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Columnas y artículos de opinión
Kairós
¡Nos apedrearon el rancho!
Francisco Montfort Guillén
22 de junio de 2016
alcalorpolitico.com
¡Ay amigos chilenos! De qué sirvió soñar con ustedes el ascenso del socialismo por la vía democrática y de la mano de la inteligencia de Salvador Allende. Para qué los esfuerzos políticos por paliar el derechazo a la mandíbula democrática que lanzó el criminal Augusto Pinochet y su régimen de terror. No me digan que no fuimos solidarios en esos momentos tan difíciles. Tampoco me nieguen que los acompañamos en la alegría por la recuperación de su vida democrática y sobre todo por el ascenso al poder de una mujer ejemplar como la Bachelet.
 
Hemos sido más que solidarios con ustedes, en las buenas y en las malas, amigos chilenos. En el colmo, hemos soportado estoicamente que las clases medias mexicanas, sintiéndose europeas, nos endilguen en sus reuniones sus espantosos vinos de mesa. Y esta afrenta la vivimos frecuentemente. Y de nada valió todo esto. Ustedes fueron sistemáticamente crueles. Y es que, por ejemplo, los alemanes, cuando derrotaron a Brasil en el mundial y en su propia casa, acordaron en el vestidor no masacrarlos, no humillarlos, sino respetar su jerarquía, a su afición y su anfitrionía. Pero ustedes no han tenido piedad alguna. Olieron la sangre del derrotado y nunca dejaron de acelerar el paso, como si quisieran borrar, de un solo golpe, cierta superioridad futbolística que el equipo de México les ha impuesto durante muchos años.
 
Ustedes ganaron, amigos chilenos, este partido de futbol. Nos robaron la alegría del triunfo. Pero no les bastó con robar la victoria: ¡Nos apedrearon el rancho! Nos dejaron caer siete enormes rocas, pesadas y poderosas, con fuerzas similares a los meteoros que cayeron en Yucatán y desaparecieron la flora y la fauna dinosáurica. Siete bombazos iguales a los siete pecados capitales que pegaron justo en el núcleo del orgullo azteca. Goles del mismo peso que los excesos de nuestra sociedad. Sobre todo de nuestra clase política. Y no, no se trata de una mirada religiosa sobre nuestra vida pública. Pero es que de veras…
 

Ahora les explico. Los siete goles fueron verdaderas profanaciones al orgullo patrio. Provocaron que el mal humor social que han esparcido ciertas élites mexicanas y que ha contagiado a una parte importante de nuestra sociedad, ahora sí se convierta en malestar de todo el pueblo. En el momento menos oportuno, políticamente hablando, cayeron sus goles, amigos chilenos. Pegaron en la línea de flotación tanto del orgullo como de la confianza del pueblo <<meshica>>.
 
Y no es para menos. El odio y la desconfianza se han instalado en el país del Águila y la Serpiente. Las redes sociales son un hervidero de malas vibras. Son la telaraña de la discordia, las descalificaciones y las maledicencias. Desde su anonimato han profundizado la división nacional empujada originalmente por el triunfo de Vicente Fox en el año 2000. Los priistas y los perredistas se enojaron excesivamente, los primeros por perder el poder presidencial y los segundos por no ser ellos los actores principales de la transición democrática, de la cual se sentían predestinados.
 
Creció la división entre los mexicanos debido a la torpeza mayúscula de Vicente Fox al promover el desafuero de Andrés Manuel López Obrador. La agresión la resintió la izquierda en su conjunto. Después vendría el enardecimiento del odio. A falta de una larga tradición y cultura democrática, como la chilena, que fue el sostén social de su lucha electoral en contra del sanguinario y atroz régimen de Augusto Pinochet, la derrota de AMLO, en las urnas calientes de 2006, devino en la campaña más estúpida de rencor, odio y división entre los mexicanos.
 

Después de 2006 y la etapa post electoral, México no ha sido el mismo. Viene dando tumbos, como si su Águila reptara y su Serpiente volara. Invertidos los papeles de los actores centrales de la vida pública, la sociedad en general ha visto caer y caer todas sus expectativas en clara contradicción con sus logros y avances. Nada nos convence. Nada nos provoca orgullo. Todo lo vemos gris, si no es que negro. La fuente principal parece ser la mala calidad del gobierno, según los comentócratas del país, sobre todo de los asentados en el Distrito Federal.
 
Tal vez sólo nos reunimos en la insatisfacción a los demás países que protestan también en contra de todo: de los gobiernos de izquierda, de los derechistas, de los centristas. Ninguna nación parece encontrar nuevo rumbo. Las naciones europeas enfrentan la ruptura inglesa, la ilusión desencantada de las nuevas izquierdas, la caída de su nivel de vida. En América Latina se desmoronan los autodenominados gobiernos progresistas con orientación de izquierda.
 
Yo pienso que el malestar mundial es producto del fin del capitalismo industrial y del surgimiento de un nuevo modo de producción denominado capitalismo digital. Por eso en todo el mundo existen molestias e inconformidades. Vivimos una etapa o un periodo de largo plazo, similar al que vivieron las sociedades que enfrenaron el surgimiento del capitalismo industrial, en aquel entonces sin globalización económica, y que ahora, en estos años, generaliza los cambios en todas las naciones. Por eso la incertidumbre y la inquietud a escala planetaria.
 

Sin embargo las pedradas en el rancho pegaron en el orgullo de una nación dolida, sufrida y humillada por su clase política. Michelle Bachelet, su presidente, actuó con severidad en contra de su hijo, cuando se puso al descubierto la corrupción de sus acciones. Lesionó el prestigio y el gobierno de su madre, la presidente de la república. Pero el castigo fue ejemplar y dentro de lo marcado por sus leyes. En cambio aquí, en esta nación, los siete pecados capitales han provocado muchos males que han terminado por desfondar todo el entramado legitimador de la clase política y gubernamental.
 
Los siete goles, los siete pecados capitales provocan muchos pecados más. La soberbia de la clase política sin límites, pues gobierna sin querer renunciar a su absolutismo. La avaricia de los funcionarios y hombres de negocios no tiene límites. La envidia entre los grandes empresarios con sus privilegios, y la envidia entre grupos de la clase política por gozar o no de los privilegios del poder, es enorme. La ira de Andrés Manuel López Obrador y su nueva feligresía, o la de los representantes de la iglesia católica, o la del crimen organizado es de dar miedo. La gula de las clases adineradas en medio de un mar de pobrezas causa náusea. La lujuria de los potentados es apenas ocultable y sale a relucir en las redes sociales a través de personajes icónicos que infringen las leyes (#lord y #ladies). Y la pereza de los funcionarios así como de muchos beneficiarios de los programas sociales muestra que la distribución de rentas, y no la generación de riquezas, es uno de los males fuertes del país.
 
Y estos pecados capitales, siete como los goles que sin piedad asestaron al equipo mexicano, estimados chilenos, generan fuertes dosis de corrupción, impunidad, cinismo, desconfianza, venganzas, enfrentamientos, muertes. El resultado es la inseguridad, la baja auto estima, el desánimo que mina las relaciones personales y las vinculaciones con el poder político. Y un pueblo desmotivado es presa de las salidas cómodas, de la aceptación de redentores, de mesías así sean tropicales como el señor AMLO.
 

¡Ay chilenos, es que de veras! Es que ustedes no saben de los ridículos que hace el gobierno de Veracruz con tal de obtener impunidad para el actual grupo gobernante, sin importarles los daños que han hecho y hacen y harán a toda la sociedad veracruzana. Obstaculizan la transición democrática. Actúan sin considerar el rechazo manifiesto que, en las urnas, los veracruzanos manifestaron en contra del PRI y del gobierno de Javier Duarte. Y todas esas acciones lastiman y hieren y producen enconos entre los veracruzanos. Y aumentan la desconfianza y engendran deseos de revancha entre los propios habitantes de Veracruz.
 
Déjenme decirles que en el partido que jugaron en contra de la selección mexicana existieron anomalías extrañas. Los jugadores, que tres semanas antes los habían derrotado, salieron a la cancha como sonámbulos, sin ganas de jugar, sin coraje, sin entusiasmo. Como queriendo romper las apuestas con su “derrota” y tal vez ganando mucho dinero por apuestas a favor de su derrota. O simplemente, más cercano a la realidad, jugaron sin ambiciones de trascender, melancólicamente, tristemente igual que como está nuestra sociedad.
 
Eso sí. Osorio, su entrenador colombiano, aceptó toda la responsabilidad por la derrota, como si además de dirigir él hubiera jugado solo en contra de ustedes. Y es bueno que acepte sus responsabilidades de la misma manera que aceptaba los elogios por la racha tan larga de partidos sin derrota.
 

En cambio, el capo de tutti capi, don Beltrone, el presidente del PRI, Manlio Fabio Beltrones arrojó la toalla del tricolor y renunció a la presidencia de su partido. También a él le metieron siete goles. Perdió siete gubernaturas en el país. Siete afrentas a su prestigio dudoso y mal oliente. Y rajó en contra de todos y no aceptó culpabilidad alguna por esos terribles goles a su organización. Que los pésimos gobernadores salientes (Duarte-Duarte), que los secretarios federales de despacho que le metieron zancadillas, que las malas políticas públicas del presidente Enrique Peña, que si el sereno. ¿O será que ustedes también influyeron, amigos chilenos, a dejar de lado al principal partido que ha dominado y corrompido la vida nacional? Si es así, entonces, camaradas chilenos, acepten, junto con el reclamo anterior, las gracias más sentidas. ¡Es que de veras…!