Cada una de las semanas del año litúrgico nos va mostrando los tesoros de Dios a través de la palabra y de la vida de los santos. Al constatar con sorpresa la inmensidad de la palabra que se nos concede, caemos en la cuenta que no es suficiente un día para agotar la vida de los santos ni para meditar y profundizar en todas las enseñanzas que Dios va poniendo en nuestro camino, para el propio crecimiento espiritual.
En días pasados celebramos la fiesta de Madre Teresa de Calcuta y comenzamos a recordar también las hermosas enseñanzas del Papa Juan Pablo I, a propósito de su reciente beatificación. En alguna ocasión, al predicar como obispo en una ordenación sacerdotal recordó el pensamiento de un escritor francés que decía: “Hay algunas madres que tienen un corazón sacerdotal y lo trasladan a sus hijos”.
Un corazón sacerdotal se distingue por la piedad, la pasión y el cariño entrañable que una persona siente por Dios y por el prójimo, especialmente por el más necesitado. Una persona con corazón sacerdotal se prodiga en atenciones y servicios, y por su misma alegría y consistencia de vida tiende a irradiar en los demás este mismo corazón.
Eso sucede exactamente con el corazón sacerdotal de una madre que transmite a sus hijos esa misma pasión por Cristo y por la humanidad. Por eso, muchas veces las bases y la motivación en la vocación sacerdotal y a la vida consagrada se deben a una madre, precisamente por su gran corazón sacerdotal.
Un corazón sacerdotal termina siempre por conquistar, inspirar y hacer escuela en los demás que se llegan a sentir verdaderamente inspirados y convencidos para proyectar su vida en la búsqueda de Dios y en la atención a los enfermos, a los pobres y a los más necesitados.
Por eso, cuando uno ve cómo actúa Jesús, cuando ve uno el cariño tan grande que tiene por los pecadores, los pobres y los enfermos, inmediatamente se pone uno a pensar cómo sería su madre; si Jesús era una persona tan cercana y bondadosa con los enfermos y los pobres, cómo sería su madre.
Bastaría recordar el episodio de las bodas de Cana y el encuentro que tuvo María con su prima Santa Isabel, en las montañas de Judea, para tratar de entender la bondad y solicitud de María por los demás. Una embarazada fue al encuentro de su prima embarazada; llevaba en su seno a Jesús. Desde que Jesús estaba en el seno de su madre sentía el cariño y la pasión de su madre por los necesitados.
Refiriéndose a este pasaje evangélico, decía la Madre Teresa de Calcuta: “Deberíamos hacer con los pobres lo que hizo María con su prima Isabel: ponernos a su servicio”. Eso hizo María con Isabel, ponerse a su servicio, y eso debemos hacer con los pobres, ponernos a su servicio, pero siempre teniendo en cuenta cuál es el secreto de esta entrega, cuál es el impulso de este apostolado, cuando en la Iglesia trabajamos por los más pobres y necesitados.
Recurrimos nuevamente a Madre Teresa de Calcuta cuando explicaba a sus hermanas que ellas, en la Congregación religiosa, estaban consagradas a Jesús, no a los pobres; porque si no nos consagramos a Jesús y solo trabajamos por los pobres, el día de mañana uno se puede cansar, uno le puede perder el sentido a este apostolado o podemos desviar la atención en este apostolado.
Les hacía ver que por estar consagradas a Cristo eucaristía, por celebrar diariamente la santa misa, por eso nunca les faltaba el afecto y las ganas de servir, atendiendo a los pobres en quienes llegaban a reconocer la misma persona de Cristo Jesús.
Esta lección de Madre Teresa llega hasta nosotros. Tenemos que considerarlo para que nunca le perdamos el sentido a la vida cristiana. Podemos estar relacionados con Dios y contentos con nuestro apostolado, pero si descuidamos la vida espiritual y nuestro sustento eucarístico, se le puede perder el sentido a muchas cosas y las dejaremos de hacer con el mismo ardor y la misma convicción.
El testimonio de Madre Teresa en el servicio a los pobres es contundente, precisamente por tener como fundamento de su vida el sustento eucarístico. Joaquín Navarro-Valls, vocero de Juan Pablo II llegó a compartir que, en alguna ocasión, en Calcuta, visitó con Madre Teresa aquellas inmensas estancias llenas de moribundos, hindúes, musulmanes, que ella recogía por las calles. “¿Usted los convierte?”, le pregunté. “No -me dijo-, sólo pretendo que personas que han vivido como bestias puedan morir como hijos de Dios, es decir: lavados, peinados, alimentados”.
¿Cuál ha sido la gran lección? -le pregunta la entrevistadora-. Que nunca puedes instrumentalizar a otro por un fin mayor, porque no existe nada más importante que un ser humano.
El sacramento de la eucaristía la sostenía en su apostolado e imprimía en su alma un afecto muy especial por los pobres y los enfermos, al grado de sentirse convencida y motivada de su apostolado. Y por eso llegaba a decir: “No tengo miedo de morir, porque cuando esté delante del Padre, habrá tantos pobres que le entregué con el traje de bodas que sabrán defenderme”.
Todos los apostolados se sustentan en la eucaristía, especialmente los apostolados que requieren de una gran pasión y convicción. Que nunca nos cansemos y que sintamos la inspiración para servir a los demás en el nombre de Jesús, en la medida que lo recibimos asiduamente en el sacramento de la eucaristía, para que de esta forma mantengamos intachable el corazón sacerdotal que en la mayor parte de los casos hemos heredado de nuestras mamás.