Estamos en el umbral de la tragedia planetaria. Pero claro, no queremos aceptarlo, ni siquiera se le da la concesión de la duda. Ahí está la ciudad de Monterrey, Nuevo León y la región aledaña con severos problemas de abasto de agua para consumo humano, sencillamente porque no hay lluvia para reabastecer las presas alimentadoras del preciado líquido que fluye a la ciudad, zona industrial y áreas de cultivo.
El espacio metropolitano de México está a un paso de ver reducido considerablemente su abasto de agua afectando a sus más de veinte millones de habitantes. Guadalajara, Puebla, León, Guanajuato, San Miguel Allende, Querétaro, Zacatecas, y muchas ciudades más, están muy cerca de sufrir escasez de agua. Baja California Sur es la entidad con mayor “estrés de agua”. Se calcula que alrededor de 50 millones de habitantes de nuestro país se verán seriamente afectados, en diversa medida, por la escasez de agua.
Incluso regiones que antaño tuvieron abundancia de tan vital líquido están sintiendo los efectos de su carencia, como lo es la ciudad de Xalapa y su entorno. El problema es profundo y sus causales refieren a un entretejido complejo, cuyo origen radica en el desmesurado aumento de la población y su actividad depredadora. Si bien a mediados del siglo pasado la disponibilidad de agua por habitante en México era de poco más de 17 mil m3 por habitante, en esta década de los veinte del presente siglo, es de 4 mil m3 por habitante.
Las razones, aumento de la población, claro, pero también la disminución del acumulado de lluvias, sobre todo en el centro, noreste, norte y noroeste del país como consecuencia de los efectos que está teniendo el aumento de la temperatura global que propician fenómenos de reorganización climática que son negativos para la vida, en especial humana, en todo el planeta. Sufrimos y seguiremos sufriendo las consecuencias de lo que hemos provocado y, no queremos entender que urge asumir un cambio de conducta para mitigar el cambio climático.
Pero somos necios y por necedad padeceremos estrés hídrico en toda su dimensión con consecuencias múltiples: incendios forestales (en 2021 fueron más de siete mil y a junio de este año se han reportado 130 en 18 entidades federativas). Caída de la producción agrícola de temporal y riego, la que se calcula afectará la agricultura de más de 18 estados con desplome en la producción de maíz, frijol, trigo, sorgo, cítricos y muchos más, lo que acarreará desabasto en los mercados, encarecimiento, acaparamiento y malestar social, obviamente.
La disminución de caudales en ríos se traducirá en bajo almacenamiento en presas y afectará sistemas lacustres con pérdida de pesca y abasto de agua (vean el complejo lagunar de La Mancha y el Farallón, Veracruz; el lago Matzabok en la selva Lacandona de Chiapas; la laguna de Chiricahueto, Sinaloa, por mencionar unas), así como a los sistemas artificiales de cultivo de peces: trucha, tilapia y otras especies.
Desde luego se afectará la generación de electricidad por el descenso en los niveles de las presas hidroeléctrica, provocándose apagones en las ciudades y áreas rurales. La escasez de agua también afectará la producción industrial que requiere del consumo de grandes cantidades de agua para garantizar la cadena productiva, con la consecuente caída de productividad, paro y despido transitorio de trabajadores.
Y qué decir de actividades educativas y sociales, de hecho, en algunas ciudades se han visto en la necesidad de cancelar clases presenciales en escuelas por falta de agua. Podemos continuar señalando efectos del cambio climático en lo referente al agua, pero basta lo dicho para resaltar la gravedad presente y con perspectiva de agudización futura en corto plazo. Ya ni siquiera a largo plazo, el problema es de ayer y hoy.
Un problema que atañe a todo el tejido gubernamental, ciudadano y empresarial, rural y urbano, industrial y agrícola, pecuario y pesquero. En la ciudad de México, Tehuacán, Acapulco, Cuernavaca, Hermosillo, Sinaloa, Hidalgo, Guadalajara y los Altos de Jalisco, Coahuila, Tamaulipas, Guanajuato y qué decir de Nuevo León, ciudades y pueblos, entre muchos otros, en lo que la población se está manifestando por la falta de agua para consumo doméstico.
Protestas hoy localizadas que irán
in crescendo, si es que la sequía se prolonga, hasta transformarse en una rebeldía social al sumarse peligrosamente la probable escasez de alimentos básicos que se derivaría, la inflación y el descontento por concesiones de aguas dada a empresas. Bajo esta perspectiva que no debe ser desdeñada, por el contrario, asumida con responsabilidad e imaginación creativa para atenderla, es necesario la interrelación de los diversos actores: gobierno, sociedad civil, iniciativa privada, colegios profesionales, organizaciones no gubernamentales y asociaciones religiosas para idear múltiples acciones dirigidas a la captación de agua y educación hídrica.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) calcula que para el año 2030, que está muy cerca, la demanda de agua será superior al suministro en un 40%, siendo diversos los factores esenciales: la persistencia de la actividad humana en producir y liberar gases de efecto invernadero que están acelerando el cambio climático; el aumento de la población mundial que se acerca a los 8 mil millones; la acción humana depredadora del medio ambiente que deforesta, contamina aguas superficiales y subterráneas, y consume una gran cantidad en actividades suntuarias que ya deben ser restringidas; el aumento del nivel del mar que provoca filtraciones salinizando agua dulce de mantos freáticos y acuíferos costeros.
El agua es un bien de la vida, por tanto, un derecho que va más allá de lo humano para ser un derecho de la naturaleza porque es un valor intrínseco independiente de lo humano. El bienestar que proporciona el agua, es y debe ser para todo ser vivo de la naturaleza, de ahí que la responsabilidad humana sea mucho mayor, pues estamos obligados, como seres bioculturales, a cooperar con la naturaleza y proporcionar bienestar a todos los seres vivos. No se trata sólo del problema de abasto ciudadano. No, el problema va más allá pues involucra la vida misma que hace posible la existencia humana.
Sólo un ejemplo para que lo comprendáis: si no hay lluvia, no hay germinación, crecimiento y floración de las plantas, por tanto, las abejas no tendrán el alimento que les proporciona la flor, dejarán de polinizar otras plantas al volar de flor en flor lo que reducirá la reproducción de las mismas e impactará negativamente en la producción de frutales, como cítricos, por ejemplo. Todo está relacionado. No hay nada en la vida que no dependa del agua. Nuestros cuerpos son 60% agua. Nuestro cerebro es 70% agua y cuando ocurre deshidratación se manifiesta sueño, fatiga, alucinaciones y otros trastornos antes de sobrevenir la muerte.
En 2010 la ONU declaró que el acceso al agua es un derecho humano para consumo y saneamiento, y nuestra Constitución lo dice así en el artículo 4°, sexto párrafo:
Toda persona tiene derecho al acceso, disposición y saneamiento de agua para consumo personal y doméstico en forma suficiente, saludable, aceptable y asequible. El Estado garantizará este derecho y la ley definirá las bases, apoyos y modalidades para el acceso y uso equitativo y sustentable de los recursos hídricos, estableciendo la participación de la Federación, las entidades federativas y los municipios, así como la participación de la ciudadanía para la consecución de dichos fines. Ahí lo dejo para la reflexión.