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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Quién abraza a quién
Miguel Molina
7 de julio de 2022
alcalorpolitico.com
Nunca entendí bien la estrategia de abrazos no balazos. Lo primero que me molestó fue el evidente descuido gramatical, porque le falta una coma: abrazos, no balazos. No pude encontrar algo que me explicara en qué consistía – o consistiría desde ese entonces – esa vaina.

Uno pensaría que es un llamado a ofrecer un abrazo a quien habla el lenguaje de las balas y usa las palabras de la violencia, una invitación a la paz, al amor ciudadano. Pero el pueblo bueno todavía no recurre a las armas ni está como para ofrecer paz: lo que se ve, lo que se vive, es una guerra sucia contra la sociedad civil. Aquí no hay amor. Para dar un abrazo se necesitan dos: el abrazador y el abrazado.

Pero como hay quienes no se dejan abrazar, hay quienes no parecen muy dispuestas a recibir balazos. Me encontré cosas aquí y allá. El año pasado, por ejemplo, la Guardia Nacional ordenó a sus efectivos en Baja California no perseguir a personas sorprendidas en la comisión de un delito a fin de evitar riesgos y pérdidas materiales y financieros a la corporación.


Según el presidente, la estrategia de detener a jefes del narcotráfico no sirve por sí misma si no hay programas sociales para evitar que los jóvenes se vuelvan delincuentes. Tal vez. Pero esa misma estrategia ha permitido que los soldados – militares propiamente dichos y elementos de la Guardia Nacional – hayan tenido que tolerar cosas más allá de la dignidad de las fuerzas armadas, que están y no están a cargo de la seguridad interior.

Pero quedan las leyes, o el cuento de que la ley es la ley. Y siempre están a mano los mitos sobre los derechos humanos, materia de fe si lo dice quien tiene que decirlo. Lo que no se sabe, porque nadie se ha preocupado por informarlo, por investigarlo, por calcularlo, es cuántos balazos más habrá antes de que empiecen a surtir efecto los abrazos.

Y nadie sabe qué va a pasar si a fin de cuentas la vaina no funciona, como no ha funcionado ninguna otra cosa en la última generación de mexicanos. Nadie sabe quién abraza a quién.


Mi paisano

Mientras escribo estas líneas sigo la historia de mi paisano, el Primer Ministro británico Boris Johnson, que está a punto de terminar el gobierno más corto que ha habido en la historia de la isla en la que nos tocó vivir.

Nos conocimos cuando era alcalde de Londres, durante una tarde de tragos con motivo de algo. Yo fui a traer un par de copas más, y el acto comenzó antes de que yo llegara donde estaba Liz. Me quedé donde estaba, esperando que terminara el primer discurso. Y entonces lo vi.


Estaba a mi izquierda, sonriendo. Me preguntó de dónde era. Le dije que soy mexicano. Paisano, me dijo. No entendí. Mis padres pasaron su luna de miel en Acapulco, y fui concebido en México, me dijo. No supe qué decir. Le di una de las dos copas que llevaba y brindamos por la patria lejana. Liz nos miraba sin creer lo que veía.

Pero Boris mentía – y tal vez todavía miente – por necesidad. Y mintió e hizo lo que pudo para seguir en el poder hasta este miércoles, que es cuando escribo estas líneas pensando en mi paisano y levanto una copa de vino pensando en la patria, que está cerca y lejos como nunca. Tal vez no llegue al fin de semana. Ojalá en todas partes fuera así de fácil.

Desde el balcón


Uno no sabe por qué recuerda la vez de hace años en que uno entró al elevador y bajó, bajó, bajó durante casi dos minutos hasta que la jaula se detuvo con un chirrido suave (fue hace tanto tiempo que los sonidos se vuelven chirridos y lo que fue ruidoso se vuelve suave), y en el centro de la tierra había una extensión de tubos y cables, y la certidumbre de que ahí se hacían cosas serias.

Uno estaba en el corazón del Centro Europeo de Investigación Nuclear – CERN para los amigos – y lo primero que uno vio fue el mecanismo incomprensible de una herramienta de veintisiete kilómetros que está en Suiza y en Francia, porque no cabía en un solo país, para encontrar una partícula que dura muchísimo menos que un parpadeo. Carajo.

Y los científicos que trabajaban en el Gran Colisionador de Hadrones (un aparato que acelera partículas diminutas a velocidades altísimas) encontraron el bosón de Higgs, que explica por qué el universo es como es y muchas otras cosas para las que no había respuesta. Esa vez como ahora, uno pensó que podría preguntar – como lo hizo la mamá de uno – para qué sirve saber tanto. Y uno podría responder – como lo hizo uno – que no sabemos, todavía no sabemos. En eso anda la cosa.