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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
El colibrí
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
17 de febrero de 2022
alcalorpolitico.com
«Marco no crecía regularmente: cuando tenía un año de edad su desarrollo físico empezó a estancarse y desde los tres era completamente anormal. Eso sí, siempre fue muy guapo y proporcionado, lo que, según Letizia, indicaba que la naturaleza tenía un designio muy concreto en él: destacarlo del montón, diferenciarlo, para dejar claro que le había concedido dones excepcionales» (126).
 
Él es Marco, al que su madre Letizia decidió ponerle el sobrenombre de «Colibrí»: «el más tranquilizador de los nombres, Colibrí, para subrayar que, además del pequeño tamaño, Marco tenía en común con este gracioso pajarillo la belleza, precisamente, y la velocidad... física y mental» (127).
 
Por eso su madre no se preocupó, pero su padre, Probo, sí, y lo sometió a un tratamiento de hormonas que remedió el problema de su baja estatura. Lo que no pudo hacer ni su madre ni su padre fue evitarle el cúmulo de problemas, dolencias y tristezas que le iban a acontecer en la vida.
 

Esta novela, El colibrí, de Sandro Veronesi es el relato de todo esto y aún más. Porque la vida no es solo dolor y tristeza, sino también alegría, amor, hijos, y una excepcional nieta, con nombre japonés, Miraijin, cuyo significado es toda una promesa y una esperanza: «Hombre del futuro», y quien será el último motivo y razón de la vida de Marco.
 
La novela se inicia con una extraña visita que Marco Carrera recibe en su consultorio de oftalmólogo. Daniel Carradori, psicoanalista de su esposa, Marina Molitor, violando un principio de ética profesional le viene a comunicar que ella ha descubierto que Marco se cartea con Luisa Lattes, un amor platónico que se remonta a su lejana adolescencia.
 
De ahí se desata la serie de infortunios que agobiará a Marco toda su vida. Tendrá que afrontar el juicio de divorcio que Marina entabla contra él, acusándolo de los más inverosímiles disparates; la muerte de su hermana Irene; la lejanía, el olvido y el resentimiento que le tiene su hermano Giacomo; la enfermedad de sus padres, la trágica muerte de su propia hija Adele que sucede cuando su hijita, Miraijin, tiene apenas dos años de edad. Tiempo después, a todo se añadirá la enfermedad mental de su exesposa, y ni siquiera el romántico y casto amor de Luisa logrará darle felicidad.
 

Marco irá afrontando con entereza y estoicismo cada uno de estos lamentables episodios. Como el colibrí, esa maravillosa avecita que, en su pequeñez y fragilidad, es capaz de sortear todos los obstáculos que halla en su camino hasta encontrar la pequeña gota de néctar que exuda una flor. Miel que le da la energía suficiente para mantenerse flotando, inmóvil, en el aire, en la vida, en espera de que la maravillosa Miraijin crezca, se desarrolle, muestre en su cuerpo y en su espíritu todos aquellos dones que le harán vislumbrar a su abuelo Marco que la vida tiene un sentido y un futuro, aunque sea prescindiendo de él.
 
Cuando la vida lo haga enfrentarse a un último desafío: un cáncer fulminante que lo arrebatará de este mundo, Marco entenderá a cabalidad ese futuro prometedor encarnado en su fantástica nieta. Comprenderá que ese futuro es posible y, sobreponiéndose a la cadena de sufrimientos que recorrió en su vida y decidido a vencer el dolor de su fatal enfermedad, profetisa la victoria de la verdad sobre una libertad que ha sido envilecida por las ambiciones humanas.
 
Marco, a sus sesenta años, ante su inminente muerte, a la que él mismo convoca, ve con claridad que su nieta «está destinada a cambiar el mundo». Notable en su comportamiento, en sus estudios, en su desapego al dinero, Miraijin será «una mujer seminal», «pues de ti estará naciendo una nueva humanidad, que será capaz de sobrevivir a la ruina provocada por la vieja humanidad, de ti y de aquellos que sean como tú, porque el verdadero cambio, el único que tu abuelo querrá, será que “los que sean como tú”, Miraijin, los elegidos, los hombres nuevos, las mujeres del futuro, se busquen, se encuentren, se unan y se pongan de acuerdo para salvar el mundo primero y cambiarlo después... y, en fin, Miraijin, y los que sean como tú, seréis reclutados y adiestrados para librar la guerra que nadie habrá querido librar antes... una guerra feroz entre verdad y libertad, tú y los que sean como tú, puestos de parte de la verdad, pues para entonces la libertad habrá sido transformada en un concepto hostil, chirriante e imperdonablemente plural: las libertades, las infinitas libertades en las que la palabra será desmembrada, como la manada de hienas desmiembra a la cebra y la devora, libertad de escoger siempre lo que preferimos, libertad de rechazar toda autoridad que quiera impedirlo, libertad de no someternos a las leyes que no nos gusten, de no respetar los valores fundamentales, la tradición, las instituciones, el pacto social, los acuerdos firmados en el pasado, libertad de no rendirnos a la evidencia, libertad de sublevarnos contra la cultura, contra el arte y contra la ciencia, libertad de...» (281s).
 

Y, en este excepcional capítulo, digno de ser bien meditado, Marco prosigue con una larga lista de esos pedazos en que se ha fracturado la libertad, esa libertad que ha sido manipulada, mancillada, violada y masacrada por los infinitos egoísmos humanos...
 
Una novela de un futuro que podría ser algo más que una utopía...
 
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