermano llegó a la casa, yo ya estaba ahí, decía mi mamá que se puso bien contento, porque nomás me vio los ojos se le pusieron llorosos, y como era güero, se puso rojo, aparte, cuando estaba feliz se le hacía un hoyito en el cachete. Hace 66 años fue la primera y última vez que vi y que me vio mi hermano Rubén.

Yo nací en la madrugada del 5 de mayo, mi mamá me contó que cuando amaneció los trabajadores que iban a la finca a cortar café pasaron cerca del río y vieron a alguien dormido bajo la chaca, pero vaya sorpresa que se llevaron cuando vieron a Pedro Ruiz en un charco de sangre. Rápido fueron a avisar al patrón que llamó a uno de la policía de Vega para que viera al difunto; cuando llegó el perito y la policía, formaron a todos los hombres en la explanada de la finca para interrogarlos. Todos estaban ahí, hombres y mujeres, hasta los niños. Mi hermano Rubén no sabía que tenían que formarse todos los hombres, y se fue a bañar al río, pero eso fue peor porque luego luego le echaron la culpa. Cuando salió de bañarse lo agarraron y le dijeron: tú mataste a Pedro Ruiz, mi hermano no tenía malicia, y aceptó que lo había matado, pero porque Pedro Ruiz quería matar a mi abuelito.

Se lo llevaron en un camión de carga, mi mamá fue a despedirlo, le lloró mucho cuando se lo llevaron, todos lo querían mucho, era buen muchacho y sabían que lo había hecho porque su abuelito era como su papá. Y esa fue la última vez que mi mamá vio a su hijo, la última vez que mi abuelito vio a su nieto, la última vez que mis hermanas vieron a su hermano, la última vez que mi hermano me vio a mí. Hace 66 años Rubén, mi hermano, mató a Pedro Ruiz, debajo de un árbol de chaca, con un palo de guayabo. El 5 de mayo de 1954 yo llegué y él se fue.