En una Quinta de la Privada de Piedra Azul en la Colonia Pedregal de las Ánimas, en la Casa-Hogar “Sembrando amor y esperanza” —antes Casa San Charbel—, 10 niños y 19 niñas —casi todos adolescentes—, viven la cuarentena del Covid-19 de una manera muy especial, luchando por ser independientes, por superar sus problemas de conducta y pensando en cómo reintegrarse productivamente a una sociedad que los ha rechazado.
Son 29 niñas y niños, hijos de la violencia, que han sufrido la desintegración familiar o que simplemente no han tenido esa figura en sus vidas. Niñas y niños abandonados, que presentan trastornos del desarrollo y de sus conductas y que han sido marginados por su misma familia y por la sociedad en la que nacieron.
Sin embargo, en la Casa-Hogar “Sembrando amor y esperanza” han encontrado una tabla de salvación, una opción de integración, nos dice el psicólogo Giovanny Flamenco Ruiz, director de este centro de tratamiento y formación. “Lo que buscamos es que sean independientes y puedan reintegrarse a la sociedad, de manera productiva”.
“Ese es uno de los objetivos de esta casa, que ellos puedan tener algunos estudios y los que no, una ocupación para que de manera honrada se ganen la vida, a través de sus habilidades”.
“Primero tienen que sanar la parte emocional para que puedan realmente potencializar todas esas virtudes que tienen y logren reinsertarse a la sociedad de manera más productiva y para ellos benéfica. Hay algunos que tienen el don de la cocina y pueden llegar a ser chefs. Otros tienen cualidades para el corte del cabello, otros más en la parte deportiva. Tienen muchas cualidades que ellos tienen que explotar”, indica.
HE VISTO CAMBIOS Y SÉ QUE VALE LA PENA
La Casa-Hogar “Sembrando amor y esperanza” –antes Casa San Charbel– nació como una inquietud del psicólogo Giovanny Flamenco Ruiz de regresar a la vida “un poco de lo que nos ha dado”, expresa.
“En mi caso, la vida me regaló ser psicólogo y me gusta esta parte del contacto, de entender el comportamiento humano y si puedo hacer algo, adelante, con mucho gusto. Es algo que me llena, que me satisface, el ver cómo avanzan los chicos. He visto sus cambios y sé que vale la pena continuar en este proyecto, porque sé que vamos a regresar mejores ciudadanos a la sociedad”, cuenta, al coincidir que la atención a estos menores es un servicio humanitario y un servicio social.
El interés de atender a este grupo de niños y adolescentes, que presentan un trastorno en el desarrollo y en la conducta, fue para ofrecer alternativas integrales que fueran más allá de los fármacos.
“Coloquialmente se le llama psiquiátrico pero el término correcto es un trastorno del desarrollo y conductual. Por ahí se va gestando esa parte de hacer algo por ellos”.
“A lo largo de toda mi experiencia como psicólogo, voy viendo que no se trabaja esa parte integral que normalmente se fragmenta o se reduce a una atención hospitalaria. Te estabilizo con fármacos pero después ya no hay una atención y cuando no hay una adhesión terapéutica al tratamiento, es fácil recaer y es lo que muchas veces ellos hacen”.
“Los dopan o medican por un tiempo pero después ya no hay continuidad, recaen, se van haciendo más grandes las dosis de medicamentos pero no hay un cambio real”.
“Lo que buscamos es trabajar de raíz, con otras formas, otras alternativas, psicológicas, ocupacionales, con deporte, para que ellos puedan realmente sanar desde dentro y no sólo algo superficial con el fármaco. El fármaco ayuda muchísimo pero hay que trabajar otras estrategias”.
HIJOS E HIJAS DE LA VIOLENCIA
Entre las 29 niñas y niños que por ahora viven en la Casa-Hogar “Sembrando amor y esperanza”, algunos tienen trastorno autolesivo, intento suicida. También chicos con cutting –que se dañan deliberadamente y a escondidas para superar la ansiedad–, poco control de impulsos, TDA –trastorno por déficit de atención o hiperactividad–, que es lo más común, explica Flamenco Ruiz.
– ¿Son niños que vienen de hogares con problemas, de familias disfuncionales?
“Sí, familias disfuncionales, familias con algún padre en cárcel y son chicos a quien el Estado, el DIF, los ha resguardado y buscan un espacio para que ellos puedan superar sus limitaciones, los traumas que la misma familia disfuncional les ha provocado. Se les busca ese espacio y nosotros somos esa opción para contrarrestar”.
–¿Algunos casos difíciles?
“Sí, algunos de ellos con mucha violencia, muy agresivos. Si tú no eres mi papá, ¿por qué te voy a obedecer? Nos han llegado a decir y muchos se nos han venido a los golpes. Tenemos que controlarlos, hablar con ellos. Son chicos que manejan mucha violencia, mucha agresión. Son chicos que han ido encontrando, gradualmente, esa tranquilidad”.
“Cuando se dan cuenta que nosotros no tenemos culpa de su realidad. Cuando ven que todo el personal les da la atención y el amor que ellos merecen, baja esa sensación de que todos somos sus enemigos. No. Tienen que ver que nosotros somos gente que los quiere ayudar, que les quiere enseñar y que busca lo mejor para ellos”.
“Lejos de seguir viendo ese fantasma de la agresión, de que es como mi papá o mi mamá que me agredieron en algún momento, ellos nos van conociendo y gradualmente van cambiando las actitudes”.
Hay entre ellos muchas historias difíciles. “Gente que ha visto morir gente, que ha visto mucha violencia en sus familias, que lo ven como normal. Gente que por sus mismos comportamientos han sido abandonados por sus padres”.
“Son historias muy complicadas. Algunos con alguna esquizofrenia que no les permite interactuar de la mejor manera, porque no hay un buen seguimiento a su tratamiento”, añade Giovanny Flamenco Ruiz.
UN EQUIPO DE TRABAJO SÓLIDO
En la Casa-Hogar “Sembrando amor y esperanza” trabajan 11 personas y el director, para atender de la mejor manera a los 29 niños y niñas que ahí habitan.
Docentes que les dan clases con tres diferentes horarios: especiales, primaria y secundaria. Todos ellos reciben atención académica para contar con un documento oficial que les permita seguir avanzando en esta formación académica para obtener los grados que correspondan.
También cuentan con un profesor de Educación Física, para ejercitarse, romper el sedentarismo. “Aquí se divierten, se relajan”.
Trabaja ahí una docente de manualidades que se encarga de generar proyectos con los chicos, despertarles la creatividad, para que vayan trabajando la parte motriz, la concentración, la memoria, la tranquilidad y que ellos puedan desarrollar habilidades para el autoempleo en el futuro.
En la casa, una trabajadora social les ayuda con todos sus trámites como el acta de nacimiento, el CURP y trámites con el Seguro Popular.
También se cuenta con psicólogos, quienes les dan terapia individual y grupal, buscando que tengan equilibrio emocional, que sanen las heridas y que puedan enfrentar la vida de otra manera.
Un chef atiende la cocina para que los alimentos sean atractivos, sanos y equilibrados.
“Yo soy psicólogo y eventualmente les doy pláticas de integración y formación humana”, indica Giovanny Flamenco Ruiz.
Todos los días, estos 29 niños y niñas se levantan a las 7 de la mañana y por regla general tienden su cama, ordenan la habitación, se bañan y están listos para desayunar y tomar sesiones de educación física y clases.
Durante el día y la tarde toman talleres de manualidades, de baile folklórico, cine-foro, pláticas reflexivas y hasta talleres de buenos modales. Nunca les falta comida y cena.
APOYADA POR EL DIF NACIONAL, EMPRESARIOS Y AMIGOS
La Casa-Hogar “Sembrando amor y esperanza” se mantiene en un porcentaje, por un subsidio gubernamental que otorga el DIF Nacional y por otra parte, a través de amistades y amigos. “La iniciativa privada se ha sumado; tocamos puertas y algunas se nos han abierto y algunos nos traen despensas, insumos para lo que aquí se necesita para la operatividad”, expresa Giovanny.
“También las universidades se han sumado. Hacen colecta de papelería que ya no utilizan y le damos una segunda vida útil. Algunas personas donan zapatos y ropa, sin embargo, no hay dinero que alcance y las necesidades son muchas”.
Las personas que gusten sumarse a esta causa pueden llamar al psicólogo Giovanny Flamenco Ruiz al teléfono móvil 2281 81 72 75 o acudir directamente a la Quinta ubicada en la Privada de Piedra Azul, en la colonia Pedregal de las Ánimas.
“Cualquier tipo de donación es bien recibida, porque siempre tenemos necesidades. También se puede apadrinar a un niño o una niña o donar tiempo, para que vengan, convivan con ellos y les cuenten su historia de vida, para que vean que ellos también pueden llegar a tener una buena historia de vida”, concluye.