Escribir sobre Ricardo, un indigente de tan solo catorce años de edad, pareciera una historia más de las muchas que ya se han relatado, sin embargo se trata de la vida de un pequeño ser humano quien al mostrar un poco de su mundo nos recuerda que la decadencia se encuentra a nuestros alrededores.
Sorprendido inhalando resistol junto con sus compañeros Eduardo y Marcelino, este adolescente fue trasladado a la cárcel municipal que más que un castigo, significó que por una noche pudo dormir sin preocuparse por las goteras, las ratas o la peste.
Increíblemente delgado por la desnutrición a la que ha sido sometido involuntariamente, Ricardo tiene un brillo inocente en su mirada, incluso cuando habla lo hace respetuosamente, tal vez por miedo o porque aún no ha sido absorbido por el bajo mundo en el que habita.
Cuenta que desde que nació lo cuidó su abuela, nunca conoció a su padre y su mamá se juntó con un señor e inició una nueva vida donde no tenía cabida, cuando cursaba el tercer año de primaria fue expulsado y desde entonces la calle es su escuela, su refugio, su vida.
Vive en el callejón Abasolo o bien nombrado callejón de la muerte, donde se ubican una docena de cantinas, debajo de estas existen varias casas abandonadas que sirven de refugio a drogadictos, indigentes y enfermos mentales.
Ahí cuenta con un espacio para dormir o medio pernoctar, pues cuando llueve el agua se filtra por todos los rincones hasta formar grandes charcos que mojan más que la ropa, hasta confundirse con las lágrimas de estos niños de la calle.
Para ganarse unos pesos trabaja junto con sus compañeros de habitación haciendo mandados a carniceros y locatarios del mercado, asegura nunca haber robado, aunque los registros de la policía preventiva señalan que El Cáscara, como es conocido, ya ha sido detenido por hurto en múltiples ocasiones.
Ricardo sabe que inhalar pegamento puede convertirlo en un zombie, señala, pero un tubo de Resistol 5000 cuesta tan solo 22 pesos, lo que equivale a quitarse el hambre por casi dos días ahorrándose seis comidas.
El pegamento es el motor que lo hace continuar caminando sin desfallecer y también es magnífico para olvidar el pasado, el presente y el incierto futuro; también sirve para soñar, imaginar cualquier cosa es mejor que su realidad.
Ricardo tiene pocas opciones, muy pronto podría perder la cordura de tanto consumir el pegamento amarillento; o tal vez ante la necesidad de satisfacer la adicción cometa algún delito para hacerse de dinero, por lo cual sería encarcelado e ingresado en alguna universidad del crimen como se le conocen a los reclusorios penitenciarios.
Será realmente triste dentro de algunos meses o años escribir sobre Ricardo el delincuente o Ricardo el jovencito que fue encontrado sin vida en el callejón de la muerte, entonces también parecerá una historia más de las muchas que se han relatado, aunque se trate de la vida de un pequeño e inocente ser humano quien desde su nacimiento ha sido orillado por la decadencia hacia su propia destrucción.